La cola desde la entrada se remonta por la avenida Corrientes, llega a la esquina y dobla. En los momentos de mayor llegada de público se dice que alcanza las cuatro cuadras. Previendo la aglomeración y las esperas, la organización dispuso a varios magos haciendo su espectáculo para entretener a la gente.
Todas esas personas pretenden entrar al Complejo Art Media, en los hechos un inmenso galpón en el que se realizan recitales y espectáculos. Pero durante tres días no hay nada de eso. La gente que hace cola pacientemente pretende entrar a un local donde sólo hay una cosa: libros. Muchísimos.
La decimoprimera edición de la Feria de Editores (FED’22) de Buenos Aires batió récords. De hecho, cada edición bate récords respecto de las anteriores, lo que la lleva a buscar permanentemente locales más y más grandes donde acomodarse. Este año el Complejo Art Media, en el que se ubica por primera vez, ya le quedó chico. 280 editoriales independientes, de medianas a muy pequeñas, la mayoría argentinas (y, todo hay que decirlo, la mayoría porteñas) pero también uruguayas, bolivianas, chilenas, peruanas, colombianas, mexicanas, brasileñas y españolas, se apretujaron en los 6.000 metros cuadrados del local. En un entrepiso ubicado encima de una de las dos cafeterías hay algunas presentaciones y otras actividades muy cuidadosamente curadas y promovidas por la organización, pero, siendo sinceros, pasan bastante desapercibidas frente al hormiguero que es la planta principal. La FED se compone en 99% de mesas con libros a la venta. Sólo eso atrae a la gente: 18.000 personas en tres días. Y la gente compra: la organización calcula que se vendieron 65.000 libros. Eso en una ciudad repleta de librerías y ferias de usados, y que cada abril tiene una de las Ferias del Libro más grandes del continente.
Los padres del monstruo
Los motivos del crecimiento imparable de la FED son difíciles de descifrar. Por un lado, Argentina en su conjunto está en medio de una de sus lamentablemente frecuentes crisis, que todo editor al que se consulte no vacila en calificar de tremenda. Por otro, al visitante extranjero que pase por Buenos Aires le llama la atención que haya sectores que parecen florecer pese a todo. Los restoranes, por ejemplo, siempre llenos, sobre todo en las noches. O, yendo al tema, las editoriales independientes.
Por paradójico que suene, la crisis y sus derivados pueden haber abierto oportunidades para sellos locales argentinos. Es interesante que al entrar a algunas librerías grandes (por caso, a la sucursal de Hernández en Corrientes y Uruguay) se encuentren las mesas más cercanas a la entrada ocupadas en su totalidad por ediciones nacionales de editoriales medianas (Interzona, Eterna Cadencia, Blatt & Ríos, Fiordo, Caja Negra, Sigilo, Mansalva, Leteo, en fin, una o dos docenas más que combinan autores nacionales con abundantes traducciones), cosa que hasta no hace muchos años era impensable. Tal vez los costos inalcanzables de los libros importados de España (que prácticamente los hicieron desaparecer del mercado) tengan que ver con esto, tal vez se deba a disputas con los sellos multinacionales, tal vez a motivos totalmente distintos. Lo importante es que ese conjunto de sellos que se ha mantenido, crecido y diversificado en la última década ocupa con comodidad el espacio conquistado, y las librerías que les dan visibilidad no pierden nada de variedad, oferta y prestigio.
Además de los de esa categoría, la oferta de editoriales más pequeñas parece interminable. No tienen tanta exposición ni son tan bien tratadas por las librerías grandes, pero su diversidad es prodigiosa. Literalmente son cientos de sellos, con catálogos entre nutridos y muy mínimos, generalistas o especializados, casi todos dedicados a autores nacionales. Y casi todos se dan cita cada año en la FED.
