Es curioso que, de las 21 funciones diarias de esta película en Uruguay, 14 sean dobladas, es decir, previendo un perfil de público sin entrenamiento de leer subtítulos, y al que no le importa la diferencia interpretativa entre Daniel Kaluuya y el doblador al español neutro. Es una estrategia medio equívoca. Presupone un terror común, que funciona con base en recursos primarios para provocar miedo y sustos, cuando lo más probable es que los espectadores aficionados a ese tipo de películas vayan a considerar Nop! (la seudotradujeron así, sin el signo de exclamación inicial) una película lenta, desenfocada, no suficientemente terrorífica y con un desenlace que no llega a tener la intensidad que la extensa preparación lleva a aguardar.
Todas esas cosas son ciertas y, salvo la lentitud, son probablemente defectos. La película abunda en virtudes, pero estas pasan por otros lados.
La ambientación y la premisa son curiosas. En la despoblada zona de Agua Dulce, en las afueras de Los Ángeles, unos rancheros se percatan de la presencia de un ovni amenazante y, necesitados de plata, deciden arriesgarse a permanecer allí para capturar una filmación de calidad, justo en el momento en que el objeto o ser alienígena se pone más agresivo. Toda la película se ubica en esa zona. Pese a que, según se dice, los fenómenos inexplicados vinculados al ovni vienen ocurriendo desde hace más de seis meses, todo parece restringirse a ese microcosmos aislado, sin intervención de autoridades, científicos o militares, y con muy poca curiosidad incluso de los medios de comunicación (de los que vemos tan sólo un periodista tipo paparazzo durante el inicio del showdown).
Quedan hilos sueltos por todos lados. Lo sé, es convencional que las películas de terror dejen hilos sueltos por todos lados, pero aquí son muchos más. Por ejemplo, es un cliché que empiece con una escena inquietante transcurrida en el pasado, que tardamos un buen rato en conectar con el hilo principal de la anécdota. Aquí, sin embargo, la tal escena (la del programa televisivo y el chimpancé) resulta ser tan sólo un episodio en la infancia de un personaje secundario y no tiene vínculo causal alguno con la historia principal. Para colmo, debe ser el momento más terrorífico de la película. El otro momento más inquietante, la escena del establo, resulta que era un chiste de unos niños del vecindario. Algunas escenas se cortan de una manera abrupta, a veces en la mitad de un diálogo, dejándonos colgados, como cuando Jupe dice “¿Y si te contara que...?”.
No parece haber intención alguna de explicar cómo es que el ser alienígena llegó ahí, si se trata de una invasión extraterrestre o un fenómeno aislado, o incluso si es realmente extraterrestre. Cuando el protagonista OJ llega a la conclusión de que el alien tiene ciertos comportamientos de tipo animal con los que él, en cuanto domador de caballos, está capacitado para lidiar, esas conclusiones no parecen derivar de suficiente cantidad de premisas lógicas. Parece más bien que OJ aplicó hipótesis referidas a la territorialidad, los machos alfa y su agresividad, a partir del conjunto de conocimientos que mejor domina (los caballos) y simplemente tuvo la suerte de embocar con la conducta del bicho.
Si la historia del chimpancé no tiene conexión causal con la historia actual, sí tiene vinculaciones poéticas: la idea de predadores dotados de cierta agresividad, la idea del espectáculo y del horror capturado en cámaras, la oposición entre el destino del pequeño Jupe en aquel evento de 1998 y el del Jupe maduro en su espectáculo actual. Ese tipo de vínculos termina siendo mucho más rico e interesante que el mero seguimiento de la anécdota. Los más importantes tienen que ver con la filmación, el cine y el espectáculo audiovisual. OJ y su hermana Em descienden del jinete, aparentemente negro, de la famosa serie de fotos del caballo a galope que hizo Eadweard Muybridge en 1878, considerada uno de los antecedentes del cine.
A partir de ahí la película abunda en apuntes sobre la presencia del negro en el western (obsérvese, de fondo en una de las escenas, el afiche de Buck and the Preacher, 1972, con Sidney Poitier y Harry Belafonte), sobre el cine (incluida una vindicación del fílmico, de las cámaras que funcionaban a manivela, del tesón de filmar y de la superioridad del documental sobre el reality) y sobre la obsesión, inherente a la era de internet, de mediatizar todo. Sería posible escribir una página entera sobre esos vínculos y su cuidado desarrollo en la película. Menciono un único detalle: luego de su metamorfosis cerca del final, lo que parece ser la boca del alienígena tiene una forma rectangular con fuelle que recuerda las cámaras primitivas de fotos, como las de Muybridge. De esta manera, también se equipara la cámara con el predador, la toma de imagen con el acto de comer o morder, la afición por captar imágenes con una literal voracidad.
Jordan Peele tiene una capacidad sobresaliente para generar imágenes llamativas en un estilo visual distintivo que salpica la película con motivos memorables, que ayudan a vertebrar la obra allí donde el componente anecdótico del guion puede ser endeble. Sobre todas las cosas, tiene una extraña puntería para detalles escalofriantes que no entendemos bien cómo funcionan. El más espectacularmente perturbador es la pantufla que, luego de soltarse del pie de una muchacha que fue masacrada, queda parada en el piso en un estado de equilibrio rayano en lo imposible. Está también ese sonido fantasmal de risas o gritos escuchado más allá de las nubes antes de una peligrosa lluvia de objetos metálicos.
Esa sensibilidad del director para los aspectos pesadillescos, irracionales, atenúa mucho la necesidad de explicaciones lógicas sobre detalles de la historia. En todo caso, si hay algo insuficiente es en otros aspectos de la construcción del guion: los que tienen que ver con la caracterización individual. Si bien OJ es interesante, con su tono pragmático, sin ansiedad alguna por protagonizar los sucesos o hacerse el héroe, la estructura de la película, en la que poco a poco van confluyendo cuatro figuras heroicas para llevar el showdown (OJ, Em, Angel y Holst), pedía a gritos un mejor desarrollo de los personajes y de sus vínculos. Se viene hablando mucho de la influencia de Steven Spielberg en este material, pero falta, justamente, ese costado humano que es el más spielbergueano de todos.
Ni eso, ni las fallas en la lógica causal de la historia y de los elementos del guion, anulan lo mucho que hay de interesante para ver aquí, aunque es probable que, para disfrutarlo, haya que asumir una cuota de incompletud, de insatisfacción.
Nop! (Nope), dirigida por Jordan Peele. Con Daniel Kaluuya, Keke Palmer, Brandon Perea. Estados Unidos, 2022. Ejido, Ópera, Grupocine Punta Carretas, Movie Montevideo, Tres Cruces, Nuevocentro, Portones, Costa Urbana, Las Piedras Shopping, Grupocine Punta del Este, Colonia Shopping, Siñeriz (Rivera).