Existe un libro de 192 páginas sobre la producción de esta película, la primera que el tailandés Apichatpong Weerasethakul filmó fuera de su país natal y con una estrella internacional (Tilda Swinton). No lo leí y no tengo mucha información al respecto. La película está filmada en Colombia, donde transcurre la acción, pero es una coproducción de 11 países de América, Asia y Europa, incluido, como uno de los países productores, Catar, y entre las personas que aportaron y ganaron créditos como coproductoras constan el director chino Jia Zhangke y el actor estadounidense Danny Glover, aparte de la propia Swinton, que la protagoniza. Sólo queda imaginar un penoso periplo de contactos festivaleros para ir juntando de a puchitos los mangos para hacer esa producción, y quién le va a decir que no a un tipo prestigioso y multipremiado como Weerasethakul, pero, por otro lado, quién va a arriesgar mucha plata siendo que es de esos autores cuyo prestigio no merma pero que nunca dieron el paso hacia el mercado de “cine de arte comercial” (cosa que existe, valga el oxímoron).

Quizá Colombia haya sido elegida para obtener una sensación de extranjeridad y como disparador creativo, pero el universo de Weerasethakul es tan personal que, a todos los efectos sensibles, la acción podría perfectamente transcurrir en Tailandia como en cualquier otra película del director: los bordes forestales de la Amazonia podrían ser Khao Sok, Bogotá podría ser Bangkok, la humedad, los cielos grises, la niebla, las lluvias copiosas y los gritos de los monos son intercambiables. Es el Weerasethakul de siempre, con la ventaja para nosotros de que, con excepción de los pocos diálogos o frases dichos en inglés, está casi todo hablado en español y no tenemos que desviar la atención de la preciosura meditativa de las imágenes para leer subtítulos.

La narrativa tiene un centro: Jessica se despierta una madrugada con un ruido explosivo que parece oriundo de una construcción, o un accidente, o un atentado. Es bruto susto, para ella y para nosotros, espectadores. Ella queda obsesionada con ese sonido, recurre al técnico de un estudio para intentar reconstruirlo y va guiándolo como quien hace un retrato hablado. Vuelve a escucharlo en distintas ocasiones, y se va percatando de que la mayoría de las personas no lo oyen. Sentirse la única persona que parece tener ciertas percepciones y preocupaciones va generando en Jessica un sentido de aislamiento, de diferencia, que tiende a resolverse cuando conoce, de casualidad (¿o destino?) a otro ser también medio aislado, pero que parece estar en paz con sus extrañezas, y con el que logra una especie de conexión telepática. Se da la insinuación de que el sonido puede tener origen extraterrestre.

Descripta de esta manera, la sinopsis tiende a sugerir una experiencia entre Encuentros cercanos de tercer tipo (1977, Steven Spielberg) y Más allá de la vida (2010, Clint Eastwood), pero no, Memoria es un tipo de experiencia cinematográfica totalmente distinta. Mientras que esas películas hollywoodenses planteaban universos más o menos consistentes que eran ampliaciones maravillosas de nuestro mundo natural (respectivamente, con alienígenas que entablaban contacto con nosotros, y con muertos que pueden comunicarse con nosotros a través de un médium), aquí el universo es impreciso, y esa imprecisión tiene muchas facetas.

Hay cosas que se mencionan y nunca se explican, que tienen que ver con “el perro” que pudo haber sido el responsable o el originador de algo. Hay un personaje de memoria perfecta a la manera del Funes borgeano, y que además entiende el lenguaje de los monos de la floresta y capta las historias almacenadas en la vibración de las piedras. Hay referencias a la encarnación (“encontré un par de amantes y nací”). Hernán, el técnico del estudio, parece en vías de desarrollar un vínculo afectivo con Jessica, pero luego encontramos indicios de que Hernán no existe: ¿fue una alucinación de Jessica o el pasaje por una realidad alternativa? Pues resulta que el hombre con el que ella va a interactuar en el tramo final también se llama Hernán. ¿Es una mera homonimia (no es un nombre tan raro) o hay una conexión entre ambos, o son, de alguna manera, uno solo?

