Pepe Vázquez nació el 1° de marzo de 1940 en Treinta y Tres. Aprendió a leer, como sus cuatro hermanas mayores, con su madre, que era maestra rural. Fue su madre también quien lo llevó por primera vez al cine, para ver Tarzán y su compañera. “Yo era un niño fatal, fatal... Pero después de eso estuve como cinco días sentado en el zaguán de mi casa, imaginándome que por la calle Pablo Zufriategui estaba lleno de lianas hasta llegar al hospital. Y yo iba de liana en liana a toda velocidad a curar enfermos [risas]”. La memoria de Pepe es prodigiosa, y su relato se nutre de detalles, nombres y direcciones. También fue su madre quien lo llevó, junto a sus hermanas, al estreno en Uruguay de Hamlet, de Laurence Olivier, ya terminando el ciclo escolar. “Y en el 54 se estrenó Nido de ratas, con Marlon Brando. Todas cosas que me pegaron en la cabeza. Cuando vi actuar a Marlon Brando dije ‘quiero actuar así’. Me pasó lo mismo cuando apareció Dustin Hoffman”.
Dos años después de ver Nido de ratas, Pepe llega a Montevideo para hacer preparatorios. “Ya había preparatorios en Treinta y Tres, pero mi viejo dijo: ‘Vas para allá a un preparatorio particular porque vos sos muy salvaje’ [risas]. Era un preparatorio formado por el Elbio Fernández y el Crandon y no podías perder los exámenes. Pasé los dos años y me inscribí a estudiar Notariado. Compré el Código Civil pero nunca entré a clases, no daba los exámenes pero mentía que sí. Y a la hora de las clases me iba del Sportman caminando hasta la esquina de 18 y Minas; ahí había un vendedor de libros, que era Amanecer Dotta. Iba todas las mañanas y me fui haciendo amigo de él. Y Amanecer era íntimo amigo de Alfredo [Zitarrosa]. En ese tiempo trabajaba en El Espectador, que quedaba en 18 y Olimar, y pasaba por esa esquina todos los días, ahí lo conocí. Cuando le conté a mi familia que no estaba estudiando Notariado también les dije que me iba de donde estaba, que no quería que me mantuvieran. Y Alfredo me dice: “Te venís para la pensión”. La madre tenía una pensión en Yaguarón entre Isla de Flores y Gonzalo Ramírez, y la pieza de él daba a la calle. Y empecé a vender libros. Y ahí en la pensión se juntaban Amanecer Dotta, Bernardo Galli, el flaco Salvador Puig, iban intelectuales anarcos, porque Alfredo era anarco en ese tiempo. Y yo me sentaba ahí y escuchaba. Imaginate”.
Empezás a estudiar teatro pero casi enseguida te vas a Cuba a comienzos de los 60. ¿Cómo fue esa experiencia?
Los cubanos habían llevado a Ugo Ulive, también fue Cristina Lagorio, una actriz de la Comedia Nacional. Y el ministro de Cultura cubano le pide que arme la Escuela Nacional de Artes Dramáticas. Entonces le dice a Amanacer Dotta, que también estaba allá, que precisa más gente de teatro, porque los cubanos querían formar grupos que fueran con espectáculos a las cooperativas de campesinos recién formadas. Y Amanecer me escribió para que fuera a dar una prueba. Me fui para allá, me contrataron, y formé parte de un elenco que se llamó Brigadas de Teatro Francisco Covarrubias, que fue un famoso escritor de sainetes cubano. Fuimos a distintos lugares, algunas veces de la Provincia de La Habana, a Matanzas y a otras provincias. Teníamos siempre mil y pico de espectadores, porque iban los campesinos con sus bancos, sus troncos, aquello fue inolvidable.
¿Qué tipos de obras hacían?
Hicimos de todo, obras cubanas, musicales, ahí aprendí a bailar rumbas y congas. Me acuerdo de que hicimos una de [Bertolt] Brecht que se llamaba Arroz para el octavo ejército, que era una obra ubicada en una aldea china cuando Mao Tse Tung estaba en la montaña ¡Estábamos vestidos de chinos! [risas]. Algunos robaban arroz y se lo enviaban a quienes estaban en la guerrilla. Estando allá viví la crisis de los misiles, una experiencia inolvidable. Vos veías que había un collar de barcos en el horizonte rodeando la isla. Y el Ejército y los milicianos en distintos lugares de las costas cubanas, con antiaéreas. Nosotros íbamos a dar funciones al atardecer, pero a veces nos agarraba la noche y nos hacían dormir ahí, en tiendas.
