El libro es una orilla, un risco, una isla bordeada por el mar final de todo lo desconocido; al mismo tiempo el tiempo es detenido por las huellas escritas con el cuidado del paso de baile que ha sido la vida del poeta que se va. Se embarca con rumbo a la Última Thule mítica o en busca de una piedra ignota hundida en lo oscuro del espacio sideral, una amenaza a la vida en la Tierra, una como tantas, un golpe para el planeta como las trastadas que los humanos les juegan a sus semejantes que escuchan la lengua en sílabas de aire sin curvarse ante la disciplina inconsciente de los golpes, del golpe, de la supuesta biología.

Sabe Alfredo, de carne y versos, que se va, que quedaremos leyendo el río de tiempo detenido, museo propio, personal y nuestro por su voz, y tras él la tradición de los poetas, la inmortalidad que tocan con palabras los mortales que se inclinan frente al templo que se labra con las manos, un avanzar de edificios de estrofas que llevan a la calle Marsella en Montevideo, a Santos, a Durazno y Andes, a Ipanema, a la Rosaleda o “tal vez en el Prado/ o quién sabe en Provins donde nunca estuvimos y sólo fuimos, ebrios/ un perfume”, en la Estación Central, en un árbol del saber original bajo el cual “supo el niño su sino de poeta,/ la magia dócil de la enjundia verde/ que sigue refugiándose en la sombra/ montevideana de los paraísos”.

Repasa con los dedos la escultura del recuerdo de los hombres que amó y que lo amaron, los muchachos que bailaron con él las notas de un tango en un boliche de aquel tiempo de striptease, un alma, lo dice, “como un viejo disco/ que gira una vez más su vinilo con ruidos”, lo percibe detenidamente cuando sabe que es el día en que no tiene futuro, que no lo esperan “aventuras ni ardientes profecías”, el mismo hoy que se perderá en el pasado que lo lleva a la humedad de los muros de su infancia, a los cuerpos una y otra vez pero siempre en torno al alma que guarda, al final del camino, en un cuarto paulista el resumen recurrente de los temas de su vida y sabemos que, en definitiva, sus hilos son únicos en el tránsito que todos hacemos por los pocos motivos que tiene la existencia y, por lo tanto, el arte.

Dialoga la obra con el hombre que la urde en años largos pero más breves que el rumor de versos que valen por sí mismos y conversan, además del comercio con el mundo de quien lee, con todos los versos de la tradición, esas formas que el oído reconoce endecasílabas o de siete golpes de sonido en el silencio de la hoja, o como las huellas de cinco, siete y cinco delicados momentos japoneses que se fijan en la luna, en Urano, en Neptuno y en Plutón como cuando Úrsula punza la boyuna yunta. Las formas son contenido y el contenido formas, la elegancia en la dicción es propia, sin alardes, de quien sabe recorrer un escenario, del oído que escucha y recorta los sobrantes de palabras dejando sonar la canción del silencio, dice lo que tiene que decir, lo que precisa lo necesario, no se encuentra la poesía sin trabajo de medir, de afinar, de decir y de callar y la musa baila alegremente cuando tiene por pareja a una buena inteligencia, la de un hombre que, además, es buenamente bueno.

Esta vida que es sueño, ilusión, albergó por cierto tiempo a un poeta intemporal que supo vetar el fluir y verlo todo junto; hace poco partió, en lo más gris de Brasil, el poeta de otro Montevideo, era un albatros de alas amplísimas. Sin embargo parece, al leer su dicción impresa en la linda edición de Yaugurú, que estuviera él mismo escandiendo sus huellas, en un aire indefinido que no sabe de fronteras ni límites físicos, comentábamos con un poeta amigo que me parece que está ahí, que lo escucho con el oído interno que cambia el adverbio por “aquí”. Es su último aliento, póstumo, tan precisamente humano como todos los demás, el libro puede leerse como un solo poema, una retirada meditada entre pandemia y quimioterapia, en la danza memoriosa de la soledad y la compañía, es sus pasiones, su pasión, la paz de quien se va habiendo vivido con la misma armonía de un soneto, de un haiku, de un alma libre.

Última Thule. De Alfredo Fressia. Montevideo, Yaugurú, 2022. Diseño de Gustavo Maca Wojciechowski. Fotografías de Paola Scagliotti.