Más que un conjunto de obras, la exposición de Fernando Sicco en la sala María Freire es una gran obra compuesta por varias secciones. La idea de transformación es su eje, pero también abre una reflexión sobre las escalas en el arte, el reciclaje, la apropiación de una iconografía ajena y la forma en que contamos nuestra historia. El origen de la muestra son pelusas usualmente descartadas, que atraviesan diferentes procesos hasta convertirse en vestuario inspirado en siete personajes de Juan Manuel Blanes.

Expuestas como joyas, antes de ingresar a la sala encontramos a las pelusas sobre un pedestal y protegidas por una campana transparente. Cuando entramos, lo primero que vemos es una serie de fotografías macro de las pelusas a modo de figuras abstractas, donde las líneas microscópicas se tejen como cables enredados. Uno siente ganas de tocarlas, parece que se van a salir del cuadro, y casi se puede sentir su textura rugosa. Algunas parecen pedacitos de cristal, otras, un elemento en descomposición, y otras remiten a un paisaje de tierra y mar. Ocres, blancos, azules y violetas estallan desde las paredes.

En otro pedestal, en medio de la sala, se exhibe el quitapelusas que, a modo de escarabajo, muestra su panza transparente en la que se aloja el material desechado. El origen de la muestra. Un elemento doméstico con la utilidad de retirar las imperfecciones de la ropa, que, como los “objetos encontrados” de Marcel Duchamp, cobra relevancia artística por el contexto privilegiado en que se lo coloca.

Unos pasos más adelante nos cruzamos con el primer cambio de escala de la muestra: de la pelusa llegamos a 14 paneles de telas sublimadas de más de tres metros de altura que forman fractales de colores. Allí los dibujos originales se multiplican, dando lugar a figuras geométricas que remiten a mosaicos o tapices.

Según contó Sicco, buscó dialogar con la arquitectura del sitio donde expone. De esta forma –hecho usual en el arte contemporáneo– se involucra la obra con el espacio específico que habita: “En el edificio la arquitectura es muy simétrica; tiene patrones en la claraboya, en el piso. Me inspiré en eso. Empecé a trabajar en base a fragmentos de las fotografías para crear patrones, y ahí descubrí un mundo fascinante”.

Sobre el final de la sala las telas se transforman en un vestuario inspirado en siete personajes de Blanes y expuesto sobre maniquíes. La ropa adquiere el prestigio de obra de arte. Aquí los fractales que colgaban de las paredes se multiplican dando lugar a estampados. La idea de reproducción, que ya asomaba en el tramo anterior, cobra de este modo verdadero protagonismo.

Así se repiensa la obra de Blanes en el museo que lleva su nombre y exhibe sus cuadros. La iconografía del “pintor de la patria” servía para documentar los hechos históricos en un tiempo sin fotografías ni cine, pero no dejaba de ser también una ficción, y en eso se buscó hacer énfasis.

Sin un afán cuestionador, Sicco estableció un diálogo con Blanes desde una nueva perspectiva: “Él era consciente de que con su pintura estaba creando un imaginario en una nación que se iniciaba. Más allá de que todos hemos visto, por ejemplo, el cuadro del desembarco de los 33 orientales casi como si fuera un documento fotográfico, no lo es. Es la obra de un artista”.

En un video vemos el vestuario recreado por Sicco y los cuadros en los que está inspirado. Las arrugas y pliegues de la tela en las obras de Blanes son reproducidas, al igual que las formas y los gestos de los personajes, pero se introduce una nueva gama de colores y texturas.

Clara García de Zúñiga, a quien vemos en el retrato como niña, aparece caracterizada como una mujer, y Sicco reproduce el escote de seda plegada en pico que vemos en el cuadro, pero luego el vestido cae en una elegante forma de A. También nos encontramos con un Juan Antonio Lavalleja con cuerpo de mujer portando una bandera blanca y vestido en tonos de violeta y celeste.

A medida que uno se acerca puede ver las pelusas que forman los estampados. En esta interpretación del imaginario de Blanes encontramos prendas sin género, telas como la gasa y la seda para vestir cuerpos masculinos y una modelo con piercings y tatuajes. También referencias a pueblos originarios y hasta estampados que parecen una nebulosa perdida en el espacio.

Según Sicco, es una apropiación pensada desde la óptica de 2022. En ese sentido, la pintura “Juramento de los Treinta y Tres Orientales” es un buen ejemplo para ilustrar los cambios que propone: “Es un cuadro belicista y hay demasiada testosterona. En el siglo XXI, con algunos cambios que se han logrado y otros que no, actualizamos ese discurso. Es pensar cuáles son los nuevos desembarcos posibles. Cuáles son las reivindicaciones de las luchas de hoy”.

Ya que la exposición parte de desechos como las pelusas para llegar al vestuario, abre preguntas sobre el reciclaje y las posibilidades de una economía circular. A su vez, la ropa se suele producir masivamente, por lo que también invita a una reflexión sobre el consumo. “La exposición como obra se vincula con el diseño y, eventualmente, la producción, porque las telas se podrían comercializar. Hay un borde de la experimentación que me llevó a la pregunta de cuál es la relación de lo que estoy haciendo con el mercado”, dice Sicco.

Así, mediante la articulación de diferentes lenguajes, la muestra abre varios frentes para discutir sobre arte, economía y representación. Además, coloca ante nuestros ojos una realidad que no siempre vemos: cómo la forma en que contamos nuestra historia es también una creación y, por tanto, una ficción. Sicco nos advierte que sobre varios de estos temas todavía queda mucha tela por cortar.

El vientre del escarabajo / cuestión de escalas. Fernando Sicco. Museo Juan Manuel Blanes (Millán 4015). De martes a domingos de 12.00 a 18.00.