Mucha gente viene considerando medio tonta esta película y no hay mucha defensa posible: ¿qué se puede pretender, en cuanto a seriedad, de la sexta entrega de una franquicia sobre dinosaurios que intervienen en nuestro ecosistema actual? Aunque, por otro lado, algunas de esas acusaciones están siendo hechas por gente que considera que lo no-tonto, eso sí, es darle un tratamiento trágico-filosófico-dark a una serie sobre un vigilante que se disfraza de murciélago para combatir a distintas bandas de “villanos temáticos”, mientras que esta película, como toda buena producción de Steven Spielberg en su veta de entretenimiento, es la celebración misma de una disposición llana a fantasear lo maravilloso, y a visualizar esas fantasías realizadas, mediante el gasto de una millonada inconcebible, con un virtuosismo técnico-artístico excepcional. Mientras tanto, festejamos la evocación, sin esperanza de repetir lo irrepetible, de una obra maestra (la Jurassic Park original, de 1993, dirigida por Spielberg) que hizo historia.
Los dinosaurios del parque de entretenimientos de la isla Nublar se escaparon al final de Jurassic World: El reino caído (2018) y ahora, cuatro años después, se difundieron por todo el planeta, y la humanidad y otros bichos deben convivir con ellos. Ocurren accidentes graves pero aislados (un bicho acuático gigante vuelca un barco pesquero), y otros menores con los que la gente aprendió a convivir (un braquiosaurio se metió inadvertidamente a una obra y los obreros ya conocen el procedimiento para sacarlo de ahí). También hay tráfico ilegal de dinosaurios, movimientos ecologistas y antiespecistas para defenderlos, en fin, todo lo habitual en la convivencia de la humanidad con cualquier bicho. Todo eso da origen a unas imágenes de una belleza y una fascinación inauditas: un grupo de cowboys a caballo persiguiendo con lazos a una manada de parasaurolophus, los braquiosaurios en la contraluz de una floresta en llamas, un pterodáctilo en el tope de un rascacielos.
Tiene que haber un villano y, para mantener el contacto con el pasado de la franquicia, se trata de Lewis Dodgson, el que en la primera película hizo una brevísima aparición contratando a Nedry para que se robara embriones de InGen (la operación que resultaría en todo el desastre). Ahora regresa como el siniestro ejecutivo al frente de un tipo de empresas que representa mucho de lo que hay de villanesco en el imaginario actual: produce transgénicos, vende las semillas y controla la agroindustria, y además teje estrategias maquiavélicas y ecológicamente desastrosas para imponer sus productos a todo el mundo.
Para combatir esos peligros no sólo se van a movilizar Owen y Claire, la pareja protagónica de la trilogía Jurassic World (2015, 2018 y 2022), sino también los mismísimos Alan Grant, Ellie Sattler e Ian Malcolm, trío protagónico de la Jurassic Park original. La reaparición de los tres juntos y el postergado encuentro con los protagonistas más jóvenes tienen un sabor análogo a la reunión de los Spider-Men de los distintos reboots en Spider-Man: Sin camino a casa (2021) –se ve que hay algo recapitulatorio en el aire de la cultura actual–.
Por otro lado, es curiosa esa tendencia a que, cuando un personaje amenazante gana cierta fuerza mítica, tendamos a elevarlo a la posición de héroe, de modo que aquí (y ya en películas previas de la franquicia) tenemos una velociraptor amable y maternal e hinchamos por el tiranosaurio cuando se enfrenta con otros predadores gigantes (enfrentamientos que inevitablemente ganan un sabor a kaiju).
Considerando que la premisa de los dinosaurios difundidos por todo el mundo ya es novelería suficiente, hubo un notorio empeño por mantener la unidad con el resto de la franquicia. Hay cosas que todos los fans quieren ver, de modo que hay varias escenas clásicas que son evocadas: los personajes escondidos detrás de un auto volcado mientras los busca un dinosaurio carnívoro gigante, el acercamiento de aquel maligno dinosaurio con collar extensible y que escupe veneno, la estructura en que los personajes se dispersan y van viviendo aventuras paralelas que acompañamos en forma alternada hasta que finalmente se reúnen para el showdown, etcétera. En casi todos los casos, la repetición de la situación viene dotada de una variante ingeniosa y sorpresiva, con la excepción de la muerte del villano, que es tan previsible que no tiene gracia (salvo que tomemos esto mismo como una gracia, y capaz que sí). También están los comentarios graciosos del doctor Malcolm, y siempre hay algún detalle que otro de humor negro, aunque muy refrenado en la violencia gráfica porque la idea es no perder al público púber.
Pero también hay mucha cosa original y nueva. Finalmente, parece haber calado en forma suficientemente masiva la evidencia de que muchas especies de dinosaurios tenían plumas, así que aparecen algunos de esos intermedios entre aves y reptiles: uno podría pensar que cubrirlos de plumas les daría un aire de vedete que les restaría el componente amenazante, pero no es así. Dado que Colin Trevorrow es un director muy hábil, visualmente lleno de imaginación y bastante compenetrado con la narrativa de tipo clásico, la película está llena de momentos de acción impresionantes. Hay una carrera de autos por una reserva de triceratops. Lo mejor debe ser toda la escena en Malta, que culmina con Owen y Claire, él en moto y ella en una camioneta, perseguidos por unos dinosaurios veloces y obsesivos por las callejuelas de La Valeta. Y está ese plano en que Claire se hunde en el agua del pantano e intenta pasar desapercibida, mientras vemos detrás a un bicho gigante y desconfiado que también camina despacito hacia ella porque sospecha que ahí puede haber una buena presa. En el cómputo general, está lleno de esos momentos en que el espectador se ve tentado a alzar los pies para eludir las mandíbulas de algún predador presto a morderle los talones.
Jurassic World: Dominion. Dirigida por Colin Trevorrow. Con Chris Pratt, Laura Dern, Sam Neill. Estados Unidos, 2022. En varias salas.