Cierta noción bastante instalada en el imaginario colectivo divide a los guitarristas, músicos profesionales con bagaje académico y repertorio universal, de los guitarreros, improvisados y tocadores “de oído”. El guitarrista es el virtuoso, el guitarrero es el bohemio, el “musiquero alterno de almacén y bar”. Si nos guiamos por este esquema, Julio Cobelli, Guzmán Mendaro, Nicolás Ibarburu y Andrés Poly Rodríguez son guitarristas; sin embargo, optan por definirse de la otra manera, y la elección no es inocente. En el fondo, esa dicotomía contiene una mirada hemipléjica de la cultura, que antepone las tradiciones europeas y anglosajonas, y por qué no, modernas o juveniles, por encima de los modos acuñados en nuestro continente, que soportan una carga estética como si ser de acá fuera de menor valor. Al llamarse guitarreros, estos músicos no remiten a grados de calidad o de complejidad de la obra, sino a una corriente artística que se puede rastrear a lo largo de más de un siglo y que, por supuesto, interpreta los llamados géneros criollos. “Es una escuela de guitarra que viene de muchos años atrás”, comenta Rodríguez en el corto documental que acompaña este trabajo. “También Julio la aprendió de otros guitarristas. Si se va pasando de generación en generación, no se pierde el estilo. Hay que tratar de copiar y escuchar lo que los maestros te dicen, porque ellos vienen con esa escuela, tratar de reproducir el sonido, como pulsar un milongueo. Es importante porque eso va quedando en nosotros, y luego nosotros lo transmitiremos a otra gente que quiera tocar la guitarra criolla del Uruguay”.
Tres guitarras y un guitarrón amalgamados, el particular pulse de la púa y la manera de armar las “voces” de cada instrumento son algunos de los secretos de este patrimonio que Rubén Olivera analiza de manera magistral en el librillo que acompaña el cuidado empaque. Milonga, gato, polca, rasguido doble, candombe y, por supuesto, tango son parte del repertorio, que comienza con “Miriñaque”, de Alberto Mastra, merecido rescate de un músico esencial y de notorio éxito en los años 50 pero que, con el tiempo, ha quedado un tanto relegado en la consideración popular, más allá de esporádicas versiones. Mastra también firma en esta placa, en coautoría con Félix Lipesker, el candombe “El viaje del Negro”.
El disco contiene 12 canciones registradas en dos sesiones de cinco horas, tres tomas de cada canción, palo y a la bolsa. A decir de Mendaro, “fue grabado a la vieja usanza, todos juntos tocando y sin monitoreo”. Esa calidez de las cuatro guitarras crujiendo al unísono y alrededor de un micrófono, como si se tratara del fogón, se nota, y expone un ensamble sublime, cuatro instrumentos que se convierten en uno, parte de lo que nos maravilla cuando escuchamos este sonido que solemos definir como “las guitarras de Zitarrosa”. No es casual que el álbum incluya cinco canciones del cantor con voz de otro‒“No se puede”, “Pa’l que se va”, “El violín de Becho”, “Qué pena” y “Stefanie”‒, en parte porque fue gracias a él que se terminó de pulir y popularizar el estilo, pero sobre todo porque da cuenta del periplo de Julio Cobelli por el mítico cuarteto, del que fue director y arreglador en su segundo pasaje, en los años 80 y tras la reapertura democrática. A las 24 cuerdas que atraviesan el larga duración las acompañan el acordeón de Gustavo Montemurro, que le da a la polca “No se puede” aire de patio fronterizo, y el djembé africano de Eduardo Pitufo Lombardo en “Siga el baile”, ese candombe que tenemos en la oreja por la versión noventera de Alberto Castillo y Los Auténticos Decadentes y que aquí traducen a las guitarras los músicos.
No todo en la música es matemática. Más allá de la partitura, del algoritmo que permite interpretar una obra cualquiera, están esos yeitos que se vienen legando de guitarrero a guitarrero. “Ellos han sido alumnos míos de tango, se arrimaron hace bastante tiempo para interiorizarse sobre el tango, cómo se toca, cómo es la interpretación, lo que es la armonización, todo ese tipo de cosas que tienen que ver con el tango que toco yo hace muchísimos años”, cuenta Cobelli sobre sus compañeros. Así se conserva esta particular forma de sonar que asociamos a Alfredo Zitarrosa, pero también a Amalia de la Vega o Carlos Gardel, y que está tan identificada con nuestro país como un coro de murga o una cuerda de tambores. “La única forma de aprenderlo era así”, agrega el maestro. “Si hoy no hay alguien que les transmita: ‘poné la mano así, la púa así, esto se hace así’.... Uno tiene que trasladar ese conocimiento, si no, se pierde”.
Para Ibarburu, “Julio es un purista de los lenguajes y estilos, pero está abierto a las propuestas: este es un disco en el que hemos probado un montón de cosas”. Prueba de ello es la “Milonga de las Américas”, única composición del grupo en la que experimentan con tímbricas foráneas, como la guitarra eléctrica y la guitarra de 12 cuerdas, que aportan otras sonoridades al ritmo criollo, reminiscencias del rock estadounidense o de los tumbaos y sones centroamericanos. Así como en un momento José María Aguilar incorporó la púa de carey o Gualberto López el guitarrón, estos aportes, lejos de profanar el género, lo enriquecen y universalizan.
“Me cambió la vida, me abrió la cabeza, tiene una manera de tocar la guitarra única en la milonga o los candombes, un sonido del que es abanderado”, concluye Ibarburu sobre Cobelli, con quien empezó a estudiar a fines del siglo pasado. Casi como un mandato, el cierre es con “La cumparsita”, a la que el más veterano de la banda define como “el tango más famoso del mundo” y en el que incluyen una variación hacia el final “a tres voces” que, según el maestro, es algo que nunca se hizo antes. Guitarreros es una excelente presentación de un proyecto que comenzó en 2015 y que tiene pretensiones de seguir, incluso con otros aportes fonográficos, en la persistente y poco rimbombante tarea de salvaguarda y construcción de una identidad musical. Como dice Mendaro, “una forma de sonar que es propia de nuestro paisaje sonoro y que nos acompaña desde que nacemos”.
Guitarreros, de Cobelli, Ibarburu, Mendaro y Rodríguez Música de la Tierra, 2021.