Es raro que se les haya ocurrido hacer una película sobre un león asesino. La gente tiene fobias a tiburones, serpientes, arañas, murciélagos y diversos tipos de humanos y seres sobrenaturales, pero nadie siente fobia a un león. Uno sabe, por supuesto, que es un bicho peligroso, y ninguna persona en su sano juicio quiere exponerse al alcance de la agresión de sus mordidas, de sus garras y de su peso, pero se trata, esencialmente, del resultado lógico de la aplicación de nuestra racionalidad a nuestro instinto de preservación.

El hecho es que sí articulamos nuestra racionalidad con nuestro instinto de preservación, y dado que el cine clásico suele suscitar identificación con los personajes y un poco sufrimos de prestado lo que ellos sufren, al vernos en la situación de estar con nuestros seres queridos dentro de un auto aislado en el medio de la jungla mientras un carnívoro grandote y agresivo está muy cerca de lograr romper las ventanas, nos agarramos tremendo julepe.

No esperen nada trascendente. Los realizadores quisieron incrementar un poco el juego emotivo de la película y, a tal efecto, usaron unos artificios que es como si estuvieran urdidos por un alumno sobresaliente de un curso de guion, es decir, hace todo bien, “como debe ser”, pero sin demasiado vuelo. Entonces Nate, que es un estadounidense que está viajando a Sudáfrica con sus dos hijas (una adolescente y otra púber), se siente culpable de la muerte de su esposa y considera que dejó tiradas a las hijas en el pasado. Por lo tanto, lo último que aceptaría sería volver a cometer un descuido que las perjudicara. Por otro lado, la aventura, en la que el papá se va a desempeñar heroicamente, pero cada uno va a poner lo suyo para zafar, va a contribuir a la recomposición de una familia que estaba rota. Son marcos bien clásicos, que solemos asociar con Steven Spielberg. Hay también una línea más trascendente, de carácter ecologista: el león asesino estaría, de alguna manera, reaccionando contra la cacería de leones por los humanos, tipo “la rebelión de la Naturaleza contra la especie que desatiende sus mandatos”. La música que suena, sobre todo durante el establecimiento (antes de que empiecen los peligros serios), tiene un aire afro amable, como si fuera la banda musical de El rey león (2019, de Jon Favreau), un poco aggiornada (subiendo mucho de nivel, la canción final, al inicio de los créditos, es de Fela Kuti).

Si esos componentes de la película son medio banales, lo más sustancioso, que es la acción, el suspenso y la aflicción, anda más que bien. Bestia es muy ingeniosa en el urdido de las situaciones. Siempre hay problemas nuevos, soluciones inesperadas y bastante verosímiles, y cuando la cosa amenaza girar en círculos aparece algún factor nuevo para reacomodar todo de manera interesante. Los cuatro protagonistas (Nate, sus hijas y el guardabosques que los guía en la excursión por una reserva sudafricana) siempre se están reubicando en configuraciones variadas: alguien está aislado, otra persona tiene que ir a buscarlo, y a tal efecto deja a las otras dos menos protegidas, y por ahí sigue. Hay momentos en que las personas están en el auto, o en una cabaña, o expuestas con sus cuerpos en la selva, a veces disponiendo de toda su agilidad, pero, progresivamente, más lastimadas o teniendo que hacerse cargo de alguien maltrecho.

Hay imágenes panorámicas muy bonitas, pero abundan también los planos cercanos, que producen mucha tensión porque uno quisiera escudriñar todo el espacio alrededor de cada personaje querido, no sea cosa que esté el silencioso predador ahí, al acecho. Está el artificio del cine de terror, basado en una cierta imprudencia de los personajes: cuando Nate y las gurisas encuentran refugio en la escuela abandonada, abren todas las puertas para airear el ambiente. Entonces vamos viendo plano tras plano con la puerta al fondo, abierta de par en par, que da directo a la selva, y quedamos esperando el momento en que el felino va a asomar su melenuda cabeza. El pervertido funcionamiento de nuestra psiquis hace que, además de que encontremos cierto disfrute adrenalínico en el miedo virtual, lo acrecentemos con un elemento de exasperación (“¡la puta que lo parió, cerrá esa puerta, imbécil!”). El embate directo de Nate con el león, en el que prácticamente cada movimiento implica desgarrar gravemente un pedazo de la carne de su cuerpo, tiene un algo del ataque del oso en Revenant (2015, de Alejandro Iñárritu). También es muy ingenioso el desenlace: está armado con elementos plantados desde el inicio y, sin embargo, no lo vemos venir.

No sé detalles sobre la realización. Me da la impresión de que los leones están hechos, esencialmente, con computadora. Son muchísimo mejores que los mamíferos computarizados de hace una decena de años: se ve que la experiencia de la versión seudo-live de El rey león dejó su fruto. El león villano, aquí, dentro de un marco naturalista, sin expresiones faciales antropomórficas, tiene ese carácter sucio, entrecortado de cicatrices, mucho más para la tipología de Scar (2007) que para la de Simba.

Me da la impresión de que los realizadores estudiaron detalladamente la obra maestra que es Parque Jurásico (1993, de Spielberg), referente inevitable para un grupo de personajes en la selva cercados de predadores. En todo caso, los componentes imitados de Parque Jurásico están procesados con independencia y originalidad: la película tiene una textura propia. Vale curtir ese safari virtual, sentir miedo y putear por lo de la puerta.

Bestia (Beast). Dirigida por Baltasar Kormákur. Estados Unidos, 2022. Con Idris Elba, Sharlto Copley, Iyana Halley. En varias salas.