Muchos dicen que Los imperdonables, de Clint Eastwood, fue la película que despidió al western clásico estadounidense. Esto no significa que con ella se extinga la posibilidad de realizar películas de este género, pero sí el sentido de hacerlas habiendo habitado los conflictos detrás de los pistoleros imaginarios de la época. Un pistolero no es posible en cualquier lado, menos aún uno rodeado de desierto. Un pistolero tiene una razón para llevar su pistola y saquear los trenes. Durante la década de los 40, se da en Brasil un fenómeno particular: en el nordeste comienzan a realizarse películas inspiradas en el western spaghetti, pero enfocadas en los problemas cotidianos del territorio nordestino, a partir de las figuras de los cangaceiros, agrupaciones de bandidos que vivían por fuera de las leyes de los grandes terratenientes. Este fenómeno artístico se despliega en el mundo con el nacimiento del Cinema Novo, en manos principalmente de Glauber Rocha y Nelson Pereira Dos Santos, pero hoy podríamos pensar que se despide con la película Sertânia (2020), del recientemente fallecido director Geraldo Sarno.

Desde que el nordeste se juntó con el cine son muchísimas las miradas sobre esa realidad, desde Dios y el Diablo en la Tierra del Sol (1964) hasta Boi Neon (2015). No existe un solo tipo de cine sobre el nordeste, pero hay películas que tienen en común la búsqueda incesante por expresar y tratar de permanecer como representación de una cultura en un territorio con historias de esclavos, de hambre, de campesinos y de un paisaje particular y muy presente. Quizás este último elemento permitió a los directores como Geraldo pensar en westerns en los que los bandidos tuvieran un motor revolucionario. Una de las ideas fundamentales del nuevo cine latinoamericano fue la descolonización como misión. Un artista debía tomar consciencia de ser un colonizado, y una vez que tomara consciencia de aquello, debía actuar en consecuencia. Así, Geraldo Sarno hizo películas como Viramundo (1965), sobre los procesos migratorios del nordeste a San Pablo, y Coronel Delmiro Gouveia (1978), una película ambientada en el siglo XIX, durante el proceso de formación de la nación brasileña.

Algo particularmente interesante que atravesó la obra de este director fue la relación con el lenguaje y la teoría cinematográfica, un bagaje de conocimiento que llega a su punto cúlmine con Sertânia, una película que habla desde la agonía de un bandido. Un western alegórico sobre el fin de algo que culmina más allá del físico del personaje. Un estado de reflexión a la deriva que permite recordar las experiencias vividas, como creemos que recuerda aquel que está por morir. Esta última película de Geraldo trae los fantasmas de un viejo nordeste que ya va quedando anacrónico en la pantalla actual, pero que él aprovecha para su obra. Geraldo Sarno decidió, desde Viramundo, que las reglas que separan ficción y realidad nada tenían para aportar al cine, que justamente era una expresión que crecía allí, en el centro de ambas. Películas como Todo esto me parece un sueño (2008) y La última novela de Balzac (2010) son parte del repertorio más cercano temporalmente de este director que se inicia haciendo películas en 16 mm sobre la Reforma Agraria en el nordeste, desaparecidas durante la dictadura.

Un director que construyó cine para hablar sobre su tierra natal a través del conocimiento, y que logró armar, a partir de los bandidos de su tierra, westerns con conciencia de clase.