Tiare Galaz, nacida en Santiago de Chile en 1984, no imaginó ser artista hasta casi cumplir los 30 años. A mediados de la última década empezó a presentarse en escenarios íntimos, casi al mismo tiempo que componía sus primeras canciones y las publicaba en YouTube, y para el crepúsculo de 2017 ya tenía dos discos editados: En vivo desde Valparaíso y el aclamado Loza, ambos bajo el sello Uva Robot. Al año siguiente fue galardonada como Artista Revelación en los Premios Pulsar (especie de Graffiti trasandino) y abrió, como integrante de la Matiné Uva Robot, un colectivo ligado al sello homónimo, los conciertos en Alemania del noruego Erlend Øye, la mitad del dúo King of Convenience, a quienes también teloneará en noviembre, pero en Chile. Desde entonces no ha dejado de actuar y de construir un repertorio de canciones sencillas y cósmicas, siempre bajo el espíritu colaborativo del indie y con el legado de la canción chilena latiendo en su ukelele.

En marzo de 2020 estuvo a punto de venir a tocar a Uruguay, pero cuentos conocidos, un chino, una sopa de murciélago, y qué le vamos a hacer, cambio de planes. Lejos de quedarse quieta, en medio del sismo social chileno aprovechó para empezar a crear un nuevo disco. “Se llama Las cosas lento y está haciendo honor a su nombre porque nos ha costado mucho terminarlo”, confiesa, y asegura: “A mí me gusta que se tome su tiempo porque está tomando un registro de todos estos años bastante locos”. El álbum no tiene fecha de lanzamiento, pero sí tres adelantos que ya se pueden escuchar en las plataformas.

Niña Tormenta finalmente llega a Montevideo. Será este sábado, 3 de setiembre, para abrir, junto a Portillo, el ciclo del sello Feel de Agua, que se extenderá todos los sábados de setiembre en la sala Lazaroff. La visita es una oportunidad para conversar y conocer un poco más a la mujer detrás del fenómeno climático musical.

¿Qué músicas sonaban en tu casa de la infancia?

Mis padres tocaban en grupos folclóricos y fueron profesores de folclore en escuelas, por lo que se escuchaba mucha música del folclore y nueva canción chilena, que es la música que rescató la identidad de la música folclórica latinoamericana, dándole contenido político y de resistencia popular; músicos como Víctor Jara, Patricio Manns, Inti Illimani, Congreso. Se escuchaba siempre Violeta Parra, que es como la madre del movimiento, Los Jaivas, toda esa movida de música que musicalizó a la [coalición política] Unidad Popular en los 70. Casi no se escuchaba música en inglés en mi casa; de hecho, a mi papá le daba rabia que yo escuchara Nirvana o, más chica, bandas pop como las Spice Girls; me criticaba por eso y alegaba que el imperialismo nos iba a consumir. ¡Y tenía razón!

Llama la atención en tu música la armonía que hay entre eso que llamamos indie y las raíces folclóricas chilenas. ¿Es algo pensado?

Es algo que se dio de manera natural, justamente, por esta herencia de educación musical que recibí de mis padres. Yo no he estudiado música, pero crecí bailando ritmos folclóricos en los grupos infantiles que dirigían mi mamá y mi papá, entonces, ya de grande, cuando me puse a tocar, esos ritmos aparecieron sin buscarlos. Pero claro, también mezclado con otros intereses y gustos musicales que tienen más que ver con música indie o alternativa, que es lo que más escucho ahora.

Me da la impresión de que el folclore está muy presente en la escena contemporánea de tu país. ¿Cuál es tu percepción?

Siento que sí, que hay una herencia que nos traspasa y nos une. Violeta Parra y Víctor Jara son claves, hicieron canciones universales que son parte de nuestra identidad, y de eso no se escapa. Artistas como Gepe, Camila Moreno y Protistas supieron, en la primera década de los 2000, darles un nuevo carácter a estos sonidos y mezclarlos con sonidos propios, cada une con sus matices. Siento que eso también se recoge hoy, diez años después, en la música de Diego Lorenzini, por ejemplo, o Niños del Cerro. También me siento parte de eso; si hay algo que me identifica es que siento un profundo respeto y cariño por la música folclórica de mi territorio y por los artistas que le han dado vida en sus creaciones. En general, la música que más me llama la atención o me emociona es la que está conectada con eso, con la raíz, pero que a la vez propone desde nuevos imaginarios y sonidos.

