El programa de Vaciar chat es preciso en la delimitación de la experiencia que propone: “Elegimos teatralizar una problemática social de creciente visibilidad, utilizando las herramientas tecnológicas de comunicación que hoy manejamos para llevar a la escena teatral dos universos que coexisten: la virtualidad y la violencia de género en la pareja. Jugamos con los modismos y usos de las redes sociales [...] a través de la relación de cuatro amigas que comparten un grupo de Whatsapp”.

La precisión del planteo apenas permite, sin embargo, vislumbrar el alcance y la profundidad de las problemáticas que surgen del espectáculo. Para empezar, y de forma somera, el planteo pone el foco, si lo vemos desde un ángulo “apocalíptico”, en la inmediatez de las comunicaciones actuales habilitadas por la tecnología y en su superficialidad. Pero desde la óptica “integrada” se podría retrucar que la tecnología permite estar alerta a situaciones y activar defensas que antes eran impracticables. La relación entre la “realidad” y la “virtualidad”, además, introduce otro problema que se ha exacerbado con las redes sociales: el de la construcción de la subjetividad a partir de la mirada de terceros. Las redes exponen a las personas, pero desde un recorte más o menos consciente que hacen de sí mismas, un recorte que se alimenta de lo que se supone que va a agradar a quienes se quiere agradar. Y esto, a su vez, desde una perspectiva femenina, se entreteje con la discusión sobre la concepción de pareja y sobre las desigualdades de género al interior de esta.

Vaciar chat nos introduce de lleno en la discusión sobre la inmediatez de las comunicaciones en tiempos de redes sociales. Una joven (Bruna) acaba de tener una cita y, ni bien llega a su casa, graba un audio en un grupo de Whatsapp que comparte con otras tres amigas (Eva, Lara y Mar). La ansiedad es tal que cinco minutos después no puede creer que no le hayan respondido. Así iremos entrando en la intimidad de cuatro mujeres jóvenes que se comunican, durante todo el transcurso de la obra, mediante audios, videollamadas y mensajes. Si bien las actrices ocupan el espacio de la sala 2 del Circular como si sus personajes cohabitaran, las comunicaciones nunca serán presenciales. Los diálogos en general serán reproducciones de audios, mientras que las comunicaciones de texto entre los personajes serán proyectadas en una pantalla. La discusión sobre las posibilidades de las nuevas tecnologías para comunicarse y las posibles patologías que se generan jamás son enunciadas: simplemente están allí.

Entrando a la anécdota, Bruna empieza a establecer una relación y sus amigas piden información. A partir de un perfil de Instagram (que dice lo que el dueño del perfil quiere que diga), se hacen una idea del varón en cuestión, que se oscurece cuando Lara lo identifica. El contraste entre lo que parece ser por las redes y lo que en realidad es según Lara es un tema de discusión que generará un nuevo grupo de Whatsapp sin Bruna. Pero lo que nos interesa en este momento es señalar cómo también entre las amigas hay situaciones en las que aparece la necesidad de mostrarse en las redes. Nuevamente, el planteo no es lineal, el límite “sano” entre la virtualidad y la realidad no queda claramente establecido y no hay un señalamiento condenatorio.

En tercer lugar, aparece la concepción de pareja, que en definitiva también es determinante de las decisiones que se toman respecto de la nueva relación de Bruna. Lara es la más militantemente feminista: en su discurso, el cuestionamiento al amor romántico, a las relaciones heteronormativas y a la sociedad patriarcal son constantes. Sin embargo, también es quien cuestiona la “toxicidad” de su amiga Eva respecto del vínculo con su expareja. Eva, justamente, reivindica el juego de seducción y el deseo de sentirse deseada cuando aparece en alguna actividad social. Mar se presenta algo más ambigua respecto de lo que debe ser una pareja y del concepto de felicidad, pero, en contrapartida, es el personaje más analítico y planificador, y quien termina desenredando la madeja. Y Bruna es una persona que cree en el amor romántico, que sueña con un modelo de familia tradicional y que se sentirá traicionada por sus amigas.

No conviene aquí adelantar detalles del desenlace, aunque no es lo más relevante. Sí es interesante indicar que las autoras también logran poner en escena la importancia de manejar algunos conceptos para poder comprender situaciones de violencia y abuso. Hay malestares que sólo se comprenden cuando se pueden poner en palabras, y hay palabras y conceptos que sólo de forma muy reciente permiten pensar situaciones de opresión cotidiana. De tener la capacidad de “pensar” una situación de violencia a ser capaz de resolverla ya hay una distancia, que en la misma obra también se muestra. Porque, nuevamente, la historia se resuelve en una dirección, pero si fue la mejor, es algo que también parece quedar para que se cuestione la platea.

Soledad Lacassy y Julieta Lucena escriben un texto inteligente y profundo, y se complementan con el equipo de diseño (Lucía Godoy, Renata Sienra y María Victoria Parada) para montar un espectáculo en el que el espacio se multiplica y las comunicaciones se aceleran, poniendo en jaque algunos modelos sociales. El elenco en su totalidad juega para que las particularidades de las cuatro amigas se encuentren y desencuentren, ilustrando una historia de nuestro tiempo con solvencia y gran seguridad. Creemos que Vaciar chat, y el trabajo de las cuatro actrices (Lucena junto a Emilia Palacios, María Eugenia Puyol y Ana Lucía dos Santos), es, por sí mismo, una invitación al teatro.

Vaciar chat. Texto y dirección de Soledad Lacassy y Julieta Lucena. Sala 2 del Teatro Circular. Sábados 20.30 y domingos 19.30.