Francisco Papico Cibils (1957-2004) fue un poeta que produjo muy poco y no fue muy difundido. En una época en que casi nadie tenía equipos de filmación doméstica, se hizo de una cámara de VHS. Era admirador de Alfredo Zitarrosa (1936-1989) e hizo la filmación más extensa que existe del regreso del cantor desde el exilio, el 31 de marzo de 1984. Pese a la diferencia de edades, se hicieron muy amigos a partir de ahí y filmó casi todas sus presentaciones importantes en sus últimos cinco años de vida. Muerto Zitarrosa, Papico quiso hacer un documental sobre él pero nunca lo concretó. En una de esas pidió la colaboración del documentalista José Pedro Charlo. Quizá fue a través de este que se acercó a Aldo Garay. Todo quedó en nada, y aún más nada cuando falleció Cibils. Sin embargo, pasado más de un decenio de su muerte, Garay se propuso hacer algo con el material, un término medio entre el documental sobre Zitarrosa que nunca fue y un tributo al amigo filmador y poeta.

Es una película peculiar, porque se reparte entre dos individuos con circunstancias de vida muy distintas, uno archifamoso y el otro casi desconocido, disponiendo de una sobreabundancia de material sobre el primero y muy poquito sobre el segundo.

Soy perfectamente consciente de que, en este caso particular, en calidad de estudioso de la música popular uruguaya del período retratado, disto mucho de la situación de la mayoría de los espectadores. La película me resultó particularmente angustiosa. Me sentí como un paleontólogo que se entera del descubrimiento de una serie de videos del Parque Jurásico luego de su destrucción, y resulta que la película que procesa esos materiales valiosos sacrifica dos tercios de lo que hubiera bancado el metraje para dedicarse a una semblanza biográfica del visitante que hizo las tomas antes de ser morfado por un tiranosaurio.

Imágenes cargadísimas de implicancias para la historia sociopolítico y cultural del Uruguay desfilan por la pantalla mientras se hace caso omiso de esas potencialidades. Obvio, nadie quita lo bailado por las imágenes en sí mismas: es impresionante ver a la multitud de gente recibiendo a don Alfredo en el aeropuerto, el baño masivo de cariño que se le dispensa y el río humano continuo que lo saluda desde Carrasco hasta AEBU, donde hizo su discurso de llegada. Pero, si no me falló la atención, no se dice una palabra sobre que fue el primero de los grandes músicos exiliados que pudo regresar, sobre el papel de Adempu (la recién fundada Asociación de la Música Popular Uruguaya) en la organización de esa recepción, en la necesidad de hacer un acto masivo entre otras cosas porque nadie sabía realmente cómo iban a tomar las autoridades ese regreso. Tampoco hay comentario sobre la admirable disciplina político-partidaria de Zitarrosa, quien acata, de inmediato, el papel del novel gremio y decide adherir a él, con tanta generosidad que su anhelada primera presentación posexilio en suelo uruguayo se la regala a Adempu, en un multitudinario espectáculo en el estadio Franzini el 7 de abril, en el que él fue, simplemente, el más aguardado de unos 50 músicos que participaron, integrantes del Canto Popular entonces todavía pujante. Recién entonces Zitarrosa se tiró a su primera presentación individual, en el estadio Centenario.

En ningún momento se aclara qué fue exactamente Adempu, no se entrevista a sus exintegrantes, no se menciona a los demás músicos que participaron de aquel espectáculo histórico y no se vislumbra la actuación de ninguno, ni siquiera a modo de pantallazo. (En el Q&A, luego de la función a la que asistí, Aldo dijo que sí, que el recital está íntegramente registrado por Cibils.) Carlos Molina hizo una payada de bienvenida a Zitarrosa en AEBU, y el momento que sobrevivió a la edición creo que no llega a completar una décima. Cibils hizo entrevistas exclusivas a distintas eminencias del canto latinoamericano que hablan sobre Zitarrosa, y apenas vemos un minutito de la declaración de Mercedes Sosa.

Queda claro que eso no son errores, es simplemente un foco distinto. Yo soy el paleontólogo desesperado por la oportunidad de ver a los dinosaurios y Garay es el documentalista interesado en el filmador. Tampoco quiero reducirlo todo a un terreno subjetivo: pienso que realmente explorar más a fondo el material sobre Zitarrosa sería mucho más relevante y significativo. Voy a respirar hondo y hablar de la película que es, y no de la que podría haber sido y que quizá alguien llegue a hacer. El inicio está buenísimo, porque es como una síntesis. De sopetón, vemos a Zitarrosa con su hija Serena, entonces de 12 años, charlando sobre Papico, el que está detrás de las cámaras.

Como siempre, es divino ver hablar a Zitarrosa; no hace falta que cante: basta escuchar su voz hablada, la calidez de su decir, la manera en que la poesía se le cuela en las palabras, esa dignidad a un tiempo vívida y triste con que se planta frente al público. Por fuera de las filmaciones de Cibils, quedan escasísimos registros filmados de Zitarrosa cantando, así que cada uno es un tesoro. Y acá podemos verlo hacer, íntegra “Milonga de ojos dorados” en uno de sus primeros espectáculos del regreso. Hay un efecto reiterado en la película, muy bonito, de confrontar, en el montaje, los lugares de los eventos filmados por Papico y esos mismos lugares en el hoy. Vemos entonces el aeropuerto funcional y totalmente colmado de gente en el regreso de Zitarrosa en 1984, y el mismo predio hoy, abandonado y desierto. Algo similar tenemos con el Centenario, el Franzini, AEBU, que siguen activos pero ya sumidos en su cotidianidad menos trascendente que la de aquel momento fervoroso registrado por Cibils.

Vislumbramos a la cantante Cristina Fernández, que le regaló a Zitarrosa la guitarra blanca (de flores) en el aeropuerto, vemos a Germán Araújo abrazarlo, vemos a Washington Benavides presentar al cantor en uno de sus recitales, a Juceca haciendo un discurso en la inauguración de la plaza Zitarrosa en 1994. Escuchamos un fragmento de los casi desconocidos Diamólogos de Zitarrosa, sin entender cabalmente de qué se tratan, pero captando con claridad la inquietud del autor por explorar nuevos caminos. Y nos enteramos de la existencia de Papico Cibils, de su personalidad, de su bonita poesía (leída por Gabriel Galli), de su compañera y sus hijos, y del valiosísimo registro que nos legó. La escena en que Papico recita el poema “Guitarra blanca” de Zitarrosa, acompañado por el conjunto de guitarras del amigo músico, contribuye a cementar esa línea central de la película.

Guitarra blanca. Dirigida por Aldo Garay. Documental. Uruguay, 2022. Cinemateca.