Hace algunos años, la discusión acerca de los multiversos estaba reservada a los físicos y a los lectores de historietas. Al resto de la gente se la trataba en forma condescendiente: “Si hay un Batman en el cine y otro diferente en la televisión, se van a marear”. Hasta que la narrativa superheroica agotó sus historias tradicionales (el origen, la batalla final, la muerte) y empezó a coquetear con las dimensiones paralelas. Que además son muy convenientes para solucionar problemas de continuidad o arrancar desde cero con actores jóvenes y más económicos.

Este año ya tuvimos el estreno de Doctor Strange en el Multiverso de la Locura y el año que viene deberían llegar las aventuras interdimensionales de Flash, siempre y cuando el actor protagónico (Ezra Miller) deje de violar todas y cada una de las leyes de Estados Unidos. En medio, con la suerte de haber merecido un estreno comercial en Uruguay y la dificultad de tener un título tan largo que todavía debo googlearlo, llega la hermosísima Todo en todas partes al mismo tiempo, dirigida por Daniel Kwan y Daniel Scheinert, los Daniels.

Aquí tendremos una (otra) lucha brutal por el control del multiverso o por su destrucción absoluta. Pero, ¡esperen! También es una historia sobre romper los ciclos de microabusos familiares, mientras nos hacemos la antiquísima pregunta de cuál es el sentido (y el significado) de la vida y cuál es nuestro lugar en el “gran esquema de las cosas”.

Todo empieza con una familia de origen chino que tiene un lavadero automático en Estados Unidos. Hollywood parece haber abrazado las historias de familias de inmigrantes, sin embargo, corre el riesgo de convertirlas en un estereotipo de matriarcados problemáticos (hace poquito pasó con Red, de Pixar y también hay algo de eso en la recién estrenada Ms. Marvel), pero esa es una discusión para otro momento. Sobre todo cuando la película se defiende tan bien y tiene los condimentos para ser admirada durante un buen tiempo.

El núcleo familiar está interpretado por caras conocidas que aprovechan al máximo el guion de los directores. Michelle Yeoh, que fue una chica Bond, estuvo en El tigre y el dragón (Ang Lee, 2000) y en Memorias de una geisha (Rob Marshall, 2005), por nombrar parte de su filmografía, es Evelyn, la madre controladora. Esta mujer tiene un matrimonio en plena decadencia con Waymond, interpretado por Ke Huy Quan. Quizás de grande no les suene su cara, pero fue el patiño de Harrison Ford en Indiana Jones y el Templo de la Perdición (Steven Spielberg, 1984) y un joven inventor en Los Goonies (Richard Donner, 1985). Stephanie Hsu, conocida por su papel en la serie La maravillosa Sra. Maisel, es Joy, la hija de ambos.

Desde el comienzo bilingüe (característica que se mantendrá durante el film) queda claro que los elementos fantásticos y delirantes estarán en el marco de una sensibilidad indie, por describir de alguna manera a aquellos que con menos millones de dólares suelen hacernos experimentar sentimientos que valen bastante más. Hay una urgencia económica relacionada con el lavadero familiar, que solamente enmascara otras urgencias entre esas tres personas que parecen ya separadas por universos de distancia. Pero cualquiera que haya hecho los aportes del IRPF del año pasado de mala manera sabe que hay asuntos que es necesario liquidar antes de ponerse a pensar en otras cosas. Me contaron.

Llegarán hasta el fisco en compañía del patriarca Gong Gong (James Hong, veterano de mil batallas) y allí conocerán a la empleada pública Deirdre (una Jamie Lee Curtis de antología). Mientras tanto, Evelyn conocerá a un Waymond de un universo paralelo, que poseerá el cuerpo de su inocentón esposo y demostrará tener cualidades que lo hacen al menos más atractivo para ella. Con esta gran regla idéntica a la del Doctor Strange, de que los saltos ocurren en los cuerpos de nuestras versiones alternativas, comenzará la aventura.

Si en la reciente película de Marvel alguien podía quejarse de la limitada cantidad de universos que visitaban los personajes, y de que en algunos casos el guiño era que las luces de los semáforos estaban intercambiadas, aquí será imposible mantener la cuenta de la cantidad de saltos. Es cierto que hay un puñado de realidades más importantes que las otras, como aquella en la que Evelyn es una estrella de cine... como Michelle Yeoh. Pero el guion deja espacio para que realmente los espectadores se vean abrumados por el concepto de infinito y, en simultáneo, se sientan insignificantes y únicos.

Alcanza con nombrar el universo al estilo Ratatouille (Brad Bird, 2007) pero con un mapache debajo del gorro de cocinero, o aquel en el que las personas tienen panchos en lugar de dedos. Y mencionar que la forma de concretar los saltos dimensionales es comportarse de manera impredecible, lo que aporta mucho humor al producto final. Pero hay mucho más, incluyendo a la villana que amenaza con destruirlo todo (porque total, ¿pa’ qué?) y las escenas de acción con algo de Matrix y mucho de Jackie Chan, que convierten a Jamie Lee Curtis en una fuerza de la naturaleza.

La película no deja de combinar en excelente forma lo cósmico y lo mundano, mientras cada uno de los personajes principales aprende algo sobre la vida y sobre sí mismo. Y si pensaban que dos piedras no pueden dejar a alguien al borde del llanto (salvo si se las tiran por la cabeza), se sorprenderán. En general, se sorprenderán mucho. Va mi máxima recomendación posible.

Todo en todas partes al mismo tiempo. Dirigida por Dan Kwan y Daniel Scheinert. Estados Unidos, 2022. Con Michelle Yeoh, Jamie Lee Curtis y Ke Huy Quan. En varias salas.