“Cerró con llave la habitación y después me tiró sobre la cama, inmovilizándome con una mano sobre el pecho y poniéndome una rodilla entre los muslos para que no pudiera cerrarlos, y me levantó las ropas, algo que le costó muchísimo trabajo. Me puso una mano con un pañuelo en la garganta y en la boca para que no gritara [...]. Yo le arañé el rostro y le tiré del pelo”.

Es el relato de una violación que tuvo lugar en 1611. Sucedió en el siglo XVII y ya no era algo extraordinario. El ejercicio de dar un vistazo hacia atrás en la historia, a los mitos que conformaron nuestra cultura y moldearon nuestro pensamiento, nos permite recopilar relatos que son evidencias en las que la mujer –ninfa, diosa o humana– ha sido deseada, perseguida y tomada a la fuerza como un producto del impulso sexual incontenible del varón para ser, finalmente, castigada, convertida en el problema: la loca o la puta. Estos hechos están inscritos en nuestra cultura, reproducidos, ad infinitum, en todas las formas del arte y la religión hasta su naturalización. Llegando a los albores del siglo XXI y después de cuatro olas del feminismo, las interpretaciones se empiezan a correr y se señala como una alerta lo que ha estado allí, educando en silencio a tantas generaciones.

En este sentido, la mujer en el arte ha sido, hasta el siglo XIX, siempre objeto y nunca sujeto. Modelo, y no artista. Volver visibles a las mujeres en la historia es un acto de justicia.

La obra La violación de Artemisia Gentileschi tiene, pensada a la luz de esa perspectiva, la importancia de rescatar del olvido a una pintora barroca, la primera mujer en entrar a la Academia de Bellas Artes de Florencia. Sin embargo, al enfocarse en la violación –consumada por Agostino Tassi, amigo de su padre—, entreteje niveles inseparables entre ambos aspectos: primero, cuando ella escapa del rol asignado de esposa y madre para convertirse en una artista, como los varones de su época, y segundo, cuando cumple el destino de las mujeres “pecadoras” y es violada, castigada política y socialmente como consecuencia de haberse atrevido a pensar fuera de la estructura. La historia la reduce así a objeto sexuado en lugar de atender a su condición de artista.

La obra tiene el valor de contarnos los sucesos de manera descarnada y sin metáforas. El relato se va armando en un juego sostenido entre lo que cuentan los documentos y lo que vemos en sus cuadros, proyectados y revisados en escena. Este, sin duda, es un recurso inteligente, que pone ante el espectador dos líneas textuales distintas: las formales, escritas por el poder hegemónico de la época, y el texto de la propia Artemisia, que surge de sus pinturas, en las que la mujer acosada también se constituye en una vengadora a través de obras como, por ejemplo, “Judith con la cabeza de Holofernes”, vinculada a un episodio bíblico.

En cuanto a la puesta, algo de todo ese despliegue excesivo de movimientos puede resultar un factor distractor de lo que realmente importa. Se pone demasiado énfasis en lo que pasa alrededor del problema, como si la propia obra fuera un cuadro barroco, cargado de elementos que dispersan la atención. Los hechos se nos presentan en medio de salidas y entradas de personajes, de voces y gritos, como un testimonio probable del escándalo que significó en la época. El proceso de la acción, a través del relato, va de la artista con talento al cuerpo abusado, violado, torturado y finalmente difamado a pesar del veredicto final. Si en la historia Artemisia fue una víctima del sistema, configurado en la figura de los varones, en escena se convierte en símbolo de todas aquellas mujeres silenciadas, reducidas a madres o a putas por el pecado de nacer mujer.

Ese es el punto y el poder de la propuesta. Lo demás es pura hojarasca innecesaria. Esta pieza no necesita narradores que expliquen lo que sucede, porque es redundante con lo que se muestra y porque sugiere una falta de confianza en la capacidad del espectador.

Si hemos de rescatar algo de la obra será, ante todo, el registro histórico de un hecho del que poco o nada se sabe. Y por otro lado, algunas actuaciones, que realmente logran atrapar la atención del público a pesar de toda esa maquinaria que los envuelve y aturde. Renata Denevi, en el papel de la joven Artemisia, logra registros interesantes en varios momentos y nos lleva de la ilusión a la desesperación. Ileana López, por su parte, es la Artemisia de otro tiempo, la que ha procesado todo el dolor y ha sobrevivido a todas las imposiciones de la sociedad, para seguir pintando. Ileana es una actriz notable que impone su presencia en escena en cada momento. Pepe Vázquez, con su evidente conocimiento de las tablas, desarrolla su papel con habilidad, atravesando varias zonas que logran deslumbrar al espectador.

La violación de Artemisia Gentileschi. Escrita y dirigida por Jorge Denevi. Con Ileana López, Renata Denevi, Félix Correa, Pepe Vázquez, Iván Rezx, Martina Maresca, Luana Bovino, Emmanuel Santos, Anthony Fan, Axel Darriulat. Teatro Circular. Sábados a las 21.00 y domingos a las 19.30. 2x1 para suscriptores de la diaria.