“La novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por nocaut”. Esta frase de Julio Cortázar suele utilizarse cuando estamos hablando de historias cortas (yo mismo la he citado en algún taller literario). Sin embargo, que la novela tenga tiempo/espacio para conquistar a la persona que la está leyendo no quiere decir que pueda darse el lujo de perder los primeros rounds.

Las primeras líneas de un texto, sin importar la extensión final, marcan la cancha. Definen un territorio narrativo. Y en algunos casos arrojan las primeras semillas que irán floreciendo a lo largo de la pelea. Entendiendo la pelea por un enfrentamiento a golpes contra la capacidad de distracción del que haya comenzado a leer.

Tom Sharpe (1928-2013), autor cuyo rostro debería aparecer en el diccionario junto a la definición de “humor inglés”, tiene varias novelas independientes en las que aquello que puede salir mal, sale mal. Pero entre ellas se destaca la saga de un profesor infeliz y apocado llamado Henry Wilt, cuya primera entrega (llamada simplemente Wilt) raya la perfección. Y el comienzo de esa novela es una sucesión de golpes similar a la de aquellas peleas de Mike Tyson contra desconocidos, que terminaban en menos de siete segundos.

“Siempre que Henry Wilt sacaba al perro a pasear o, para ser más precisos, cuando el perro lo sacaba a él o, para ser exactos, cuando la señora Wilt les decía a ambos que se fuesen de casa para que ella pudiese hacer sus ejercicios de yoga, Henry siempre seguía la misma ruta. De hecho el perro seguía la ruta y Wilt seguía al perro”. La traducción es de José Manuel Álvarez-Flórez, pero tengo la edición en inglés y aseguro que es bastante fiel.

En pocos renglones, en dos oraciones, Sharpe comienza a pintar de cuerpo entero a este hombre que terminará acusado de matar a su esposa y en un duelo épico contra el inspector de policía Flint, en el que la abulia del primero será la kriptonita del segundo.

El primer párrafo, que ocupa poco más de una página, cierra con un elemento que desencadenará la serie de sucesos imposibles e hilarantes: “Fue precisamente durante uno de esos paseos, bajo la lluvia, tras un día especialmente penoso en la escuela, cuando Wilt consideró por primera vez la idea de que sólo podrían cristalizar sus esperanzas y podría considerar su vida algo propio si su mujer era víctima de algún desastre no del todo fortuito”.

Y todavía no entró en juego la muñeca inflable. Madura el nocaut.