Si en diciembre de 2006 tu plan navideño fue regalar un buen disco de pop rock británico made in Uruguay, seguro pudiste elegir entre una variada oferta de muy buena calidad.
Ese año Bizarro Records editó el disco homónimo de Orange, una banda de éxito tan éfimero como su existencia; Astroboy, la más popular de aquella miniescena, preparaba In the city, y ya contaba con dos álbumes en las disquerías; Los Oxford, nacidos en 2003, se presentaban en sociedad con Menta, su primer larga duración.
Los integrantes de estas bandas, y de otras más o menos parecidas, compartían –también con sus fans– cortes de pelo y vestimentas vintage, inspirados en Jagger, Paul, John y George (el barbudo). Pero además hacían canciones pegadizas, subidos a la ola de un revival que tuvo a los británicos Oasis y Blur, y a los norteamericanos The Strokes, como principales responsables, y mucho más atrás, a los hermanos Davies, del grupo The Kinks, como los creadores de una fórmula de apariencia sencilla y amigable –comparada con la de The Beatles o la de The Rolling Stones– que, casi 60 años después de la edición de su primer disco (Kinks, 1964), sigue provocando el nacimiento de cientos de bandas de rock alrededor del mundo.
Los Oxford, fieles representantes de aquel movimiento que alimentó el gran auge del rock local, sobrevivieron a varias modas y este año regresaron para lanzar su sexto disco: La alegría de las máquinas.
Al grupo nunca le han faltado dos o tres buenas canciones, pero luego de aquel comienzo britpopero, su constante búsqueda musical, con muchos cambios entre discos –de estilos y de integrantes–, le quitó bastante frescura e identidad.
En su nuevo disco algo de ese problema parece haber quedado resuelto con canciones de rock and roll clásico y una producción de alto nivel.
En las perillas de mezcla, producción y programaciones estuvo el argentino Alejandro Schuster (cantante de la banda argentina Viva Elástico), que también grabó teclados y guitarras para este trabajo.
Emiliano Ferreira se encargó de la edición de baterías y el técnico de grabación del estudio Séptimo Piso fue Gianpaolo Giamo.
El disco arranca con “La Reina del Panal”, una marcha densa de carretera con el logo de Riff bien visible en el capó de ese automóvil, con la voz invitada del argentino Carca, célebre por su condición de Babasónico y por su estirpe de noble defensor del rock pesado (no el del heavy metal) de su país.
“El Palacio de la luz” es el tema más reconociblemente hitero de los ocho de este álbum: “Estás triste y ya sé por qué, no estoy tan indie como ayer”, canta Joselo de Olarte, el líder y principal impulsor del grupo.
“Viuda Negra” cuenta con la participación de Garo Arakelian –también en la composición de la letra– y es otra canción redonda. Alguien decide dejar atrás un acontecimiento tóxico, o a una mujer, o a los dos.
Para este disco, Joselo escribió la mayoría de las letras de las canciones (algunas de ellas, con la colaboración del guitarrista Rodrigo Antelo). El sonido del grupo puede haber vuelto a cambiar, pero la esencia nostálgica de este hijo de la noche sigue en movimiento, con episodios confusos a la madrugada en boliches de dudosa legalidad, con padres al acecho, marinos que “amenazan con navajas”, policías, diablos y mujeres convertidas en abejas reinas.
El cantante parece haberse impuesto una forma de trabajo diferente en la que, tal como advierte el nombre del disco, confió en las máquinas y en los trucos de su productor para quedarse algo más solo, pero también más libre, al momento de definir la estética sonora de sus aventuras.
En “Elegante”, una canción plagada de reverberaciones y ecos, el protagonista de estas historias tiene un momento de iluminación repentina y también de reflexión, justo antes del amanecer. En la conjunción de esta letra y esta melodía se expresa un optimismo bañado de melancolía.
Este forajido –con el que te podés cruzar cualquier día por las calles de Montevideo– cierra un boliche con serenidad; disfruta el final de una más entre muchas fiestas que vendrán o, en realidad, acaba de aceptar que ya no le quedan tantas por delante y debería descansar.
En “El Bosque” se escucha una muy buena colaboración de la cantante argentina Juana Chang (del grupo Kumbia Queers) y la melodía pinta bárbara, pero luego de dos minutos y pico se queda a medio camino, con un final en fade out que la vuelve más parecida a un buen demo que una versión definitiva.
La última canción es la mejor. Tal vez la mejor de toda la discografía del grupo. Se llama “Amigo”, y a la voz de Joselo se suman las de Sebastián Teysera y Sebastián Cebolla Cebreiro, de La Vela Puerca. Además tiene esta gran línea, digna de Pappo o de Michel Peyronel: “Tantas cosas tengo que esconder si viene la Policía, pero sé que igual me vas a escuchar y en tal caso me ayudarías”.
La alegría de las máquinas. Los Oxford. 2022. Disponible en plataformas.