Ulive después se volvió porque empezó la vigilancia a los homosexuales, era algo que se entendía como una enfermedad. Le dijeron que tenía que sacar a todo el profesorado que fuera homosexual pero que no les dijera por qué, y que no iban a perder sueldo, pero Ulive decía: “Yo no puedo despedir a alguien de la escuela y decirle que no sé la razón”. Y entonces decidió irse, dijo: “Yo me voy, no vine a crearle problemas a Cuba y a su proceso”.
Años después Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío abordaron esa temática en la película Fresa y chocolate, de 1993.
Claro, y ahí ves que en realidad no había censura en el cine, en el teatro tampoco, pero estaban esas contradicciones. Acá vino uno de los actores de Fresa y chocolate, no [Jorge] Perugorría, el que hacía del joven que pertenecía a las juventudes comunistas. Estuvo acá estando nosotros con el flaco [Jorge] Denevi haciendo Plop! en el canal 12. Y lo llevaron, le hicieron una entrevista.
Ahora que nombraste a Denevi, hiciste más de 20 obras con él, desde los años 60 hasta ahora, con La violación de Artemisia. ¿Cuándo lo conociste?
Cuando volví de Cuba. Yo había empezado a estudiar teatro en El Galpón, después del primer año me fui a Cuba. Cuando volví me hablaron del Club de Teatro, que estaba en la calle Rincón entre Treinta y Tres e Ituzaingó. Había sido fundado por [Antonio] Taco Larreta, por Dhad Sfeir... Y entre los alumnos egresados estaban el flaco Denevi, Juan Alberto Sobrino, Héctor Vidal, y cuando llegué me integré al teatro. Los grandes ya se habían empezado a ir y nosotros nos quedamos en la salita chica que estaba en Rincón 516. Y ahí nos empezamos a formar y a hacernos como hermanos. Mi carrera está formada con él, que es un director completísimo, muy inteligente.
Lo de La violación de Artemisia fue así. Yo hice una peritonitis, me salvé por poco, y mi hija me llevó a una clínica en el Prado para terminar la recuperación, después me volví a casa. Y estando en la recuperación el flaco fue a verme, yo ya había leído la obra, y me dice: “Recuperate y empezamos a ensayar”. Y ahí le digo: “¿cómo la voy a hacer?, ¿de bastón?”. Y el flaco me contesta: “Ya encontré cómo” [El personaje de Vázquez se mueve en una suerte de escritorio con ruedas]. Los jóvenes le dicen el carricoche de Pepe [risas].
Y tu personaje es clave porque es el que aporta humor a esa historia terrible.
El flaco dijo: “Tengo que poner una cuota de ironía y de humor, porque si no la gente no aguanta esta tragedia, esto que cuento es monstruoso”. Es todo verdad lo que se cuenta en la obra, está en las actas del juicio. Todavía nos quedan dos funciones de La violación de Artemisia, una en la sala Lazaroff y otra en el Molino de Pérez. En el Circular ha sido notable pero en los barrios fue increíble.
Y el flaco ha estudiado mucho determinadas cosas del trabajo de los actores, estás actuando y te dice: “Ojo, no digas la letra que aprendiste de memoria”. La gente, por lo general, no dice lo que piensa del todo, siempre es por debajo, y en las obras de teatro mucho más, porque los personajes de teatro están casi siempre al límite. Y hemos hecho de todo.
Desde comedias y dramas hasta una obra de Samuel Beckett como Final de partida (2016).
En la sala Hugo Balzo. Ensayamos en un apartamentito donde vivía Rogelio Gracia. Con Susana Anselmi, una de las grandes actrices veteranas, y el flaco [Héctor] Spinelli. Y ahora tenemos un proyecto de hacer un Beckett de vuelta: La última cinta magnética.
Con Denevi también trabajaste mucho en televisión.
La televisión tiene una cosa buena que es que vos estás actuando siempre para la primera fila. Después tenés que aprender que, actuando para la primera fila, te tienen que ver desde la fila 25. Eso era apasionante. Empezamos en blanco y negro, con El flaco Cleanto. Después se hizo un programa que se llamaba Coliseo Colifato. Era un programa musical, tocaba Jaime Roos, y yo era el conductor, vestido de esmoquin. Después vino la televisión a color y ahí empezó Telecataplum. Pero eso fue después de la dictadura. En el medio nos fuimos a Costa Rica. Cuando vino el golpe de Estado, de la noche a la mañana todo lo que vos sabías podía ser peligroso. Fijate que esta reunión ya era peligrosa. Y empezaron a llegar las historias de las torturas en los interrogatorios. Y me empecé a preguntar si aguantaría el dolor. Hablamos con Imilce [Viñas], María [hija de Pepe e Imilce] tenía dos años, y nos fuimos.
