Querido Ulises,

No me conoces. Soy Pablo, curador de arte, nací en Ciudad de México en 1972 pero hace 25 años no vivo en México. Mi origen mexicano probablemente sea una de las razones por las que el curador del Subte, Martín Craciun, me haya invitado a curar una exposición de la producción artística que realizaste durante tu corta vida. Te confieso que cuando recibí la invitación me sentí curioso y me pregunté quién es este artista que estudió arte en la escuela de la Esmeralda en México entre 1977 y 1979 y del que no sé nada. En ese entonces tú tenías entre 19 y 21 años y fuiste a vivir con tus abuelos maternos exiliados en México por la dictadura en Uruguay.

Eras tal vez muy joven aún para desarrollar un lenguaje artístico propio, pero lo suficientemente abierto a que un contexto tan particular como el de México tuviera un efecto sobre tu producción posterior. Más allá de los clichés de Frida, los muralistas o el corazón sangrante, me hubiera gustado saber qué exposiciones viste y lugares visitaste, quiénes fueron tus maestros y quiénes tus amigos en la escuela de arte, si existe aún alguien de esa época que te recuerde, pero sobre todo si te habrás enamorado de algún mexicano.

En una foto de enero del 78 sales fotografiado en el sitio arqueológico de Tulum, junto al mar, guapo, con bigote y sin camisa, sentado en uno de los templos mayas. En una carta a tu familia escrita a los 20 años desde México y fechada viernes 24, 1978 (sin mes pero probablemente escrita en noviembre) escribes: “Cuando decidí venirme fue porque ya no aguantaba más la situación en que estaba, digámosle que me escapé (eso creía) de una cantidad de cosas por no enfrentarlos”. Quiero pensar que sobre todo quizás querías escapar de enfrentar tu destino, de asumirte homosexual tan joven en una sociedad machista, homofóbica y patriarcal.

Después regresaste a Uruguay y estudiaste psicología, tal vez pensando que así resolverías tus problemas y además te olvidarías del arte. Imagino que en ese entonces conociste a Juan, 15 años mayor que tú, quien sería tu pareja el resto de tu vida, y quien tal vez te dio la fuerza para dedicarte sin miedo a ser artista.

En enero de este año visité en el edificio Atlas, en la Ciudad Vieja de Montevideo, el pequeño apartamento donde finalmente fue reunida tu obra después de 25 años en que parte de ella estuvo clausurada, sin ver la luz, en casa de tu madre. Además de tu obra, en unas cajas de cartón están guardados documentos, fotos, cartas de diferentes momentos de tu vida. En las fotos siempre te ves feliz, con tu bigote característico, pero sobre todo viviendo en pareja sin miedo, algo no tan común en aquella época en que gran parte de los homosexuales vivían en el armario. También hay una serie de dibujos y cuadernos de notas, ahí entre dibujos semieróticos, constantemente aparecen anotaciones con palabras como dolor, rechazo, miedo.

Detrás de la sonrisa de las fotos existe otro Ulises, un Ulises más frágil y herido que por vivir su sexualidad con libertad conoce también el significado del rechazo. Hay también una serie de notas hechas durante tus viajes a Nueva York en abril de 1995. Una dice “Emotion. New York, I want to live here. I cry”. Imagino que en Nueva York encontraste la libertad que era difícil de imaginar en Uruguay.

En otra nota anotas tus gastos de viaje, incluyendo 44,92 dólares gastados en libros en el Guggenheim, el museo donde yo trabajo como curador de arte de América Latina desde hace casi diez años. Del 3 de marzo al 10 de mayo de 1995, el Guggenheim mostró dos exposiciones individuales de Ross Bleckner y de Félix González-Torres, las dos abordando la crisis del VIH, Bleckner desde la pintura y Félix desde lo conceptual, poético, político y personal. La exposición de Bleckner te emocionó e influenció mucho.

En la tienda del museo compraste el catálogo de la exposición así como la revista de arte suiza Parkett nº 38, dedicada a la obra de Bleckner y de Marlene Dumas. En la página 57 de la revista hay una fotografía anónima de 1970 acompañando uno de los textos sobre Bleckner que te impactó mucho: un hombre blanco, joven, sin camisa y en calzoncillos, en una cama, acostado de lado, con una pierna estirada y la otra doblada, mirando al fotógrafo/espectador. La imagen te impresionó tanto que aparece dibujada varias veces en tu cuaderno de dibujo y se vuelve el motivo central de tu última exposición, Imágenes de lo (mi) escondido, inaugurada un año después, el viernes 17 de mayo de 1996 en el Cabildo de Montevideo. En esta exposición el personaje apropiado aparece en varias de tus pinturas, ahora en diferentes posiciones, a veces de espaldas, otras con las piernas estiradas, en una aparece con el pene visible dibujado de azul, en otras se vuelve una especie de San Sebastián atravesado no por flechas pero por rosas espinosas y rosas náuticas, y en otras desafía con la mirada al espectador, ya no tiene nada que esconder.

