Virginia Brindis de Salas fue una poeta, periodista y activista afrouruguaya nacida en 1908 y fallecida en Buenos Aires en 1958. Protagonista de la fermental primera mitad del siglo XX rioplatense, desarrolló una obra si bien escueta, potente, y fue la primera mujer afrodescendiente de América Latina en publicar un libro: Pregón de Marimorena, en 1946. Además, editó Cien cárceles de amor (1949) y permanece inédito Cantos de lejanía, del que no existen registros. Brindis de Salas se vinculó con otras mujeres influyentes de la época, como la colega Juana de Ibarbourou y la política Alba Roballo. Su obra ha sido estudiada en distintas universidades del mundo y admirada por Nicolás Guillén y Gabriela Mistral, quien destacó la influencia de su poesía en los movimientos negros norteamericanos. Sin embargo, su legado ha sido invisibilizado hasta tal punto que en los años 90, mientras en Estados Unidos publicaban estudios de su obra, en Uruguay una corriente sugirió que estos poemas eran en realidad del escritor Julio Guadalupe. Parte de este oscurantismo empezó a quebrarse en 2013, cuando la escritora Isabel Oronoz publicó la investigación Rompiendo silencios, un repaso de la vida y la obra de la artista olvidada.
Patricia Robaina descubrió a la poeta una tarde invernal. Afiebrada y en reposo, navegando en Facebook, se cruzó con una foto de esta autora a la que no conocía. Eso le llamó la atención, ya que, por la influencia de su madre, también poeta, creía tener una vista acabada del panorama. Investigó y se encontró con una digitalización de Pregón de Marimorena. Una vez que se zambulló en sus versos el impacto fue inmediato, y pronto salieron las primeras musicalizaciones. De ahí al disco hay un paso, o varios, entre proyectos, tapabocas y despedidas.
“Tú, negra analfabeta / Marimorena / todo el día jeta a jeta / con pregones sandungueros”. El álbum abre con “Los pregones”, donde conocemos a Marimorena, esta niña negra y canillita, último eslabón de la prensa, que se la pasa de la noche a la mañana, bajo sol o lluvia, pateando la urbe. El pregón, esa forma de proclama callejera, tiene sus lógicas melódicas, su canto, y alimenta este trabajo que, como bien advierte el subtítulo, se trata de musicalizar, pero también de investigar. En ese sentido, la artista melense incluye otras poéticas que dialogan con la obra de Virginia Brindis de Salas, por ejemplo, cuatro composiciones propias, entre ellas, “Cuchilla de Cambota”, un candombe que construye a partir del corrupío, idioma afrodescendiente del que todavía quedan palabras en algunos lugares de Cerro Largo. También musicaliza “Testamento negro”, de Juan Julio Arrascaeta, pero el hilo artístico no se rompe nunca, todo tiene un sentido.
Esta coherencia estética se puede percibir a lo largo de los cuatro álbumes de Robaina, independientemente de si parte desde sus letras o de musicalizaciones, como en este caso o en el disco Cancionero de juguete, en el que aborda textos de la maestra y poeta coterránea Teresita Cazarré.
Milonga, milongón, tango, samba y candomblé, la herencia afro de la música sudamericana late en el disco, pero, al igual que en la frontera a la que pertenece, todo se mezcla y los géneros se degeneran. La voz de Robaina está un paso adelante de la orquestación y le da a cada pasaje la tonalidad y el sentimiento necesarios, como en la bellísima “Unguet”, una nana abrasilada dedicada a la hija de la poeta montevideana en la que se aventura hasta el extremo agudo de su voz mezzosoprana. “Tu corazón / arrulla como el caracol / la brisa del mar / del patio y el zaguán / Unguet / quién te viera pasar / como una vara de mimbre / en el tembladeral”. El ambiente mixturado es una cuestión de espacio, pero también temporal. Da la impresión de que estos temas, musicalizados en este siglo, escritos en el anterior y que arrastran sufrimientos ancestrales, no son de ningún tiempo, suenan actuales y a la vez con cierta lejanía.
Robaina no está sola, aunque el alma de las canciones quepa en su guitarra autodidacta. La secundan dos escuderos de muchos lances: el guitarrista Matías Romero, encargado de la producción general, y el músico multinstrumentista Ernesto Díaz, quien colaboró con la producción de arte. Ambos participan también como músicos, junto con una decena de colegas que visten cada pasaje con los colores apropiados; así suenan flautas, clarinetes, chelos, bandoneones, cuicas o pandeiros. Destacan dos duetos: el de la canción de su autoría “Las mujeres que vencen”, con Díaz, y la participación, gracias a un casual encuentro en las playas del este uruguayo, del músico brasilero Chico César, quien le pone su impronta a “Quítate la venda”, la quinta pista del elepé. “Cuando mi madre falleció pidió que dejaran sus cenizas en el mar. Lugar al que no pude volver hasta que fui a tocar a Rocha. Pasé toda la mañana sin poder ir al mar. Bajé, me senté y vi pasar a Chico, caminando. Yo no soy muy creyente, pero soy”, confesaba en noviembre pasado al periodista Mauricio Rodríguez para el semanario Voces.
Como en la foto que acompaña el cuidado arte de este trabajo, Robaina se acoda contra el ventanal de un bar para contemplar la ciudad. Con la complicidad de Virginia Brindis de Salas, describe escenas con sencillez y realismo, a veces actuales, como en su canción “El galante”, y otras que tal vez no sean las de ahora, pero se parecen, porque las injusticias se perpetúan. Se trata de una cronista viajera en el tiempo que nos interpela con un canto bello, emocional y comprometido, heredero –se me hace– del también fronterizo Chito de Mello y siempre “al borde de los Nadies”.
Marimorena. Musicalización e investigación de la obra de Virginia Brindis de Salas. De Patricia Robaina. Ayuí / Tacuabé. 2021.