Has contado que con Imilce fueron quienes empezaron con el café-concert en Uruguay.
Mirá, con Imilce perdimos a nuestro primer hijo, se llamaba Camilo. Cuando le hicieron la cesárea me llaman y me dicen que la cosa venía mal y que era preferible que no viviera, porque no respondía a ninguna señal. En aquel momento lo tuve que registrar como nacido y lo tuve que enterrar, porque cuando vive 20 horas vos te hacés cargo de los restos. Lo llevé al Buceo y lo enterré. Y a Imilce le tuve que dar yo la noticia en un cuarto del hospital. Para ella fue terrible, porque yo lo pude ver, lo pude besar, pero ella no. Entonces fuimos a ver a un médico psiquiatra para que nos ayudara, Edmundo Gómez Mango, que se tuvo que exiliar en Francia durante la dictadura, un tipo de un talento notable. Habló con nosotros y a Imilce le dijo: “Lo que tú tenés que hacer ahora es ir al Buceo donde está enterrado tu hijo y llorar todo lo que tengas que llorar. Y además tienen que hacer algo juntos a partir de ese dolor”. Y ahí hicimos un espectáculo que se llamaba Ríase, señor. Lo hicimos en Procopio, un local que estaba en el hotel California, junto a un gran músico que se llamaba Walter Venencio. Y al año nació María Clara, la madre de mis dos nietos. Me acuerdo de que cuando estaba esperando, temblando de miedo, tenía de la mano en un lado a Amanecer y del otro a María Minetti. Y cuando pasa la nurse con María en los brazos me preguntó: “¿Qué quiere que sea?”, y yo le dije: “Decime que ese bebé está sano”, y me contesta: “¡Está divina!”.
Imilce te dirigió en la Comedia Nacional también. Pero una obra emblemática tuya con la Comedia fue El viento entre los álamos (2005), con Julio Calcagno y Jorge Bolani dirigidos por Mario Ferreira. Esa obra la repusieron diez años después en el teatro Alianza.
¿Te acordás? Esa obra la mandó una sobrina de Taco Larreta que vive en París, que viene cada tanto y fue a ver Artemisia. Y jugó a favor nuestro la vejez. Me acuerdo de que Mario nos decía “cuando se olviden, ayúdense entre ustedes a la vista del público, esto se los perdona la gente”. Y un día Bolani me dijo: “Usted todos los días me hace tal historia, ¿hoy no la va a hacer? Le digo como empieza” [risas]. A tal punto fue el éxito que se hizo una última función en el teatro Solís. Un día iba caminando por la peatonal y me gritaban los vendedores: “¡Vázquez, ya tengo la entrada!”. Con Julio también hicimos Aeroplanos (2017). A dos o tres meses de hacerla nos fuimos de viaje con mi hija y Emilio [Pigot], fuimos a Suecia, a Italia y a España. Y cuando estábamos en Sevilla estoy subiendo a un taxi y escucho que me dicen: “Oye, que tú eres Pepe Vázquez”. Y yo pensé: “Este es un uruguayo que vive acá”. Y me dice: “No, niño, no, que yo soy andaluz. Que con dos matrimonios amigos hicimos un viaje por Chile, Argentina y después por tu patria. Y como somos muy teatreros le preguntamos al del hotel qué se podía ver, y nos dijo: ‘Vayan a ver a estos viejos antes de que se nos mueran’” [risas].
¿En este momento tenés como proyecto La última cinta magnética, entonces?
Sí, todavía no hemos empezado porque el flaco acaba de estrenar ¿Quién le teme a Virginia Woolf? Y fijate lo que es la historia, yo fui el apuntador y el encargado de poner los sonidos cuando Taco la estrenó con Dhad Sfeir, Claudio Solari, Marta Bórbida y Ricardo Márquez en la Sala Verdi. Ahí empecé como apuntador y después como jefe de escenario. Un día, antes de estrenar, Taco me muestra los programas y me dice: “Te puse Pepe Vázquez, dejate de pavadas, fuiste y serás Pepe Vázquez”. Porque en aquella época me ponía Eduardo Vázquez. Y era verdad, yo soy Pepe Vázquez.