Y dale con la guitarrita. Bien podría haber sido el comentario de algún vecino del Buceo, del terraplén de la rambla y Propios o de la placita de Alto Perú, el lugar donde un 25 de junio de 1994, en un festival organizado por el gremio estudiantil del liceo 10 y “en el día más frío del año”, No Te Va Gustar tocó por primera vez, con Emiliano Brancciari en guitarra, Mateo Moreno en el bajo y Pablo Chamaco Abdala –quien en realidad tocaba con otra banda y a último momento suplió al ausente baterista original– tras los parches, entre otros amigos.
La década avanzaba a fuerza de “hacé la tuya” y mutaba de la efervescencia a la desesperanza a la misma velocidad que aquel terceto se iba convirtiendo en una banda, en el sentido más literal de la palabra. Al poco tiempo ganan el concurso del Tercer Festival de la Canción de Montevideo y de ahí en adelante la historia es más que conocida: un crecimiento constante y vertiginoso a lo largo de diez discos de estudio que los convirtió en uno de los grupos de rock más populares de nuestro país y del continente. Y a pesar de cambios de integrantes, duelos y reseteos, en el medio del escenario, siempre, Emiliano Brancciari, el botija criado en el barrio porteño de Vicente López que a los 12 años se instaló con su madre y su hermana en Montevideo y que, desde entonces, sigue dale que dale con la guitarrita.
Este viernes, y luego de tres adelantos, sale a la luz Cada segundo dura una eternidad, álbum apertura de la tardía carrera solista de Brancciari, germinado en el tiempo muerto que supuso la pandemia. Fue grabado en Long Island, Nueva York, en el estudio de Héctor Castillo –productor venezolano que estuvo al frente de los últimos trabajos de NTVG– y con una magnífica pandilla de músicos de la talla de Gerry Leonard en guitarra (David Bowie), Dan Mintseris en teclados (St. Vincent, Elvis Costello, David Byrne), Jeff Hill en bajo (Bruce Springsteen, Vicentico, Regina Spektor, Rufus Wainwright), Aaron Steele en batería (Hayley Williams, Portugal The Man, Jose James, Chrome Sparks), Chris Bruce (Draco Rosa, Seal, John Legend) y Glenn Patscha (Bonnie Raitt, Gustavo Cerati, Los Fabulosos Cadillacs) en teclados.
Montevideo arde, es posible que sea el día más caluroso del año, de la pandemia parecen no quedar ni rastros y en las calles se siente el fervor findeañero. Mientras tanto, en el estudio Elefante Blanco, en la parte más barrial de Pocitos, Emiliano Brancciari, EMI, conversa con la diaria, mientras que, desde un cuadro que reza “San Alfredo, protégenos”, nos observa, sonriente, Zitarrosa.
Tenía un prejuicio con este disco. Pensé que iba a ser acústico, de guitarra criolla. Nada que ver.
Pudo serlo. Son canciones que están despojadas de la obligación de ser tocadas por mis compañeros [de NTVG] y creo que, conceptualmente, son temas que podría tocar perfectamente yo solo con la guitarra. Obviamente que las adorné y las llevé a donde quise, pero tienen la particularidad de que si quiero las toco solo y también cumplen.
Más allá de la pandemia, ¿por qué ahora este disco?
Siempre pensé qué hacer con las canciones que la banda desestima. Quedan un montón por el camino. A veces la banda las retoma, ha pasado con casos excepcionales, pero siempre pensé qué ocurría con eso. ¿Son canciones que se mueren y que no existen más? Nunca me había animado a retomarlas y, de hecho, no lo hice, pero como ocurrió que terminamos de grabar Luz y la pandemia siguió y nosotros no podíamos volver a tocar –transcurrió un año más así–, seguí con el entusiasmo y el envión y seguí componiendo y grabando en mi casa, pero ya sin la exigencia del grupo.
¿Ya pensando en este proyecto?
En principio no. Cuando empecé solamente estaba haciendo canciones en las que por primera vez no estaba pensando en la instrumentación que siempre tengo. Cuando vi que estaba acumulando canciones me entusiasmé y dije “cómo estaría grabarlo con otras personas y hacer algo que me enriquezca desde otro lugar”. Y qué mejor momento para hacerlo que en un buen momento como banda. Estamos súper bien a nivel de energía, de grupo humano, de proyectos, de apoyo popular. El mejor momento para hacerlo es este, que no genera suspicacias, no genera miedo en mis compañeros.
