Uno de los más reconocidos enfants terribles del off Broadway y del cine independiente se impone como dramaturgo en la escena teatral internacional con esta comedia negra sobre los límites del arte contemporáneo, que plantea, además, un debate sobre la moral en las relaciones humanas.

Una estudiante de arte conoce, en una exposición, a un hombre que trabaja allí en la sala. Comienzan una relación, y a partir de ese vínculo ella va redefiniendo la imagen de él al punto de alterar su comportamiento y hasta el trato con sus amigos. Una vez más, el arte se propone discutir el amor y sus repercusiones.

La pieza nos alerta sobre los riesgos de entregar, ciegamente, nuestras vidas a otra persona, borrando las fronteras de lo individual. La cuestión de qué son el amor o el desamor está directamente vinculada al análisis sobre la ausencia y la presencia de límites. Se cuestiona lo que somos capaces de hacer con tal de creer que alguien nos ama, al punto de abandonar el territorio de lo personal. Es un texto que discute lo socialmente establecido para los vínculos, pero lo hace agregando otro ingrediente: el arte moderno y sus controversias.

¿Qué tiene que ver el arte con el amor? El texto no pretende responder esa pregunta. En todo caso, se presenta al arte como una herramienta que ilumina lo que no somos capaces de ver, la idea de que el amor es una emoción atravesada por intereses. En La forma de las cosas, arte, amor y verdad son un entramado que desnuda el comportamiento humano cruel, asociado a la manipulación y a la capacidad de moldear las cosas según ciertos objetivos. Desde esa perspectiva, el ser humano sería una especie de dios que construye realidades según sus necesidades, mientras que el arte introduce una alternativa cuestionadora.

La simpleza a la que asistimos al inicio de la obra es una trampa de la dramaturgia, que hábilmente convence al espectador de que está frente a una historia más sobre el amor y la amistad, en este caso, entre personas que hacen arte. Durante la primera mitad de la pieza el juego es lineal, relacionado a los temas del deseo y el engaño, como tantos otros lugares comunes en el amor. Pero el desenlace mostrará que las cosas no eran como lo creíamos.

La puesta en escena es sencilla y juega a favor de la dramaturgia. Los espacios en desniveles permiten articular sin dificultades las distintas escenas en las que los personajes se encuentran.

La dirección de Fabio Zidan y Gustavo Bianchi es inteligente. Apuntan a despistar al espectador planteando una estética que dialoga muy bien con la exigencia de la obra, que tiene la complejidad de parecer sencilla para desembocar en una peripecia que nos descoloque y nos lleve al impacto final.

Las actuaciones están muy bien. Ninguna desentona; todos cumplen su rol en el tiempo necesario. Sin embargo, es de destacar la actuación de Emilia Palacios como la estudiante de arte. Su personaje es, probablemente, el que menos cambia a lo largo de la obra, pero Palacios, que asume aquí su primer protagónico, teje el personaje con sutileza y sin dejarnos ver más allá de lo que es necesario. Ignacio Estévez, por su parte, en el papel de Adam, muestra un trabajo corporal que alcanza un asombroso nivel de transformación escénica a partir de pocos elementos. Es necesario dejar por aquí un pequeño dato: prestar atención al nombre del personaje para comprender, al final, que hay muchas formas de creación no romantizadas por el relato tradicional y cristiano. Existen el amor, la necesidad de vínculos y la verdad. El arte pone en tensión esos parámetros, cuestionando las formas y los objetivos. Nadie está a salvo frente a La forma de las cosas.

La forma de las cosas (The Shape of Things). De Neil LaBute. Dirigida por Fabio Zidan y Gustavo Bianchi. Teatro Circular. Temporada Laura de los Santos. Sábados a las 20.30 y domingos a las 19.00.