Liliana Herrero nació en 1949, en Villaguay, provincia de Entre Ríos, rodeada por los determinantes cauces de agua de la región y por los vientos que llevan y traen sonoridades, desde las altas cumbres de los Andes hasta la levemente ondulada pradera de la banda oriental del Uruguay. La música terminó de entrar en su casa cuando tenía nueve años y en forma de piano, regalo de su padre. En los 60 se mudó a Rosario para estudiar filosofía. Participó en los años oscuros y fermentales de la política y la cultura argentinas, hasta que recién en 1987, 38 años después de la tonada primigenia y con el empuje de su amigo Fito Páez, editó su disco debut.

En los 90 comenzó a hacerse de un nombre en escena y de a poco la cantora le fue ganando terreno a la profesora de filosofía. Dejó las aulas a finales de la década, aunque asegura que fue más por el clima neoliberal que ganó las instituciones en esa época que por su trabajo musical. De todas maneras, música y filosofía conviven. A lo largo de sus 15 discos solistas y dos en colaboración con Juan Falú, la entrerriana ha recorrido gran parte del cancionero folclórico argentino y de un poco más allá, con un estilo tan personal como rupturista y un canto que le sale por todo el cuerpo. Hay mucho rock en sus interpretaciones, más allá de cargar durante años con la pesada mochila de haber sido catalogada como la heredera de Mercedes Sosa y las reminiscencias ancestrales de su voz, que recuerda al canto anónimo de las bagualeras de los valles andinos.

El 19 de marzo se presentará en el teatro Solís en formato trío, junto a Pedro Rossi en guitarra y Ariel Naón en contrabajo, además de invitados de nuestro país, parte de las amistades generadas en este camino. Será otro paso en el retorno a los escenarios, tras dos años de una pandemia que la tocó de cerca, ya que en junio de 2021 su compañero de casi 40 años, el sociólogo y escritor Horacio González, falleció de covid, tras una larga convalecencia. Al momento de conversar con la diaria está en Punta del Diablo, alojada en casa de unos amigos y disfrutando de una de las orillas que inspiran el espectáculo.

Hace unos días cantaste con María Gadú, de Brasil, y Silvia Pérez Cruz, de España, acá en Uruguay, en Punta Ballena, en el marco del festival Medio y Medio. No se me ocurre mejor definición de “encuentro”.

Es una linda definición, porque también estaba Pedro Rossi, de Argentina, guitarrista, compañero, músico maravilloso, y también una de las noches nos vino a escuchar Fernando Cabrera, así que también subió al escenario a cantar con nosotros. O sea que fue un encuentro perfecto.

Un gran tuco.

Sí. De distintas nacionalidades y unificados alrededor de la música y de la poesía, eso no es poco.

¿Es lo que has hecho a lo largo de tu carrera?

Creo que sí. Creo que es lo único que he hecho [se ríe]. Crear encuentros musicales, crear comunidad, pensar la música como un lugar común, como un lugar libre, creativo, un lugar emancipado y feliz. Y de memoria, también: me parece que la música es memoria, de cada territorio y de cada tiempo.

Siento que tu música no se queda sólo en la memoria.

Porque la memoria es eso, la memoria no es algo que queda detenido en el pasado, sino que son acontecimientos capaces de ser interrogados todo el tiempo desde el presente, y también es una apuesta a lo que vendrá.

¿Qué tienen en común la filosofía y el canto?

Todo. Porque son pensamientos sobre el mundo, sobre las relaciones, sobre los sonidos, me parece que tienen mucho en común. Por supuesto que cada una tiene sus prácticas y pensamientos específicos, pero pienso que pueden encontrarse, se deben encontrar de algún modo, porque son reflexiones sobre el mundo y sobre la naturaleza, sobre las personas, sobre las relaciones, sobre las antiguas y las nuevas creaciones. Hay una relación siempre fundamental entre el pasado y el presente. El pasado nunca es nada si no es interrogado por el presente, y el presente sin memoria tampoco es nada. Ahí se produce ‒tal vez podríamos llamar así a eso‒ una pequeña reflexión filosófica, una especie de filosofía de bolsillo.

Liliana Herrero.

Liliana Herrero.

