Cuando José Arenas tenía 13 años, a su madre le llamaba la atención que pasara todo el día escuchando tango. Luego de varias noches aturdida por el inusual y repetido comportamiento de su hijo, se convenció de consultar a un psiquiatra. La Orquesta Fernández Fierro lo salvó. Los concurrentes a uno de sus espectáculos se veían —por la tele— no muy diferentes al incipiente poeta, músico y novelista, así que la madre comprendió que su lúgubre criatura no estaba sola.
“De adolescente era dark. Mi padre es muy rockero y yo escuchaba lo mismo que él”, recuerda Arenas. “En algún momento, cuando se puso de moda el rock uruguayo, me pareció que era una porquería. Un amigo que tocaba el piano me dijo un día: ‘me dieron un tango para tocar. Probalo, si querés’. Era “El choclo”; lo empecé a tocar en el piano y pensé ‘esto es increíble’. A su vez, en el liceo una profesora de Sociología trajo la letra de “Cambalache” y me pareció que era lo más genial del mundo, que lo dark y lo punk mío estaban ahí. Fui a la casa de mi abuela, agarré un cassette de Ruben Juárez y me encantó. No había internet ni muchos discos en esa época”.
Gonzalo Irigoyen fue cantante de una banda de rock. “En un momento quise mejorar y empecé a estudiar con Luis Apotheloz; él venía del canto lírico y me pasaba repertorio de lo que a mí me interesaba. Un día me dijo: ‘vamos a hacer algo distinto. Te traje un tango’. Y era “Mi noche triste”, de Carlos Gardel. Cuando terminé de cantar ese tango, sentí algo que nunca había experimentado. Conecté con ese tango, que tiene una sensibilidad muy de barrio y muy lejana a la vez. Y ahí le dije al profe: ‘traeme otro tango que quiero sentir esto cada vez que canto’”.
El poeta y el cantante se conocieron en un evento de homenaje a Horacio Ferrer. Irigoyen ya conocía (y le gustaba) la novela que Arenas publicaba en capítulos en su facebook y a Arenas le gustó que Irigoyen tuviera su propio swing y que no engolara como muchos otros intérpretes de tango. El tecladista Álvaro Hagopian ya venía trabajando con Arenas, y cuando el trío estuvo de acuerdo en sacar a la calle una propuesta tan innovadora como fiel a las raíces del género, un cuarto integrante, el violinista Matías Craciun, fue primero invitado de lujo y luego un integrante más del grupo.
“Pasó algo que funcionó, el piano, la poesía performática y el canto”, resume Irigoyen sobre el origen del proyecto.
Piazzolla x 101
“La idea es rescatar algunas obras menos transitadas”, dice Arenas sobre este show que rinde homenaje al músico y compositor argentino y que tendrá su cierre de ciclo el viernes. Sobre el repertorio, adelantó: “Entre los instrumentales hay una milonga que se llama ‘Celos’. Está ‘Escolaso’, que es uno de los movimientos de la Suite Troiliana, y dentro de las canciones hay un fragmento de ‘María de Buenos Aires’ que hacemos Gonzalo y yo. Incluimos una obra que compuso con Homero Espósito en los 60; de los 80 hacemos el tema de la película Sur y de los 70 tenemos para elegir entre toda la obra con Horacio Ferrer. Piazzolla, además, compuso con poetas de otros idiomas, entonces aprovechó para hacer versiones libres de ‘Che, tango, che’, que originalmente se grabó en francés, y de un tema en italiano que se llama ‘Se potessi ancora’”.
“Hay un lugar de Piazzolla que no es tan enérgico, que es más tranqui, que a mí me encanta. Con Álvaro a veces tenemos que cuidar el repertorio, porque si es por nosotros tocamos todos temas de ese tipo y queda un bajón el espectáculo. Encontramos la belleza en eso”, reconoce Irigoyen, aunque al mismo tiempo el tango que más le gusta cantar es “El gordo triste”.
“Lo favorito mío de Piazzolla —de lo cantado— es ‘María de Buenos Aires’. Y de lo instrumental, el quinteto para mí es su mejor formación. Sobre todo su última etapa es un despliegue de virtuosismo que me fascina”, dice Arenas.
Por el bajo
“Hay 15 bandas de tango en la vuelta que militan por el género. Es un ambiente muy under, y creo que lo que motiva al movimiento es un giro identitario, volver a descubrirse uno en sus raíces. Para muchos, hoy, el rock ya no es un lugar de pertenencia”, asegura Irigoyen.
“Si hacés tango, por más establishment que seas, sos under”, entiende Arenas. “Hay un tango careta que recibe el aplauso fácil, hay un tango falso aliado, atento a captar minorías, y después hay un tango que es el que tratamos de hacer nosotros y otra gente, que es el genuino; buscamos una verdadera ruptura, haciendo tangos nuevos y metiéndonos en lo que nos importa de nuestra sociedad ahora. Yo hace mucho que compongo letras que tengan que ver con lo queer. Y si en un momento no las usás, no entran nunca. Es como cuando Alejandro Schwartzman escribió, en el 98, ‘Pompeya en el olvido’, que habla de una abuela que busca a su nieta desaparecida. Al principio, parecía rarísimo, pero era el momento para hacerlo. Pasó lo mismo con ‘Balada para un loco’. A todo el mundo le parecía un disparate que hablara de un astronauta y no sé qué, pero un día tenés que provocar una ruptura y pegar una buena patada. Una revolución nunca es pacífica. En algún momento, o el lenguaje se vuelve violento, radical, o vuela un botellazo, o no se cambia nada. Y lo mismo pasa con el tango”.
Tango Ritual: Piazzolla x 100. Centro Cultural Artesano (bulevar Aparicio Saravia 4697 esquina avenida Sayago). Viernes 1º de abril a las 20.00. Entradas $ 400 en Tickantel.