Esta película hizo furor en el último festival de Cannes, donde arrebató la Palma de Oro. Fue la segunda película dirigida por una mujer que ganó ese premio, y la primera que lo ganó sola (La lección de piano, 1993, de Jane Campion, empató con un film de Chen Kaige).
Es una película extraña, bizarra, perversa, impactante. Se han reportado casos de espectadores que se sintieron mal con las muchas imágenes de terror corporal. La placa de titanio en el costado del cráneo de la protagonista es lo de menos: un hombre es asesinado con un pincho clavado en el cerebro a través del oído, y otro tiene su sistema nervioso destrozado por una pata de silla presionada boca adentro. Para despistar a la Policía, Alexia decide cambiar su apariencia y, a tal efecto, se revienta su propia nariz golpeando la cara contra el borde de una pileta. También se rasca tanto la panza que termina abriéndose un agujero con las dimensiones de un huevo de gallina. Luego su panza se va a dilacerar. Hay casi un goce sadomasoquista en mostrarnos su piel cada vez más lastimada por la cinta pato, así como los moretones en la cola de su supuesto padre. Aparte del gore, la perversión está también en evocar el dolor, sobre todo para las mujeres: el tironeo en el piercing que una muchacha lleva en el pezón, o el intento desesperado de inducir un aborto introduciendo un pincho en la propia vagina.
La crueldad de la película va más allá. Esas exhibiciones de violencia explícita y perversa pueden verse como una especie de chiste cruel: son una transgresión de los límites del “buen gusto” y funcionan como una travesura formal entre cierto tipo de espectadores. Ese aspecto retorcidamente humorístico está reforzado por elementos grotescos o irónicos. El tipo al que le clavan el pincho en el oído larga espuma por la boca mientras tiembla convulsivamente mirando en dirección a la cámara antes de morir. La horrorosa serie de asesinatos en la casa de Justine está musicalizada con una animada canción ítalopop de Caterina Caselli. El título de la canción parece referirse a la amoralidad: “Nessuno mi può giudicare” (“nadie me puede juzgar”).
A todo ello se suma un aspecto queer que también puede resultar incómodo, aunque más no sea por cierta inestabilidad con respecto a las expectativas. Para escapar de la justicia y quizá también para construirse un lugar en el que albergarse luego de quemar vivos a su papá y su mamá, Alexia se hace pasar por el hijo, desaparecido en la infancia, de un capitán de bomberos. Si bien la actriz Agathe Rousselle tiene un rostro que no se corresponde a ninguna convención de belleza femenina y puede evocar algo masculino, su cuerpo es de modelo de pasarela, con lo cual su transición a varón queda bien andrógina. Para colmo, además de aplastarse cotidianamente el pecho con cinta pato para disfrazar sus senos, también tiene que hacerlo con su panza de embarazada. El bombero lleva tantos años de carencia afectiva por la desaparición inexplicada de su hijo chico que hace la vista gorda a la extrañeza del supuesto muchacho. Los demás bomberos suponen que el gurí es gay, y el padre intenta afeitarlo, en la creencia de que eso inducirá la aparición de un poco de barba. El padre ama a su supuesto hijo, y queda una tensión siempre presente ante la posibilidad de que ese amor se sexualice incestuosamente. Los bomberos se pasan armando bailes entre ellos, lo cual también dispara alusiones homosexuales.
Con respecto a Alexia, ella no parece ser ni hetero ni homo. Luego de que le implantaron la placa de titanio en el cráneo a consecuencia de un accidente automovilístico, su sexualidad se dirige a los automóviles. La vemos adulta por primera vez como bailarina en una especie de club erótico temático (automovilístico), que podría ser también un motor show animado con bailarinas que performan bailes eróticos alrededor de los vehículos. En el caso de Alexia, esa fetichización se literaliza: ella tiene relaciones sexuales con los autos. Su Cadillac se muestra bastante animadito en el acto sexual (salta, y en el movimiento, sus faros encendidos terminan alineándose con la cámara, llenando la imagen de luz). Alexia queda embarazada del auto: sus sangrados de ahí en más serán de grasa negra de motor, que es también el líquido que emanará de sus pechos. No hay ningún intento de racionalización de todo esto. No se trata de ciencia ficción o de una narrativa sobrenatural: la cosa se queda en el terreno de lo absurdo o lo surrealista.
La atracción de Alexia por los autos se extiende al metal en general. Cuando empieza la relación sexual fallida entre ella y Justine, ella parece mucho menos compenetrada con los senos preciosos de la compañera que con su piercing. Y la película misma tiene un carácter “industrial”. Casi no hay imágenes de la naturaleza. Si no me falla el recuerdo, no vemos un solo animal en la película. Vislumbramos vegetales de lejos y de pasada, desde alguna ventana en el rincón de un encuadre. Cuando nos metemos en un bosque, es porque se está incendiando. La única excepción viene casi hacia el final, en el plano panorámico en el momento previo al parto, dominado por un grupo de pinos. Por lo demás, predominan los interiores con iluminación artificial colorida: anaranjados, verdosos, rosados. La música incidental es casi toda sintética, y las canciones son todas en inglés. Los cuerpos están intervenidos, no sólo en el intento de Alexia de travestirse en varón, sino también en los esteroides (suponemos) que el bombero se inyecta en el intento de preservar su físico imponente y el vigor juvenil que se le escapa.
Muchos señalaron las correspondencias con el horror corporal de las películas de David Cronenberg y Takashi Miike. Hay vínculos también con Claire Denis (sobre todo con Hermosa tarea, Sangre caníbal y High Life). No es para el gusto de cualquiera, pero es una experiencia interesante, nos guste o no. Los absurdos no parecen tener un sentido alegórico definido, pero en todo caso hay un juego poético consistente con ciertos símbolos: Alexia tiene un costado pirómano y busca abrigo en el cuerpo de bomberos; el bombero varón que extraña a su hijo perdido prende fuego su propia panza mientras Alexia está por dar la luz a su niño-auto.
Titane, dirigida por Julia Ducournau, con Agathe Rousselle, Vincent Lindon Bertrand Bonello. Francia / Bélgica, 2021. Mubi.