¿Te lo habías planteado todo eso?
Claro. Porque obviamente esto no deja de ser nuestra fuente de trabajo, entonces capaz que puede dar nervios que el que canta y compone los temas quiera hacer otra cosa. Pero, ya te digo, yo no quiero perder lo que tengo, me encanta, lo disfruto, yo soy yo en No Te Va Gustar, pero tengo otro costado que también quiero desarrollar y la mejor oportunidad es hacerlo en el mejor momento de mi banda.
¿Es algo puntual o pensás que puedan seguir conviviendo ambos proyectos?
Sí, claro. Quiero que así sea. Quiero estar en uno y extrañar el otro. Porque un proyecto me va a dar algo que el otro no me da, me voy a sentir pleno.
Si bien las temáticas no están tan alejadas de las que tratan en NTVG, acá la voz indefectiblemente es la tuya, no la del colectivo. ¿Te expone más?
Sí, me siento más expuesto y hay un poquito más de riesgo en las letras, son más autorreferenciales. En la banda de alguna manera tengo que representarlos a todos. Siento que esto es más personal, no hay otras personas a las que estoy interpretando.
Es un disco muy íntimo y reflexivo, pero tiene una canción, “Rufián”, que de hecho es uno de los adelantos y que sale de ese tono. “Alguien que no puso nunca el corazón / Y sus valores eran de cartón / Tiende a quedarse solo”, dice en un momento. ¿Por qué decidiste incluirla?
Por el hecho de no ponerme límites, tampoco era un disco conceptual ni mucho menos. Tenía eso para decir y lo dije y no me puse límites. Podría haber sido un tema de la banda.
De hecho, te salís del singular y hablás de nosotros.
Sí. Exacto [risas].
¿Cómo fue esta historia de ir un mes a un lugar a grabar con músicos que no conocías?
Fue totalmente diferente. Héctor me dijo “yo te armo la banda acá, tengo unos músicos que son buenísimos”. Justamente estuvo buenísimo que fuera en enero porque ellos no giran en esa fecha por el invierno. Fue reclutándolos de a poco y a mí me parecía todo maravilloso porque es gente que había tocado con artistas que admiro un montón. Me parecía que el desafío estaba buenísimo. Ir solo para allá, sin instrumentos siquiera, y enfrentarme a esos músicos que son unos fenómenos y que conciben la música desde otro lugar, con otra óptica. Nosotros estamos acostumbrados a escuchar música que viene de allá, pero la interpretamos de otra manera, porque somos de acá, tenemos otras influencias también. Cómo se compenetraron con las canciones, los veía disfrutar, eso me llenó de orgullo.
¿Llegaron a algo que te sorprendió o que no estaba en las maquetas?
Hubo una canción en particular, “Roma”, que la llevé grabada en el teléfono, la guitarra nada más. El resto todas tenían su demo o maqueta hecha en mi casa. Algunas quedaron más distintas, otras menos, pero “Roma” fui, se las toqué con la guitarra, les dije lo que quería que ocurriera, les canté la melodía del medio y ahí empezamos de cero, cada uno en su puesto, y empezamos a buscarla como si fuéramos una banda que toca junta de toda la vida y estuvo impresionante.
En “El Rey ha muerto” canta Jim Keller. ¿Cómo surgió? ¿Lo habías pensado?
No. Conocía lo que hace porque Héctor produjo varios de sus discos y, justamente, estaba terminando alguna cosa ahí en el estudio. A mí me encanta lo que hace y me encanta su voz. Y empezamos: “Qué pasa si invitamos a Jim”, “pero tendría que cantar en inglés”. Y fue así. Tradujimos a nuestra manera la segunda estrofa, cero poesía, digamos, y él adaptó algunas palabras, le dio otro vuelo, pero no era una idea que teníamos de antes, salió ahí. En principio, en la pandemia, que salía a correr escuchando los demos, pensaba: acá puedo invitar a tal y acá a tal otro. Y después me pareció que era innecesario, que las letras eran tan personales que era raro escucharlas cantadas por otras personas. Como cambiar el personaje que está cantando, pero cantando desde el mismo lugar, era raro. Entonces terminamos no invitando a nadie, salvo a Jim.