La Feria de Editoriales es una creación de Víctor Malumian y su amigo y socio desde la facultad Hernán López Winne, con quien además comparte la dirección del sello Godot y de la distribuidora Carbono. Cuenta Malumian: “La FED empieza en el auditorio de FM La Tribu, en la calle Lambaré, un poco por afinidad ideológica y otro poco porque conocíamos el espacio desde nuestra época de estudiantes. Arranca con apenas 15 editoriales, todos sellos amigos, y el chiste era que nadie querría ir un domingo a una feria, así que decíamos que si no iba nadie nosotros invitábamos la pizza y las otras editoriales la cerveza. Además justo cayó la tormenta de Santa Rosa y se inundó la calle que da acceso a la radio. Nos dijimos que no había que hacer más la feria, que había sido una muy mala idea. Pero después bajó el agua, la gente empezó a venir y no salió tan mal. Ese fue el germen. Hicimos cinco ediciones en La Tribu, después una en Central Newbery, dos en Santos 4040, dos en el Konex, luego una edición pandémica totalmente virtual en 2020, en 2021 una en la calle con protocolos sanitarios y ahora en el Complejo Art Media”.
Para Malumian, el crecimiento de la FED y la buena salud de las editoriales independientes son fenómenos conectados pero no intrínsecos: “Hay una voluntad (tanto en la FED como en las editoriales independientes) de hacer las cosas mejor. No sé si eso hay que llamarlo profesionalización o cómo, pero sí podemos ver cómo las editoriales chiquitas, tanto uruguayas como chilenas, peruanas, mexicanas, colombianas o argentinas, están diseñando cada vez mejor, están distribuyendo cada vez mejor, preocupadas por exportar, preocupadas por un montón de procesos que tienen lugar en torno al libro pero que no necesariamente tienen que ver con el editing del libro. En ese sentido creo que la FED también tiene una mirada de ese tenor, porque está preocupada por los talleres que hace, por las jornadas que arma antes para que interactúen libreros y distribuidores. Me parece que la FED acompaña este momento, pero no creo que haya una causalidad entre uno y otro. Son proyectos generales que van interactuando y se van nutriendo, pero no necesariamente uno depende del otro. Son procesos muy lentos como para poder ver, en una serie histórica tan chiquita, si tienen relación uno con otro”.
Respecto de los espacios ocupados en librerías, apunta a otra forma de crecimiento, menos notoria para el público: “La exhibición en librerías tiene que ver mucho más con algo subterráneo como es la aparición de nuevas distribuidoras conformadas por editoriales pequeñas, algunas de larga data como Coma Cuatro, Caja Negra, Cactus, etcétera, otras más recientes como Blatt & Ríos, otras no tanto como Carbono, que me parece que tiene que ver con lo que comentaba antes, esa mirada sobre temas a los que antes ningún editor les daba pelota. Al menos ningún editor de pequeñas editoriales les daba bola, las multinacionales siempre lo tuvieron muy presente. Y esto tiene que ver con la capacidad de reponer, de que si un título por ahí vende 15.000 ejemplares en un año se tenga la capacidad logística para hacerlo. Una mirada más profesional para entender cómo funcionan las pequeñas librerías, las sucursales de cadenas, los tiempos, las reposiciones, todo ese tipo de cosas”.
Otros sellos, otras voces
En un ambiente tan dinámico y fermental (aunque algunos de ellos no lo vean así) abundan las voces y los análisis de situación. El mundo editorial argentino siempre fue vigoroso y nutrido, pero tal vez en la actualidad esté en su pico histórico. Sobre las posibilidades, los riesgos y el futuro, cada editor tiene su mirada.
Salvador Cristofaro y Julia Ariza, de la editorial Fiordo, dicen, sobre las posibilidades de crecimiento del mercado editorial independiente: “Lo vemos difícil. En Argentina hay una gran pasión lectora, muchas librerías, muchos eventos, pero las coyunturas son siempre complicadas y es arduo planificar. En un negocio que debería ser a largo plazo, la hoja de ruta es diaria. Sí, hay sellos pequeños que lograron crecer para volverse más eficientes, y medianos que se consolidaron. Hay otros que entraron en una menguante. Notamos que hay proyectos nuevos muy interesantes y vitales, una oferta por momentos admirable, pero todo está muy apretado”.
