El título de esta película no nos dice Bruce Willis está muerto, pero de todos modos nos prepara para lo que veremos a continuación. La historia tratará de dos personas. Dos hombres, más precisamente, que se conocen por una relación laboral y, uno intuye, tendrán marcadas diferencias. No en vano el eterno conflicto entre los de arriba y los de abajo lo cuentan desde las telenovelas hasta dramas encumbrados como la serie británica Los de arriba y los de abajo.
Cada uno de los protagonistas está, al mismo tiempo, en su propio arriba y abajo familiar. Rodrigo (Nahuel Pérez Biscayart), el patrón, es un heredero. Esto significa que acumula responsabilidades que llegaron por el sencillo hecho de haber nacido en la casa del dueño y con la mitad de su carga genética. A propósito de los genes, lo desvela la salud del hijo pequeño que tuvo junto a Federica (Justina Bustos), su pareja hegemónica y vegetariana que parece salida de la portada de una revista.
Del otro lado está Carlos (Cristian Borges), quien también es heredero, pero apenas de una confianza: como su padre trabajó para el viejo patrón, le alcanza con una recomendación para conseguir el empleo de manejo de maquinaria pesada en el campo de la familia de Rodrigo. No puede darse el lujo de rechazarlo, porque junto a Stephanie (Fátima Quintanilla) también tiene una criatura que alimentar.
El destino –en este caso, la falta de trabajadores– une a estos dos padres/hijos tan distintos. Y el guion del también director Manuel Nieto Zas no nos hará las cosas (tan) sencillas a la hora de encontrar héroes trágicos y malos malísimos: mientras que el patrón es frágil y empático, como un niño, el empleado se guarda todo lo que le ocurre. Esto no significa que la historia evite el choque de clases ni que romantice al pobre empleador, pero sí que mostrará luces y sombras en ambas partes.
Ambientada en la frontera entre Uruguay y Brasil, la película de Nieto Zas no muestra a esa suerte de clase media rural o pequeño productor que suelen estar bien representados en la narrativa. Por el contrario, nos acerca al estanciero dueño de grandes extensiones de tierra, poseedor de maquinaria especializada y con un pelotón de gente a cargo tanto en el ámbito laboral como en el de su hogar. Y lo enfrenta con la familia pobre del interior, apelotonada en su vivienda y aceptando trabajos que separan al “hombre de la casa” de los suyos, a veces por largas temporadas.
Esta visión tan necesaria de otras realidades queda, por momentos, demasiado bella para transmitir ese pesar. La realidad de la familia de Carlos se presenta con una fotografía cercana a lo turístico, que corre el riesgo de naturalizar una realidad que no es la del Uruguay Natural. Son pocos esos momentos, sin embargo, y funcionan a la hora de retratar los paisajes o mostrar la estancia de los patrones. También es cierto que la imagen se vuelve más realista en otras instancias, como la del raid hípico y todas las relacionadas con la aparición de caballos en la pantalla. Uno de ellos terminará robándose todas las miradas.
Para ser una historia que se cuenta con ritmo calmo y que construye la trama y presenta a sus protagonistas con una sucesión de viñetas, El empleado y el patrón se apoya en varios momentos de acción, incluyendo dos fundamentales para el desarrollo de los acontecimientos. Estos momentos están bien resueltos, considerando que no se trata de una película con un presupuesto de superproducción de Hollywood. E incluso, en más de uno de los ejemplos podría decirse que eso se convierte en ventaja, según aquella máxima de que menos es más.
Mientras todo esto ocurre, surgen las diferencias y similitudes entre los dos hombres y los dos entornos. Porque no son tan distintas las formas en que los padres sufren por sus hijos, o en que las personas recurren a sustancias para apagar el dolor, aunque las consecuencias derivadas de su uso (y su transporte) sean muy distintas según el origen de cada uno.
No pasarán muchos minutos hasta que la grieta vuelva a abrirse por un comentario viperino de alguna de las partes, que le recuerda a la otra que está jugando con chiches de otro, que ese no es su lugar, o que en ese momento detenta una posición de poder. Sin necesidad de recurrir a vueltas de tuerca ni reacciones inverosímiles para evitar que bajemos la guardia, la historia nos mantiene en vilo y nos recuerda, una y otra vez, que, históricamente, los de arriba se mantienen arriba y los de abajo permanecen abajo.
El empleado y el patrón. Dirigida por Manuel Nieto Zas. Con Nahuel Pérez Biscayart, Cristian Borges, Justina Bustos y Fátima Quintanilla. Uruguay-Argentina-Brasil-Francia, 2021. El sábado en el Festival de Cinemateca. Desde el 28 en varias salas.