Resumir en casi un centenar y medio de páginas varios siglos de historia de una de las literaturas más ricas (entre otras cosas por su propio carácter fundacional) de todos los tiempos es, además de una tarea temeraria, una empresa de considerable composición interna, que se sostiene en un férreo principio de catalogación y que debe batallar, línea a línea, párrafo a párrafo, con eventuales excesos y omisiones. Desde luego, el trabajo se vuelve mucho más sencillo si quien lo lleva adelante es alguien como el historiador y latinista francés Pierre Grimal (1912-1996), una auténtica eminencia dentro de los fructíferos campos de estudio de la civilización romana, y autor, entre muchas otras obras, del inconmensurable Diccionario de mitología griega y romana, originalmente publicado en 1951, con innúmeras ediciones en diversos idiomas y considerado un texto de referencia absoluta en la materia. A diferencia de ese ladrillo (672 páginas de apretada letra en la edición de Paidós), Los placeres de la literatura latina, un libro publicado en 1965, dentro de la legendaria colección Que sais-je? (QSJ), es un texto preciso, dispuesto como un manual y que oficia como una breve (e intensa) aproximación a la materia.

Ciñéndose pura y exclusivamente a los extremos del arco cronológico que el profesor Grimal establece en el libro, puede decirse que su abordaje de la literatura latina va desde la obra de Livio Andrónico (284 a.C.-204 a. C.) a la de Apuleyo (123 d. C.-180 d. C.), aunque como en todo repaso de la historia de una literatura, el eje temporal es apenas un elemento a tener en cuenta y, siendo las fuentes de estudio un corpus amplio y heterogéneo de textos (muchos de ellos físicamente inexistentes, que han sobrevivido a través de las crónicas de terceros), ni siquiera el más importante. La raíz del proceso referido en el libro se encuentra, desde luego, en la literatura griega, pero tiende a complejizarse y a diversificarse a medida que Roma se expande y se constituye en bastión del mundo mediterráneo y de la Europa occidental. “Vemos así que esta literatura es en realidad fruto de una convergencia: entre un estado social y político y un estado lingüístico, entre la ciudad romana y la lengua latina. Lo que queremos captar y definir aquí es una literatura de lengua latina y de inspiración romana. Y es fácil comprender por qué sólo pudo nacer cuando se cumplieron simultáneamente esas dos condiciones indispensables, y también por qué no pudo sobrevivir a la desaparición de una de las dos. Para nacer, necesitaba que Roma se afirmase como centro político con la fuerza suficiente y que la lengua latina adquiriese una flexibilidad y una riqueza idóneas. Para decaer, necesitó que el crepúsculo del Imperio y la pérdida de los valores tradicionales comprometiesen definitivamente su vigor”, señala la prístina pluma de Grimal en la introducción del volumen.

Los tiempos y los escritos de Pacuvio, Plauto, Cicerón, Cátulo, Lucrecio, Virgilio, Horacio, Ovidio, Varrón, Tito Livio, Séneca, Petronio, Plinio el Viejo, Plinio el Joven, Lucano, Marcial, Juvenal y Suetonio conforman la columna vertebral del libro, además de los ya mencionados Livio Andrónico (un esclavo originario de Tarento que escribió tragedias, comedias y hasta una epopeya) y Apuleyo (el estoico caminante autor de la Metamorfosis o El asno de oro, cuyo genial argumento –las peripecias de un humano convertido en animal– serviría de base para montones de historias en los siglos por venir).

Un capítulo destacado lo ocupa Cicerón (106 a.C-63 a. C), aquel burgués oriundo de la pequeña ciudad campesina de Arpino, arropado desde su juventud por los favores de los nobles, el primero de su familia que accedió a las magistraturas curules y a quien alentó, toda su vida, ser el personaje más grande del Estado. Grimal esboza la biografía de Cicerón deteniéndose en una serie de momentos fundamentales, para el propio biografiado y para la literatura latina en su conjunto: las circunstancias de escritura de los cuatro discursos que conformarían las Catilinarias (contra la conjura encabezada por Lucio Sergio Catilina), o los catorce discursos contra Antonio que integran las Filípicas, definidas por Grimal como “la última obra maestra de la elocuencia romana libre”.

Otro momento estelar de Los placeres de la literatura latina lo constituyen las páginas que el autor le dedica a Ovidio (43 a.C-17 d.C.), que explotó sistemáticamente todos los géneros esbozados a su alrededor: el compendio de elegías de los Amores, las cartas ficticias de las Heroidas, la epopeya de Las metamorfosis y hasta un poemita didáctico sobre los afeites femeninos, De medicamine faciei feminae. Grimal se detiene especialmente en las circunstancias de composición de Las metamorfosis, en la que Ovidio parte del caos primitivo y sigue la historia del mundo hasta la muerte y la apoteosis de César. Pueblan los quince libros de la obra un sinfín de leyendas conocidas con otras menos frecuentes, todas dedicadas a contar una “metamorfosis”, la transformación de un ser vivo en algo diferente a sí mismo. “Ovidio desde luego se divierte, pero es posible que creyese firmemente en el valor de la noción de metamorfosis como principio del devenir universal”, apunta. El relato se cierra, por supuesto, con los años de Ovidio exiliado por Augusto en Tomes (hoy Constanza), a orillas del Mar Negro, condenado a vivir entre bárbaros mientras escribe sus obras finales.

Con la amplitud de un divulgador y la precisión de un erudito en la materia, Pierre Grimal escribió este pequeño gran libro destinado a sobrevivir al continuo paso de las generaciones, como sobreviven hoy, imperturbables, las obras de aquellos latinos de antaño.

Los placeres de la literatura latina. De Pierre Grimal. España, Siruela, 2021, 140 páginas. Traducción de Susana Prieto Mori.