Damián Ríos, de Blatt & Ríos, ve un panorama tan inestable como promisorio: “Argentina es un país en el que ya sabemos lo que son las circunstancias económicas de cada momento, a las que hay que estar muy atento, y ya estamos entrenados, incluso desde antes de tener un trabajo o una empresa, para tener un ojo puesto encima. Pero hay circunstancias en todos esos vaivenes que para el ambiente editorial pueden ser positivas dentro de todo. Lo que Argentina comparte con Uruguay y también con Chile es la lejanía; la lejanía del Primer Mundo, en este caso de España y de México. Entonces, a Argentina los libros llegan muy poco en comparación con lo que circulan en España, por ejemplo, y el argentino es un mercado importante, a diferencia del uruguayo, que es chiquito. Eso hace que tengamos que inventar todo el tiempo, tenemos nuestros propios lectores, nuestros propios editores, ferias... Como en todos los países, pero estamos tan lejos que hay que inventar un mundo para cada cosa. Un mundo para el cine, uno para la música, y para la literatura también. Hay que tener autores buenos, editores buenos, bestsellers buenos, todo porque de España o México llega muy poco, y con los saltos económicos y las devaluaciones se les hace imposible competir, o tienen que imprimir acá, y la plata no la pueden sacar y se les complica. Ahí sí algunas cosas de esos vaivenes pueden jugar a favor de las editoriales nacionales, pero bueno, preferiríamos tener una economía estable”.
Marcos Almada, de Alto Pogo, es optimista pese a las circunstancias, casi a nivel holístico: “El ecosistema de la edición independiente, en Argentina pero también en los países de la región, en Uruguay, Bolivia, Chile, Perú, México, Colombia, viene en constante crecimiento. Yo creo que hay ahí una porfía editorial, y es una buena palabra ‘porfía’. Se sigue trabajando a pesar de los bajos rendimientos que le pueden dar las ventas a una editorial hoy en día, con la carestía de los insumos, con la necesidad de llevar el libro a precios que por ahí no son tan accesibles. Somos editores y editoras de trinchera. Veo muy saludable el ecosistema editorial independiente, primero desde la escritura, que hay muchos escribiendo obras muy potentes, muy interesantes. Y hay muchas editoriales que están publicando esas obras. Hay una gran multiplicación de editoriales, que a veces va a contramano de cómo va el mercado. Hoy todo tendería a que tendríamos que colgar los botines y dedicarnos a otra cosa, pero esa porfía se mantiene. Las crisis nos golpean constantemente, pero como golpean a cualquier persona en cualquier oficio”.
Para Almada, esa misma visión holística es lo que explica el éxito de la FED: “Si el crecimiento del ecosistema editorial argentino es sostenible, depende directamente del público lector, de los lectores que puedan comprar libros. Es básicamente eso. Al público lector lo hemos visto en la FED; es un público chico, en realidad, pero fiel, es un público curioso que crece año a año y que va a hacer cola a un espacio cultural para comprar libros, algo que no se da en cualquier lugar. A ese público fiel hay que alimentarlo constantemente con novedades, quiere fondo pero también quiere novedades, y para eso trabajamos las editoriales independientes. Yo soy optimista respecto del trabajo de nuestro ecosistema”.
¿Y cómo se puede, entonces, resumir un fenómeno así de multicausal y un poco mágico como parece ser la FED? Tal vez la mejor manera sea citando un posteo de una asistente anónima a la feria, replicado en redes por una de las muchas editoriales participantes. El posteo consistía en una foto que mostraba el botín adquirido con una notoria sonrisa de felicidad, acompañado por el breve texto: “Me compré un montón de libros hermosos”.
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