Desde hace algún tiempo los sellos discográficos uruguayos vienen llevando adelante la tarea de remasterizar y digitalizar parte de sus catálogos históricos. Así, cada vez más música uruguaya se encuentra en las plataformas. En alguna oportunidad, esa ya de por sí noble tarea es acompañada con una reedición también en formato físico, como sucede ahora con Quiero a la sombra de un ala, el cuarto disco de estudio de Los Olimareños, que por primera vez sale a la calle en forma de disco compacto.
El álbum fue lanzado –probablemente– en 1966, en pleno proceso de gestación del movimiento que luego se conocería como canto popular, y con el dúo en expansión, tanto a nivel nacional como internacional; con seguridad esta grabación se haya realizado en medio de las extensísimas giras por Argentina. Vale acotar que en ese momento Los Olimareños ya contaban con éxitos de la talla de “Isla Patrulla”, “De cojinillo”, “Orejano” y “A Don José”.
Desde el punto de vista interpretativo es posible afirmar que para entonces ya habían consolidado una identidad propia, una marca registrada en la manera de trenzar los cantos y las guitarras, que luego se convirtió en fuente de inspiración para diversas propuestas. Las voces suenan maduras –en comparación con trabajos anteriores–, se les nota el entrenamiento de cientos de actuaciones, que puede haber sido de gran ayuda para afrontar grabaciones que, generalmente, se resolvían en pocas tomas y todos a la vez. Talento, trabajo y oficio, además de una gran selección de canciones.
El repertorio también refleja el estadio de madurez de la propuesta y está compuesto –como bien acota Mauricio Ubal en el texto que acompaña esta edición– por las tres vertientes que caracterizan el resto de su obra: composiciones de Rubén Lena y Víctor Lima, de otros compositores uruguayos y versiones de autores extranjeros, entre las que se destaca el cancionero venezolano. No menos de seis o siete de los 12 temas que componen el disco podrían ocupar cualquier recopilatorio, entre ellos, cuatro grandes hits: “Adiós a Salto”, “Las dos querencias”, “A Simón Bolívar” y “Caminitos de tierras coloradas”. Pero es un álbum lleno de joyas. Basta con nombrar la polca “No esconda la mano”, ritmo poco explorado tanto por Los Olimareños como por Víctor Lima; la serranera “El matrero”, de Rubén Lena, dedicada a la leyenda de Martín Aquino y que probablemente en aquellos años fuera alegoría de las convulsiones del momento; y el pasaje venezolano “Luna y lejanía”, de Juan Vicente Torrealba, autor de, entre otras canciones, “Sabaneando” y “Junto al Jagüey”.
Quiero a la sombra de un ala tiene otras particularidades que la hacen una obra trascendente. Fue la primera vez que Braulio López y Pepe Guerra convocaron a otros músicos para arropar las canciones. Por un lado, el organista y director coral Lorenzo Olaverri, quien participa en “Caminitos de tierras coloradas”, “El botellero” y la canción que titula el trabajo, dándole esa particular atmósfera que acompaña el texto de José Martí y la música de Óscar Chaves. El otro sesionista, hasta ahora anónimo ya que no aparece en los créditos del proyecto discográfico original, es Federico García Vigil, encargado de terciar al dúo con su contrabajo lleno de swing en siete surcos. Esta y otra información de valía está a disposición en el excelente librillo que acompaña la edición y que cuenta además con los testimonios de López y Guerra.
No es la primera vez que el sello Ayuí Tacuabé se propone “rescatar, difundir y poner a disposición del público grabaciones valiosas de nuestro acervo cultural, que por diferentes razones se encuentran fuera de circulación pública”: vale recordar las ediciones de trabajos de Los Carreteros, Tacuruses o de Todo detrás de Momo, otro disco del dúo treintaitresino. Para hacer florecer un cancionero se necesitan compositores e intérpretes que las fijen en el imaginario popular, claro está, pero no menos importante es garantizar que esas canciones no pierdan su brillo y su lugar de preferencia, una tarea muchas veces artesanal, anónima y a contracorriente. El engranaje colaborativo que permite disfrutar hoy de un álbum fundamental de nuestro patrimonio queda en evidencia en este proyecto, una edición de Ayuí, pero bajo licencia del sello Bizarro Récords, titular del catálogo Orfeo, que a falta de cintas de grabación originales, utilizó como fuente de audio un disco de vinilo de la primera edición, cedido por Héctor Numa Moraes y que formaba parte del archivo personal de Washington Benavides. Sobre ese tesoro resguardado más de medio siglo trabajaron Ricardo Dandraya en la digitalización y Diego Azar en la “optimización del sonido”. El resultado es de destacar.
Imaginen si en este momento se anunciara la edición, por primera vez en compact disc, de Rubber Soul de The Beatles. Tal vez suene exagerado –permítanme la caricatura a esta altura del año–, pero no hay dudas de que para nuestra pequeña aldea –y un poco más allá– el legado olimareño es tan fabuloso como el de aquellos cuatro de Liverpool, y lo mínimo a que debemos aspirar es que esté disponible en las mejores condiciones posibles. En definitiva, como asegura Américo Minelli, autor de la foto de tapa y del texto que acompaña la edición original, Los Olimareños canalizan “el ávido subconsciente popular hacia un humanismo inopinado, intelectual y afectivo”. Y como Gardel, cada día cantan mejor.
Quiero a la sombra de un ala. Los Olimareños. 2022. Ayuí. Disponible en Ayuí Discos y en plataformas digitales.