Ahora vas a girar y presentar el disco con otra banda, a partir de febrero.
Sí, ya estamos ensayando.
¿Cómo forma ese cuadro?
Tengo cierta parte de confianza de toda la vida que es el Chamaco, Pablo Abdala, primer baterista de NTVG. El Checo [Anselmi], bajista de Monoroots, con quien también somos compañeros desde el liceo. Después está Gonzalo Vivas en guitarra, que toca en Buenos Modales, con Arquero, Piel, un pibe más joven que nosotros, Lula Isnardi, que toca la guitarra en una banda que se llama La Nesta y tiene su proyecto solista. Y después está Lu Romero, teclados, también solista y que toca con Gonzalo Denis. Ese es el cuadro que armamos.
Es otro viaje también, empezar de cero.
Por suerte está buenísimo el clima que se genera. Cómo nos divertimos, lo que le aporta al otro venir de mundos totalmente distintos, gente más joven que a veces no conoce de lo que le estamos hablando, y nosotros también, que nos dicen algo que nos desasna. La energía femenina también está buenísima, aparte de la sonoridad en las voces.
¿Y esa vuelta a tocar con el Chamaco?
Hace mil años que estamos hablando de hacer algo juntos. Es como mi hermano, es una persona que puedo no verla por meses y nos encontramos y es como si hubieran pasado cinco minutos.
Además de en formato CD y en plataformas, el álbum se edita en vinilo. ¿Sos de sentarte a escuchar música? ¿Mantenés ese ritual?
Tengo como mil vinilos, soy amante del formato. Escucho música de todas maneras, tengo CD, vinilos, escucho en Spotify, según el momento y el lugar. Disfruto de todas las maneras, de poner un tema en Spotify y que me venga lo que sea, pero también disfruto un montón de despertarme en mi casa, elegir el álbum, ponerlo, escucharlo, darlo vuelta, ver el arte, me encanta eso. Y los discos los pienso desde ese lado, los de la banda y este, los pienso con su lado A y lado B. Después la gente decide cómo lo escucha, si escucha un tema solo, si lo escucha aleatorio, o lo que sea.
Cumplís con todas las exigencias del mercado, digamos.
Hago todo lo que hay que hacer porque también yo escucho la música desde ese lugar.
Pero más allá de los formatos y las modas, lo que sobrevive es la canción.
La canción es todo, después todo lo demás es accesorio o es lo que potencia la canción, pero la canción sigue siendo lo más importante.
¿Y por dónde se sigue buscando esa magia que tiene la canción después de casi treinta años?
Yo qué sé, yo sigo buscando que me emocione a mí. Siempre voy encontrando cosas que me generan algo. No sé hacerlo para el resto del mundo. Me sale y está buenísimo porque se ve que hay gente que se emociona con las mismas cosas que me emociono yo. Obviamente, también tiene que ver el carisma de la banda y de mis compañeros y todo eso, pero con las canciones se ve que pasa eso, a mí me emocionan cuando las estoy cantando y se ve que hay gente que se emociona con lo mismo.
¿De las nuevas generaciones que estás escuchando qué te vuela la cabeza?
Me gustan un montón de cosas. Lo que hace Trueno me encanta, lo que hace Wos, por decirte géneros más urbanos. Puedo escuchar Niña Lobo, puedo escuchar cosas diferentes, pero creo que el fuego del rock está ahí, donde está la juventud, más allá de los géneros.
Si pudieras viajar en el tiempo ahora hasta la placita de Alto Perú, cinco minutos antes de subir al escenario, ¿qué te dirías?
Viene para largo esto [risas]. Jamás pensé que ese chiste de tocar con amigos y bobear iba a poder ser mi forma de vida. Era impensable. Era todo tan amateur y todo cuesta arriba en ese Montevideo de los 90 que, si me hubieran dicho “mirá que te vas a dedicar a esto, vas a tocar en veintidós países, vas a vivir de esto”, te decía que estabas loco.
Cada segundo dura una eternidad. EMI. 2022. Edita: Espalda con Espalda y Little Butterfly Records (CD y vinilo). Disponible a partir del 16 de diciembre en plataformas y disquerías.