En casi treinta años de carrera como director de cine, ésta es la primera película de Guillermo del Toro que no tiene elementos sobrenaturales. Está basada en una novela noir de 1946, llevada al cine al año siguiente con el mismo título de esta nueva versión (tanto en español como en el original en inglés), con dirección de Edmund Goulding y protagonizada por Tyrone Power. Pero si de apartarse de lo sobrenatural se trataba, la elección del asunto es un poco tramposa, ya que si bien casi todos los elementos se explican dentro de un naturalismo un poco forzado (como suele ser el de las películas hollywoodenses), el ambiente es el de un circo de atracciones lleno de freaks, lo que remite al cine de terror, y el protagonista es un adivino mentalista, es decir, una especie de mago que simula poderes telepáticos y una conexión con el más allá. Así que abundan las oportunidades para dar salida al gusto de Del Toro por las evocaciones de lo sobrenatural, las deformidades, el gore, el clima medio gótico (relámpagos, nieve sobre una tumba, la simulación de una fantasma cubierta de sangre). El dueño del circo guarda una colección de frascos con fetos conservados en formol que tiene como pieza estrella un nacido muerto con una especie de tercer ojo incrustado en la frente, y una costura de arriba a abajo del cuerpo, que quizá derive de una autopsia. Los asesinatos que vemos hacia el final son una oportunidad para ejercer el gusto del director por las imágenes horrorosas de rostros aplastados. Es decir, los fans de Guillermo del Toro no se van a ver defraudados.

Más allá de esas presencias autorales evidentes, lo específico de esta película son el referente noir y la ambientación. El noir tuvo varias vetas, y esta no es la más conocida —la que involucra detectives y criminales armados con pistola—, sino la otra, más emparentada con el realismo poético francés. Tenemos a un protagonista de origen trabajador que vive casi al margen de la sociedad legal. Al incursionar en procedimientos peligrosos, por un momento vislumbra el éxito, pero a la larga cae estrepitosamente. La caída está, en muchos sentidos, predestinada, y las alusiones a ella en las tiradas del tarot podrían tomarse como una tenue excepción sobrenatural en la película. Tenemos también a una mujer fatal, en este caso terriblemente fatal, y los peinados rubios de Cate Blanchett, su rostro entre seductor, desafiante y levemente maligno, sus vestidos, sus poses (y su pistola) son el principal acercamiento al noir más típico. Y está además la tan hitchcockiana mitificación del psicoanálisis.

La película está tajantemente dividida en dos partes. En la primera, en 1939, predominan los rastros de la Gran Depresión entre las clases trabajadoras, ambientación rural o interiorana, el mundo nómade peculiar y sórdido de la feria de atracciones. En la segunda, en 1941, Stan subió de nivel y está trabajando como mago en hoteles y casas nocturnas frecuentadas por la élite de lo que parece ser Nueva York (hay alusiones al cabaret Copacabana). En esta sección urbana predominan los trajes elegantes, los decorados y objetos escénicos art déco. En ambas vetas, muy distintas entre sí, hay una exquisitez de reconstitución de época y de creación de ambientes preciosos. Por buenos motivos esta película está nominada a los Oscar de dirección de arte, vestuario y fotografía. Ambos ambientes contrastantes, el sórdido y el opulento, están unificados por una paleta de colores en la que predominan el anaranjado, el marrón y el verdoso amarillento. Hubo un empeño notorio en esos aspectos, y los espectadores sensibles a ellos ya tienen con qué llenarse los ojos.

Por otro lado, el talento notorio de Guillermo del Toro para coordinar los movimientos escénicos con el desplazamiento de la cámara se acerca incluso a Steven Spielberg en el juego plástico con los volúmenes y equilibrios cambiantes en cada plano. Hay momentos primorosos, como el baile de Stan y Molly en la calesita, con el triple patrón de movimientos giratorios (el de la pareja, el de la calesita y el de la cámara). Lilith prende un fósforo y luego del detalle de su mano, del fósforo y de la llama, la cámara asciende y retrocede hacia un plano medio en que ella enciende el cigarro de Stan. En sí mismo esto es muy elegante, pero Del Toro no tiene ni una pizca de la habilidad compositiva de Spielberg: el plano inmediatamente anterior mostraba a Stan agarrando el cigarro, y nuevamente empieza con el detalle del cigarro en la mano, la cámara asciende y retrocede hasta el plano medio de él, poniéndose el cigarro en la boca, con Lilith al fondo. No me pareció que se tratara de una rima visual con algún efecto rítmico particular, sino una mera redundancia. Cada vez que el personaje se acerca hacia la delantera del encuadre por un pasillo, la cámara avanza hacia él, para que la imagen “avance más”, y esto ocurre tantas veces que pierde todo efecto.

Luego del Oscar a mejor película de su obra precedente, La forma del agua (2017), Del Toro creció aún más en su ya considerable estatus dentro de Hollywood, y Nightmare Alley ostenta unos valores de producción llamativos, incluido un reparto con dos ganadoras del Oscar (Blanchett y Mary Steenburgen) y seis nominados (Bradley Cooper, Rooney Mara, Toni Colette, Willem Dafoe, Richard Jenkins y David Strathairn), varios de ellos en actuaciones realmente notables.

Pese al prestigio de las nominaciones al Oscar (aparte de las nombradas, corre para mejor película), el desempeño de Nightmare Alley en taquilla en Estados Unidos fue decepcionante y ni siquiera cubrió los costos. Esto puede deberse a que es una película de interés netamente adulto, no juvenil, y la franja de edad de mayores de 30 viene siendo renuente a regresar a las salas cinematográficas del circuito comercial. (Algo de eso influyó en el similar fracaso comercial de Amor sin barreras, de Spielberg). Pero quizá el desinterés, en este caso, derive también del carácter medio vacío de este tipo de ejercicio en un estilo histórico, homenaje paródico hecho por alguien que (al contrario del caso de Spielberg en Amor sin barreras) no parece tener un vínculo especial con el cine al que está aludiendo en esta realización.

El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley). Dirigida por Guillermo del Toro. Basada en novela de William Lindsay Gresham. Con Bradley Cooper, Cate Blanchett, Rooney Mara. Estados Unidos, 2021. En varias salas.