Tres obras más de la misma serie muestran una cruz con tus iniciales y el año al lado (1996), una pintura de tu páncreas con tu edad en ese momento (36), y un pequeño tablero con una rosa con espinas y la frase escrita “dolor negro”. Morirías cuatro meses después, el 26 de septiembre de 1996. Me pregunto cuáles fueron los cambios que hubo en ti que hicieron que tu obra se transformara tanto y en tan poco tiempo, de las pinturas de fondos azules con ángeles y personajes amarillos, a la serie de figuras Dorianas coloridas y lúdicas, a esta última serie tan íntima como dolorosa y oscura.

Si nos hubiéramos conocido, probablemente hubiéramos sido amigos. Pero contigo, como con muchos otros artistas homosexuales de tu generación, no hubo esa oportunidad. Tu vida acabó muy pronto. Yo cumplí 25 años en 1997, algunos meses después de tu muerte. Recuerdo bien cómo mi generación de homosexuales creció con miedo, miedo de morir por causas relacionadas al VIH y de cómo nuestra expectativa de duración de vida en aquel tiempo era poca. En 25 años las cosas han cambiado mucho. En gran parte del mundo ‘occidental’ la homosexualidad ya no es condenada, si queremos nos podemos casar legalmente, y aunque el VIH no ha sido erradicado, hoy día existen tratamientos antirretrovirales que nos protegen de la inmunodeficiencia producida por el virus, así como el PREP que nos protege de la transmisión del VIH. A diferencia de tu generación y de la mía, la mayoría de los jóvenes hoy día pueden asumir su sexualidad sin miedo y sin culpa; aun así, aún queda mucho por hacer.

Hubo además una ruptura generacional que no permitió a mi generación conocer en persona a la tuya, una transmisión de conocimiento directo que no sucedió. Entre otros, tu tocayo mexicano Ulises Carrión murió en Ámsterdam en 1989 a los 48 años, Luis Frangella en Nueva York en 1990 a los 46, Rafael França en Chicago a los 33 en 1991, Leonilson en Brasil en 1993 a los 34, Liliana Maresca a los 43 en Buenos Aires en 1994, Jorge Zontal, venezolano miembro del colectivo canadiense General Idea, también en 1994 a los 50, Luis Caballero en Colombia en 1995 a los 51, Feliciano Centurión de Paraguay y el cubano-estadounidense Félix González-Torres murieron en 1996 a los 33 y 38, Santiago García Sáenz (de quien hice una exposición en Buenos Aires el año pasado) vivió hasta 2006, cuando murió a los 50. Otros muchos de los que no sabemos murieron en silencio por el estigma asociado al VIH y otros más debido a los efectos del trauma psicológico por bullying y maltrato, debido a la homofobia, o por comportamiento autodestructivo, por homofobia internalizada.

Las propuestas estéticas de muchos de estos artistas fueron subestimadas por la heteronormatividad, y sus trabajos fueron llamados cursis, gay, camp, kitsch, naíf, románticos, no conceptuales, en varios intentos de deslegitimarlos. En este sentido es urgente, al igual que con el trabajo de otras minorías, exigir y luchar por una reparación de aquello que fue silenciado e invisibilizado. Esto es lo que mi generación le debe a la tuya.

Esta exposición en el Subte pretende ser parte de este movimiento, y además mostrar la riqueza estética y la diversidad del cuerpo de obra que produjiste durante los ochenta y noventa. Creo te gustaría la exposición.

Transformamos el Subte en una serie de galerías íntimas comunicadas por arcos que hacen un guiño a la década de los ochenta y que tal vez remitan un poco a una disco de la época o a un club de encuentros, donde cada espacio contiene cuerpos de obra únicos y tan distintos pero que aun así se relacionan entre sí. Me hubiera gustado también dejar una sala vacía, una sala que mostrara los trabajos inexistentes que nunca hiciste por morir antes de tiempo. Espero que con esta exposición Montevideo se pueda dar cuenta de algo que tú sabías pero que también a veces dudabas, de la genialidad y sensibilidad de tu trabajo.

La exposición se llama Rara Avis; el nombre viene de un pequeño dibujo que encontramos entre tus cosas y que celebra el ave rara y única que fuiste. Entre lo que dejaste encontramos también una pequeña tabla pintada, donde transcribiste a lápiz un poema de la poetisa uruguaya Marosa di Giorgio y donde hay un fragmento que dice: “volveré a volar aunque no quiera, / volveré a pecar aunque no quiera”

Cuando conocí a tu hermana Rosario y hablamos sobre ti y esta exposición, ella me dijo: “Queremos que Uli vuele”. Vuela, Ulises, vuela alto, que tus alas no son de cera, que ya no hay dolor ni oscuridad, ni nada que esconder, que el mensaje de tu obra reverbera ahora entre nosotros.

Te mando un abrazo fuerte en hermandad y agradecimiento, sabiendo que en algún momento nos encontraremos de nuevo.

Uruguay, abril 2022.