Aún más desconcertantes son las opciones narrativas. El devenir es lento, meditativo: el DPP (duración promedio de plano) excede el minuto. Se habla poco, no hay ningún encuadre cercanísimo al rostro de ningún personaje, y la mayoría de los planos son tan amplios que a veces, cuando las personas dialogan, apenas distinguimos los movimientos de los labios. Se nos concede el tiempo de digerir cada encuadre, cada imagen, cada espera, cada segundo de una “nada” cargada de sustancia inefable, y la película pide (bajo pena de simplemente quedar afuera) diluir nuestra disposición habitual tipo qué-va-a-pasar para convertirla en un disfrute de la tactilidad de las imágenes y sonidos, del estar en ellos, de fantasear lo gratificante de esas conexiones mágicas y de lo misterioso, e incluso conectarlas poéticamente (creo recordar —vi la película una única vez— que las líneas generales del primero de los planos, con esa especie de aleta triangular oscura abajo en la derecha, es una inversión horizontal del último, en que la misma forma triangular oscura está ahora abajo a la izquierda).

Podemos poner en duda, por ejemplo, si las escenas de la primera parte se nos presentan realmente en orden cronológico, y si esa cronología quizá barajada lo está debido a manipulaciones del dispositivo narrativo o si Jessica de alguna manera está viviendo unos cortocircuitos entre realidades alternativas o entre tiempos (para ella, Andrés el dentista murió el año pasado, pero resulta que, según cuentan su hermana y el cuñado, Andrés está vivo). Y sobre todo, están las escenas que no aportan absolutamente nada al discurrir de la historia supuestamente central.

Nuestra tendencia es buscarles una motivación: ¿qué tiene que ver la línea narrativa de la hermana hospitalizada de Jessica? ¿Será que esa osamenta prehistórica de una niña, con el cráneo perforado “para que puedan escaparse los espíritus”, tiene algo que ver con Hernán y el ruido y todo eso? También el estatus de la osamenta es incierto, como el de los dos Hernanes, ya que escuchamos una noticia en la radio que dice que encontraron una osamenta durante la excavación de un túnel, pero que, por desgracia, las excavadoras habían destrozado el cráneo, lo que no permitía discernir si estaba o no perforado. ¿Es la misma osamenta que vimos en dos realidades alternativas, o son simplemente dos osamentas separadas, dos ejemplares del mismo descubrimiento arqueológico, uno intacto y el otro roto? ¿Qué puede querer decir ese plano-secuencia fascinante, cerca del inicio, con las alarmas de los autos estacionados? ¿Hay alguna simbología en esa escena en que el primer Hernán muestra a Jessica la música que compuso a partir del sonido que recrearon —música que ella escucha por auriculares pero nosotros no oímos—, todo eso frente a un monumento a Nicolás Copérnico?

La composición va a integrar el repertorio de The Depth of Delusion Ensemble (Conjunto La Profundidad de la Ilusión Engañosa). ¿Y esas tres escenas en que nos detenemos escuchando música bonita (en el estudio del primer Hernán, en un conservatorio y con un par de muchachos que bailan en la calle)? No parecen estar a santo de nada más que del disfrute, aunque esto, en una obra de arte, nunca es del todo verdadero, ya que cualquier cosa que esté ahí se vuelve parte del objeto que estamos apreciando.

Ese objeto, en este caso, es misterioso y nos hace saltar de susto cada una de las muchas veces que suena la explosión. Podemos tomar esos sustos como esos gestos abruptos de los maestros zen, los latigazos que les pegan inesperadamente a sus discípulos para propiciar desconcierto y acercar la posibilidad de la iluminación. Pero es, como la meditación misma, una experiencia mayormente suave, llena de recovecos para que la mente pueda explorar, llena de epifanías potenciales, y con situaciones de gran ternura y fascinación. Es una experiencia única, bella, de quietud, de espera, de contemplación, de viaje por un universo peculiar, urdida con maestría.

Memoria. Dirigida por Apichatpong Weerasethakul. Colombia, Tailandia y nueve países más, 2021. Con Tilda Swinton, Elkin Díaz, Juan Pablo Urrego. Cinemateca, Sala B.