En toda movida cultural que se hace masiva suele haber un producto artístico específico que funciona como un imán por el que todos, sin excepción, se ven atraídos o repelidos: por acción o reacción, nadie es ajeno a él. Eso es exactamente De bichos y flores, el segundo disco de La Vela Puerca, que fue publicado en el segundo semestre de 2001. Por supuesto, hubo otros álbumes de rock uruguayo antes y después, más bandas y todo eso, pero, por virtudes artísticas, circunstancias propias y ajenas, contexto, lugar, casualidades y un largo y cantado etcétera, ese disco significó un quiebre en el panorama musical vernáculo. Fue el Chernóbil que desató la radiactividad del rock uruguayo de los albores del siglo XXI, con la canción “El viejo” como el botón que arrancó la reacción sonora en cadena.

Y es a De bichos y flores que está dedicado el último libro de la colección Discos, de la editorial Estuario -enfocada en álbumes fundamentales de la música de Uruguay y aledaños-, y el encargado de escribirlo fue el periodista Jorge Costigliolo (Buenos Aires, 1973). La colección ya cuenta con 14 títulos, y este es el tercero dedicado a un disco del rock uruguayo del 2000, ya que antes se publicó el de Caída libre (2002), de La Trampa (a cargo de Ramiro Sanchiz), y Amanecer búho (2004), de Buenos Muchachos (por Diego Rocha).

Ya era hora de que alguien les entrara a este disco y a esta banda, porque, a casi 30 años de formada, en las librerías todavía no había ningún texto dedicado a La Vela Puerca, un fenómeno musical-cultural que merece una atención más profunda que la que suele conseguir con las notas de prensa motivadas por el disco o recital de turno. Costigliolo viene de cultivar Lunáticos viajantes (2021), un libro sobre la aventuras de los Redondos en Uruguay, y ahora se metió de lleno con el disco clave de los comandados por Sebastián Teysera (mejor conocido como El Enano de La Vela).

Para empezar, el autor entrevistó a casi toda persona que tuvo relación con De bichos y flores: al plantel principal de músicos -con Teysera a la cabeza, claro está-, al productor, Gustavo Santaolalla, a los músicos invitados, y también al mánager de la banda, las encargadas de prensa, etcétera. Como suele ser una regla implícita de la mayoría de los libros de la colección, Costigliolo encaró el disco en el orden en que aparece cada canción, con capítulos dedicados a cada una, y a su vez hay capítulos intermedios para ir entrando en calor, casi siempre con títulos sacados de las letras del álbum, con esas frases de la banda que todos más o menos conocemos y nos quedan picando.

El autor decidió que ese gran abanico de entrevistados se expresara tal cual, sin filtros; la mayor parte del libro está escrita en formato coral: podemos encontrar páginas enteras con la visión de uno de los músicos sobre tal canción, sin parafraseos ni comentarios anexos. Esto nos permite armar el puzle de De bichos y flores de primera mano, pieza por pieza, y casi no queda detalle o anécdota por contar. Desde la “casualidad increíble” por la que Teysera se contactó con Santaolalla, que termina siendo el productor del disco y la clave para grabar en las mejores condiciones en Buenos Aires y Los Ángeles, hasta cómo El Enano, casi jugando con un organito Casio ochentero, dio con el arreglo de teclado de “Potosí”.

Costigliolo plasmó en el papel de la manera más fiel posible la forma en la que se expresan los entrevistados, por lo tanto, esa impronta coloquial hace que al leer los testimonios casi los podamos escuchar, como si estuviéramos en la mesa del mismo bar en el que a Teysera, parando la oreja a conversaciones ajenas, se le disparó la letra de la murga canción “José Sabía”. Por eso, página tras página, el libro transmite la misma naturalidad, totalmente auténtica y alejada del qué dirán, con la que Teysera se bajó del avión en Los Ángeles para terminar de grabar el disco, con poco más que una guitarra en la mano -literalmente, sin estuche, según cuenta Santaolalla-, o gracias a la que, como quien no quiere la cosa, en un tarareo rápido para salir del paso compuso la melodía de vientos de “El Viejo”.

Además de la palabra de los músicos, el autor también mete cuchara, con una prosa concreta, sin vueltas, para analizar las canciones y poner en contexto la obra, situándonos en el terreno sociocultural del momento de gestación del álbum y un poco antes. Por ejemplo, en las primeras páginas traza un breve pero detallado mapa del rock uruguayo de posdictadura hasta los 90, donde se formó el caldo de cultivo para La Vela Puerca, haciendo referencia también a las coordenadas en las que se inscriben las influencias del grupo. Entre ellas está, como se sabe, el famoso recital de Mano Negra en la Estación Central de AFE, en 1992, que dividió las aguas. Para muestra, Costigliolo relata que un músico, de quien prefirió no revelar su identidad, dice que la llegada a Uruguay del grupo liderado por Manu Chao fue, para él, “como la foto de los militares entrando al Palacio Legislativo la madrugada del 27 de junio de 1973”...

Esa es una de las más grandes riquezas del libro: la sinceridad con la que se expresa cada uno de los entrevistados. Por ejemplo, al final, Sebastián Cebolla Cebreiro, integrante de la banda, habla sin tapujos sobre los prejuicios y las críticas que sufrieron los músicos de La Vela, simplemente por hacer lo que hacían, pero también están los que le dijeron “escuché De bichos y flores y me dieron ganas de hacer una banda”. Porque, en definitiva, se trata de eso.

Y para seguir teniendo la palabra de los músicos de la banda sobre el disco que los hizo explotar, el miércoles a las 19.00 en el Cabildo de Montevideo será la presentación oficial del libro, a la que seguro no faltará la banda amiga que te aguanta el corazón.

De bichos y flores / La Vela Puerca. De Jorge Costigliolo. Montevideo, Estuario, 2022, 168 páginas.