Foto: Nora Lezano

Por ahí te leí que enseñar es aprender, ¿tiene que ver con eso?

Sí. Enseñar tiene esa virtud. No es que una persona le transmita a otra un conocimiento, el conocimiento y la enseñanza son una conjunción, es una comunidad también. Entonces es un ir y venir de saberes que provienen de distintas personas de distintos lugares. Eso fue lo que pasó en el concierto el otro día en Punta Ballena, cada una llevaba en sí misma un canto y una lengua propia de su territorio, con mucha y exquisita memoria. Aprendí mucho en estos conciertos, por ejemplo, y creo que a Silvia, a María y a Pedro les pasó exactamente lo mismo. Nos fuimos cada uno con un bagaje que no nos pertenece directamente pero que, al encontrarnos, produjo una enseñanza y un aprendizaje.

Ahora que hablás de territorios, Raly Barrionuevo me decía que, por ser santiagueño y cordobés por adopción, Uruguay siempre fue algo que quedó lejos. En tu caso, Rosario, y sobre todo Villaguay, parecen estar en un enclave estratégico. ¿Cómo influyó eso en vos?

En el caso de mi lugar de nacimiento, Entre Ríos, nunca me fue lejano Uruguay, jamás, porque estamos muy cerca. Y Rosario, de algún modo, se acerca mucho a Montevideo. Es una ciudad más pequeña que Buenos Aires, a mí me recuerda mucho Montevideo a Rosario y viceversa. O sea que mi relación con Uruguay ha sido, desde niña, muy decisiva.

Eso se refleja en tu obra, en la que visitás el repertorio uruguayo asiduamente.

Lo explicito porque efectivamente fue así, y porque muchas músicas y músicos de este país son personas con las que he estado mucho tiempo muy cerca. He aprendido mucho y hemos cantado mucho juntos. Eso hace también que recuerde antiguas experiencias de la niñez.

Siempre las músicas y los músicos uruguayos me han interesado. Los recuerdo con mucho amor. En este momento se me ocurren dos personas que fueron muy importantes para mí, una fue Osvaldo Fattoruso y la otra Daniel Viglietti. Fueron tal vez mis dos primeros amigos uruguayos. Después canté con Sara Sabah y con Anita Prada, en el disco de La Otra [Dos, 2005]. Ahí también estuvo Urbano Moraes, estuvo Fernando Cabrera dirigiendo. He cantado mucho con [Pablo] Pinocho Routin, con el Pitufo [Eduardo Lombardo]. Pero los dos primeros amigos que conocí, con los que estuve muy cerca, en la forma más bella que es la amistad, fue con Daniel y con Osvaldo.

Tu carrera de alguna manera se inicia con la frase “dejá de cantar en la cocina y vamos a grabar”.

Esa frase la formuló Fito. En ese momento estábamos muy cerca, en Rosario los dos. Me dijo: “Basta de cantar en la intimidad del hogar y vamos a una sala de ensayo”. Una sala que él tenía en Buenos Aires, que ni siquiera era un estudio de grabación. Ahí hicimos un demo, después volví a Rosario, armé una banda y salió el primer disco, el segundo, el tercero, y ahora ya no sé ni cuántos discos he grabado, no me acuerdo [se ríe].

Me da la sensación de que tu obra sigue manteniendo ese espíritu del canto de cocina.

Nunca lo perdió. Esa cocina nunca se va a ir. Porque esa es mi vida, mi historia, mi casa, mis amigos, mi familia. Un pensamiento sobre la patria, las patrias, vamos a decirlo en plural. Eso no creo que se vaya a esta edad y no quiero que se vaya.

Repaso tu discografía y empieza y termina en Fito Páez.

La relación entre Fito y yo es antiquísima. Es una relación que nunca terminará y que siempre continuará. Si la tuviera que definir de alguna manera es una “relación familiar”. Estuvo muy cerca mío en momentos muy complejos, y a la inversa también. Quería alguna vez hacer un disco exclusivamente con canciones de Fito y fue lo que hice en Canción sobre canción; es un tema de él ese título, pero es el único tema que no hice. Se dio esa paradoja [se ríe].

¿Este disco lo financiaste de forma colectiva?

