En un artículo fechado el 8 de agosto de 1952 en The Lepidopterists’ News, el boletín mensual de la Sociedad de Lepidopterología editado por la Universidad de Yale, el maestro ruso Vladimir Nabokov, que dedicó varias horas de su vida a cazar mariposas, diseccionarlas sobre la mesa de laboratorio y registrar las observaciones en diversos textos científicos, relata su accidentada incursión en los alrededores de Telluride, en el condado de San Miguel, en el estado de Colorado, en busca de la hembra desconocida de la que, en 1949, él mismo había descrito como Lycaeides argyrognomon sublivens. Se trató de un periplo accidentado, al que contribuyó el cambiante clima de la zona, con largas caminatas a 4.000 metros de altura por senderos traicioneros e inestables salientes rocosas hasta que, al final, tamaños peligros dieron sus frutos y Nabokov encontró una colonia de mariposas en una ladera empinada. “Eché a perder las vacaciones de la familia, pero conseguí lo que quería”, afirma en el artículo.

Al igual que Nabokov, muchos artistas antes que él manifestaron interés por esos pequeños seres alados, cuya aparición en la naturaleza potencia no sólo el carácter misterioso de la Creación sino la profunda belleza de sus formas, los riquísimos matices de la coloración, la estructura de las alas y el movimiento sutil con el que cortan el aire con su vuelo: Chuang Tzu, Pitágoras, Matsuo Bashō, Walt Whitman, Vincent van Gogh, etcétera. A esa galería de creadores atrapados en el misterio de los lepidópteros hay que sumar al escritor argentino Mario Satz (Coronel Pringles, 1944).

Compuesto por 47 relatos breves, El alfabeto alado emprende un viaje por el tiempo y la geografía tras la pista de diversas mariposas, desde el Japón feudal hasta los albores del siglo XX, desde los mitos fundantes del pueblo Hopi a las pesquisas etimológicas del filólogo Joan Corominas, desde el temor que generaba en los indios cubeo, asentados en la cuenca del río Vaupés, la mariposa “Morpho”, de grandes alas azules, al periplo del naturalista inglés Alfred Russel Wallace por el archipiélago malayo.

La prosa de Satz (autor de ensayos, novelas y libros de poesía, filólogo y traductor de variados intereses que, además de emprender largos viajes por diversos continentes, vivió durante algunos años en Jerusalén, donde estudió la cábala, la Biblia y antropología e historia de Oriente Medio, y fue becado luego por el gobierno de Italia para estudiar la obra del humanista Pico della Mirandola) es límpida y precisa, ocasionalmente atravesada por luminosas incisiones (“El verdadero arte era una cosa de pocos para pocos, áspero y arduo, pues la belleza que el mundo supura grita lo que jamás será oído: ¡miradme despacio!”), arborescente a pesar de su engañosa economía.

El libro tiene una estructura de fabulario pero lleva incubado en sus entrañas, en su particularísima disposición interna, un cuidado despliegue de formas, siempre supeditadas a la materia propia del relato. Hay textos de apenas tres páginas junto a otros, como el que le da nombre al libro, más extensos. Satz domina con maestría ese arte sutil de la explotación de un argumento en la disposición material (que es también la disposición temporal), no extendiéndose más allá de lo necesario, para no convertir una mera viñeta en un cuento hinchado y no reducir la riqueza de una historia a un sencillo boceto.

De todos los relatos que pueblan el libro, “El universo alado” es uno de los más misteriosos y atrapantes, no sólo por la materia propia del enigma que para el neófito ofrece la lepidopterología sino por las motivaciones de su protagonista, el naturalista y fotógrafo Kjell Sandved, quien una mañana, mientras observa a una mariposa nocturna tropical bajo el microscopio, descubre en una de sus pequeñas alas la letra F. La euforia del hallazgo le da paso a la intriga, leudando así lo que se convertirá en el motor del resto de su existencia: hallar el alfabeto completo en las alas de las mariposas. La determinación de Sandved, vista como una sencilla idiotez para casi la totalidad del resto de los mortales, es encumbrada por el narrador, pues “¿no reconocían los antiguos chinos el origen de su escritura ideográfica en las huellas dejadas por los pájaros en la arena o el polvo, y no veían en el wen, el carácter o sello de lo hablado, una extensión de las vetas de las maderas y los polígonos impresos en el caparazón de las tortugas?”.

Veinticinco años y 30 países le llevará a Sandved completar el alfabeto alado, luego de innumerables pesquisas y observaciones de alas y ocelos, desde la A que encuentra en una negra y amarillo Papilio de Nueva Guinea a la Z que surge de las alas inferiores de una ninfálida de Brasil “con el claro celeste de sus mejores mediodías”. Con la satisfacción de la tarea cumplida, un Kjell Sandved ya viejo pero feliz, repasa una frase de Novalis que un corresponsal le ha enviado por correo: “El paraíso está como disperso sobre la tierra. Es por eso que se ha vuelto imposible de reconocer. Sus vagos trazos deben ser reunidos, y su esqueleto vestirse de su carne”.

Volumen de inclasificable catalogación en estantes y anaqueles, ideal para provocar sismos neuronales en libreros y dependientes, El alfabeto alado refuerza su intrínseca rareza al aparecer en estos tiempos despoblados de sentido, en los que el omnipresente pereré virtual, el tráfico del pin y verde y la monotonía atroz de lo cotidiano tienden a desconectarnos de la apreciación del misterio natural del universo. Ese misterio que se manifiesta en algo tan sencillo como el movimiento acompasado de las alas de una mariposa.

El alfabeto alado. De Mario Satz. España, Acantilado, 2019, 246 páginas.