En Estados Unidos existe una expresión muy simpática, water cooler talk, algo así como “charlas del dispensador de agua”, y se refiere a esos temas de conversación que surgen cuando dos compañeros de oficina coinciden cerca de ese aparato. Recuerden que los oficinistas del norte suelen trabajar dentro de cubículos; las conversaciones laborales uruguayas pueden desarrollarse desde la comodidad de los escritorios de los involucrados.

Los temas de estas charlas suelen ser aquellos que, justamente, involucran intereses compartidos de los trabajadores, como la política, el deporte y las series de televisión. En épocas en que las grandes cadenas estadounidenses marcaban el rumbo de la ficción televisiva, al otro día de series ya clásicas como Cheers, Friends o Seinfeld (para nombrar comedias), el water cooler talk podía girar alrededor de la carta de 18 hojas que Rachel le había escrito a Ross. 18 hojas... frente y dorso.

Tanto aquí como allá, los canales de cable comenzaron a hacer mella en el rating de la conocida como “televisión abierta”. Por allí apareció un canal premium llamado HBO que, especialmente los domingos de noche, comenzó a programar series que se colocarían entre las mejor consideradas de la historia, incluyendo a Los Soprano, Six Feet Under, The Wire o Juego de Tronos. Los lunes, en las cercanías del dispensador de agua era usual escuchar charlas sobre Tony Soprano, la familia Fisher, Stringer Bell o Jon Snow.

Sin embargo, en los últimos años fuimos testigos de un acontecimiento que le cambió la cara al “consumo” (palabra clave) de lo que todavía entendemos por televisión. Las plataformas de streaming, que primero permitían ver los programas en los días siguientes a ser transmitidos, comenzaron a generar material original, que solamente puede verse con una suscripción y a demanda. Es más, se popularizó una forma de agregar el “contenido” (la otra palabra clave) a los catálogos de estos servicios: toda una temporada junta, el mismo día.

La posibilidad de ver un programa cuando nosotros quisiéramos cambió el panorama de la televisión a lo largo del planeta. Desde asuntos tan obvios como las mediciones de audiencia, que hoy se miden como a cada plataforma se le cante, pasando por la posibilidad de no perderse lo que uno realmente quiere ver, hasta llegar (mal que nos pese) a la muerte de esa water cooler talk que empezaba con “¿Viste anoche el episodio de...?”.

Vivimos el fin del “visionado comunitario”, a falta de una expresión mejor. Nos siguen quedando los partidos de fútbol, pero cada vez es más común escuchar un grito de gol en cinco o seis momentos diferentes, dependiendo de si se está siguiendo el encuentro por radio, cable, cable HD, plataforma o sitio pirata. Sí, vivimos en una era en la que te espoilean los goles.

Con respecto a las ficciones, aquellas que se ven en patota son cada vez menos. Todo el mundo habló de Stranger Things, pero Netflix vuelca varios episodios juntos y los fanáticos se desesperan por verlos antes de que las redes sociales cuenten cómo hizo aquel para salvarse o cuál es el origen secreto de ese otro villano. En este momento van quedando dos opciones: la serie de estreno semanal en plataforma, comandada por Disney+ y sus ficciones ambientadas en los universos de Star Wars y Marvel, y la serie de estreno semanal híbrido, como las de HBO.

Sobre esta opción, el domingo 21 del mes pasado la cadena estrenó (en simultáneo por cables y por su servicio HBO Max) una ficción pensada para su conversación en las redes y los dispensadores de agua. Y si parece creada en un laboratorio en busca de conquistar al gran público, es porque ocurrió algo más o menos así. Al final de Juego de tronos se barajaron hasta una decena de proyectos para continuar el mundo creado por George RR Martin, y un grupo de ejecutivos se quedó con La Casa del Dragón.

Es que a esta altura el visionado comunitario sólo puede sostenerse con productos que segmenten lo menos posible. En este caso, quedan fuera aquellos que no gusten de ver en pantalla elementos como dragones, castillos, violencia obstétrica, escenas de sexo y penes que acaban de ser cortados del cuerpo de su legítimo dueño. El primer episodio tuvo de todo.

Más allá de conversaciones sobre calidad, que dejamos para gente más aburrida (o para mí, pero en el diario de algún otro día), es simpático pensar que el lunes 22, justo en la semana de la nostalgia, volvieron esas charlas sobre lo que algunos habían visto en televisión el día anterior. ¿Yo? Yo teletrabajo. Gracias por preguntar.