Sí. Es la primera vez que hago esa experiencia. Con un sistema no tradicional, no que la gente tuviera que depositar en una cuenta bancaria un dinero para que yo pudiera empezar a trabajar. Fue una convocatoria que hicimos para que la gente adelantara el dinero del disco que iba a tener. Por eso, para nosotros el primer concierto era una especie de ensayo general de lo que fue el disco después, y esas personas que fueron tenían la posibilidad de ir con una sola entrada al segundo concierto y ahí ya recibir el disco terminado. Eso fue un invento que hicimos y resultó, la gente lo apoyó con gusto, me parece. Estoy segura de que sí.

Liliana Herrero.

Liliana Herrero.

Foto: Seba Miquel

Me imagino que vos tenés la oportunidad de que una discográfica edite tu trabajo. ¿Por qué este camino?

Yo pertenezco a una discográfica pequeña, pero no es que no tenga posibilidad, es una elección. Solamente tengo un disco con una multinacional, que fue Isla del tesoro (1994), pero hace tiempo de eso, y esa experiencia fue para mí suficiente; todo lo que hice antes y después lo hice de otra manera, con discográficas pequeñas, donde yo puedo saber exactamente qué es lo que pasa con la música que hago y con la música que grabo. Eso es lo que quería tener para mí. Tengo esa idea porque yo, como legado, voy a dejar lo que grabé, voy a dejar los conciertos en vivo, y eso quedará para mis nietos, para mi hija, mi familia y mis amigos. Quería eso para mí.

¿Eso también te da libertad artística?

Nunca no tuve libertad para elegir el repertorio, jamás. Ni para hacerlo con el sonido que yo quisiera, incluso en ese disco, Isla del tesoro, que grabé para una multinacional. Nadie intervino en mis elecciones artísticas ni musicales. Nunca; si no, me hubiera retirado.

¿Cómo venís sobrellevando la vida luego de la partida de tu compañero, Horacio González?

La pandemia ya fue un desastre y una catástrofe para los pueblos, es lo que yo pienso. En lo personal me tocó vivir la peor experiencia que podría haber vivido. Hay otras feas en mi vida, pero esta fue de la más tristes y de la cual aún no me repongo. Sólo me repongo cuando estoy arriba de un escenario y canto, porque estoy convencida de que si a Horacio no se lo hubiera llevado el virus, quien sabe a qué cielo se lo llevó, y me estuviese viendo, estaría muy feliz de que yo estuviera arriba de un escenario.

¿De qué va a ir Orillas?

Voy a cantar algunos temas del disco Canción sobre canción, voy a mezclar repertorios más antiguos, más nuevos, otros que estoy pensando. Voy a tener invitados, porque mis amigos uruguayos quiero que vayan. Por ahora he hablado con uno solo, con Fernando [Cabrera], que va a ir, y a los otros que llame que ojalá puedan ir. Lo que quiero es que esa persona invitada que vaya no tenga que molestarse en preparar un repertorio conmigo, sino que suba, en este caso Fernando, y me canten a mí lo que quieran.

¿A qué responden estas orillas?

Pensé en muchas cosas, que esas orillas no nos separan sino que nos están uniendo constantemente. Esas orillas son para caminar un poco sobre el agua y estar juntos. Hay orillas porque hay países, pero hay encuentros que permiten esas orillas que son maravillosos. Como diría la canción de Milton [Nascimento], las orillas permiten “encuentros y despedidas”.

Fuiste catalogada como una de las “hijas” de Mercedes Sosa. Veo el panorama musical de Argentina y creo que hay muchísimas nietas.

Muchísimas: una de sangre que es Araceli Matus, su nieta, que acaba de grabar un disco precioso en el que grabó un tema de Eduardo Mateo, “Esa tristeza” [y “Canción para renacer”]. Hay muchas herederas de Mercedes, pero porque ella donó a los músicos y a las músicas todo lo que sabía de la música, la forma en la que ella cantó, la extensión de las canciones, la elección del repertorio, el modo de cantar, todo fue un legado de Mercedes para las cantoras, un legado enorme y precioso y aprendimos muchas cosas de ella, tenemos que estar agradecidos por eso.

Orillas. Liliana Herrero. Teatro Solís. 19 de marzo a las 21.00. Entradas en Tickantel y boletería del teatro.