El poeta Alfredo Fressia murió el lunes de noche en San Pablo. La noticia se conoció ayer, cuando el también poeta y escritor Horacio Cavallo la hizo pública en Facebook, y desde entonces las expresiones de dolor y las publicaciones de sus versos en las redes sociales no se detuvieron. El Ministerio de Educación y Cultura (MEC) lo despidió con un texto breve en el que destacó que “su poesía aportó una dosis de frescura y honestidad en la escena local”.
Alfredo Fressia nació en Montevideo el 2 de agosto de 1948, pero desde 1976 vivía en Brasil, en la ciudad de San Pablo. En Uruguay fue profesor de literatura y de francés, hasta que la dictadura lo destituyó y lo forzó a un exilio que terminaría por ser un rasgo decisivo en su poética, no tanto desde el punto de vista temático como desde el reflexivo. La cuestión de la lengua como territorio, de la poesía como dualidad atravesada por la inspiración y por el esfuerzo, del destino como misterio y aceptación fueron parte de una obra que solía volverse sobre el poeta, nombrarlo, interpelarlo como a un prójimo o un doble. Su primer libro publicado fue Un esqueleto azul y otra agonía (1973) y le valió un Premio Nacional de Literatura otorgado por el MEC. Le siguieron más de 20 títulos publicados en Uruguay, Brasil, México, Argentina, Perú, Francia y Portugal. En 2019 publicó en Buenos Aires, a través de la editorial Lisboa, el ensayo autobiográfico Sobre roca resbaladiza, que al año siguiente saldría en Montevideo por la editorial Yaugurú. “En general me gusta que mis libros salgan primero en Montevideo, pero no siempre se puede. En este caso la edición argentina estuvo pronta en octubre del año pasado [por 2019], y fui a Buenos Aires a presentarlo. En marzo estuvo en Montevideo y por la pandemia recién pudo salir ahora”, le decía a Mariana Figueroa Dacasto en la entrevista que la diaria publicó, en julio de 2020, a propósito de la edición montevideana. De la presentación argentina, la poeta Paula Simonetti recuerda: “La última vez que lo vi fue en la presentación de Roca resbaladiza en Buenos Aires. En el 2019, que fue un año muy terrible para mí. Nos reímos tanto, muchísimo, y de cosas horribles. Leí ese libro de un tirón sentada en el banco de una plaza de Buenos Aires; para mí fue como una especie de consuelo y enorme alivio. Alfredo decía ahí cosas como ‘siempre fui extranjero’, en la más dura literalidad: decía que los poemas no se escriben en una ciudad geográfica, sino mental, que podría decir que todos sus poemas los escribió en Montevideo, que le gustaría morir en Montevideo, decía, y a la vez se acordaba de ‘No moriré en Montevideo’, un poema de los ochenta. Decía que ese libro fue escrito con cierta urgencia, después de haberse enfrentado cara a cara con la muerte, la real, no la literaria. Hablaba de la calle Marsella, en el barrio Reducto. Teníamos con él una especie de promesa: sacarnos una foto juntos en la calle Marsella. La poesía no se pierde, así que el dolor este es otra cosa. Alfredo es un hombre entrañable, lucidísimo y radiante, y sobre todo de una bondad y generosidad únicas, y por eso el desamparo es tan grande ahora”.
Su presencia entrañable y lúcida es lo que mencionan todos quienes lo conocieron. Nadie discute que fue una de las grandes voces poéticas uruguayas, pero también hay una gozosa coincidencia en la apreciación de su índole generosa, de su interés en la juventud y en los asuntos de la poesía. La poeta Melba Guariglia lo recuerda así: “No leí toda su obra, pero me gustó mucho Eclipse, un libro que fue de gran influencia en jóvenes poetas y que para mí mostró su definición poética en una antología de 30 años. Tengo el libro de Civiles Iletrados, 2003, pero creo que después se reeditó fuera del país1. Como amigo era excepcional, amable y generoso, era de millones de amigos y también de amigas. Querible, un humor irónico y una voz de poeta que seducían al más varón. Yo lo admiro como poeta y lo quiero mucho, porque está en mi biblioteca con todas sus voces”.
Fressia fue también crítico y publicó textos y crónicas en suplementos culturales en Uruguay, Brasil y México; fue traductor y profesor y participó en volúmenes colectivos de ensayos así como en antologías poéticas. Hugo Achugar, también poeta, además de crítico, ensayista y docente, recordó que hace pocos días el editor y poeta Gustavo Wojciechowski, Maca, se preguntaba en Facebook quiénes eran los grandes poetas uruguayos, y el nombre de Fressia apareció repetidamente entre las sugerencias. “Hay un consenso muy extendido entre los poetas de que es uno de los grandes. Muy querido por todos, entrañable, con diálogo con los jóvenes. Combinaba ser uno de los grandes poetas con un corazón enorme, con dedicación a los jóvenes. Eso muestra quién era y cómo se lo distingue. Este sentimiento de dolor y espanto que hemos sentido tiene que ver no sólo con la pérdida de un gran poeta, sino con la de una hermosísima persona”.
Nuestra compañera Mariana Figueroa, por su parte, dice que entrevistar a Fressia fue una de sus experiencias periodísticas más inolvidables. “No sólo desde el lugar de entrevistadora, sino también como poeta. En ese momento había publicado el ensayo Sobre roca resbaladiza, y me llamó la atención su forma de reflexionar sobre la poesía, de una forma tan vivencial y comprometida. Me dio, sobre todo, la impresión de ser una persona muy sabia, en un sentido muy profundo de la palabra sabiduría, el que no se refiere solamente a la erudición. La obra de Fressia es enorme, exquisita y sobre todo muy personal, trascendiendo estilos y camarillas. Es probable que, hasta hoy, fuera uno de nuestros mejores poetas vivos”.
La muerte le llegó la noche del lunes, después de varios años de mantener a raya una enfermedad que se complicó estos días. Su amigo Lucas Perito, poeta brasileño que lo acompañó en sus últimas horas, lo despidió compartiendo el último poema de su último libro, Última Thule, de próxima aparición en Yaugurú: Así / Mensurar las paredes de este cuarto / Absorber el silencio de la puerta / Girar la cerradura para siempre.
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Eclipse: cierta poesía 1973-2003, Civiles Iletrados. Montevideo-Maldonado, 2003; Alforja Conaculta-Fonca, Colección Azor, México D.F., 2006: Melón Editora, Buenos Aires, 2013. ↩