¿Cómo surge Niña Tormenta?

En 2014 volví a vivir a Chile después de siete años en Buenos Aires. Trabajaba en producción y gestión cultural en una radio digital de una institución pública y en ese tiempo, mientras me instalaba de vuelta en Chile y me conectaba con la música nueva que se estaba haciendo, empecé a tocar ukelele y hacer canciones. Con mi compañero de ese tiempo conocimos a Diego Lorenzini, creamos una especie de productora que llamamos Capitán Cobalto y comenzamos a organizar ciclos de música y a colaborar con Uva Robot, que es un sello de gestión colectiva que Diego armó en 2011. Motivada por mis amistades, la mayoría músicos autodidactas, empecé a mostrar algunas canciones en casas y espacios culturales autogestionados, pequeños, y de a poco me fui convenciendo de grabar las canciones y dedicarme a tocar de manera más sostenida. En medio de eso mi papá murió, y hacer canciones fue una forma de canalizar el dolor de su muerte y transitar el duelo. De ahí salió mi primer disco. Ya usaba el nombre Niña Tormenta en las redes y lo seguí usando sin pensarlo mucho.

¿Por qué decidiste resumir este choque de escenas en el ukelele? ¿Cómo llegaste al instrumento?

¡Fue un regalo! Antes había jugado a hacer canciones tocando teclado, pero nunca me sentí realmente cómoda con el instrumento, no fui muy constante, y requiere harta dedicación para tocar bien. El ukelele es un instrumento súper fácil de tocar y muy intuitivo; para personas como yo, que no saben teoría musical y quieren empezar a tocar más de oído, es ideal, es muy bueno para acompañar la voz y suena lindo aunque toques mal. De a poco le fui agarrando la onda y aprendiendo a tocar mejor, la escuela que he tenido es la de tocar con amigues y colaborar un montón. A eso se suma lo ideal que es el instrumento para viajar: básicamente puedo tocar donde sea sin necesitar nada más, y eso es genial.

Además del ukelele, tus canciones se sostienen casi exclusivamente por la voz. Y la lírica parece acompañar esa simpleza. Como si buscaras la semilla de cada canción, lo esencial.

Siento afinidad con el minimalismo y me gusta destacar la canción por sobre la sobreproducción musical, que tampoco es algo que manejo, así que hago todo usando lo que tengo a mano. En la producción, si hay algo de una canción que no me cierra, generalmente es que algo le sobra, y lo mismo me pasa con las letras: a veces siento que es mejor quedarse incluso sólo con una frase que haga sentido, en vez de redundar y alargar una canción para que calce con una estructura. De todas maneras, no siento que en mi caso esto sea un ejercicio medido, más que nada es una cosa de gusto personal.

En tu disco Loza parece que todo estuviera pensado: los climas, los temas de las canciones, el arte, pero has contado que casi todo el proceso fue muy intuitivo y que una vez terminado notaste que todas las partes encajaban, como en la imagen de la tapa del disco.

Sí, por lo mismo que te cuento. Yo estaba trabajando en otras áreas de la música, muy desde atrás, y hacer un disco fue una experiencia hermosa que abordé desde el juego. Grabamos en mi casa con Diego Lorenzini, con un computador y en [la aplicación] GarageBand. Fuimos probando cosas, siempre desde la intuición y con lo que había a mano, instrumentos acústicos, pocos elementos. Es verdad que cuando las canciones estuvieron listas recién les empecé a encontrar un hilo y pude pensar en un relato. Y claro, la tapa del disco es un plato roto rearmado. Me hizo sentido esa coincidencia, parece que todo fue muy pensado, pero no.

Un plato de la marca Lozapenco, que además es el título de una de las canciones.

Ese plato, modelo Willow de Lozapenco, es muy icónico en Chile porque se popularizó en los 80. Estaba en la mayoría de las casas de clase trabajadora, porque era una loza económica y bonita. Hoy es una pieza de colección, incluso se han hecho exposiciones en museos en torno a ese modelo. Yo llegué a ese plato por eso mismo, mi abuela tenía ese juego en su casa y esa canción [“Lozapenco”] es una especie de retrato cantado de mi abuela. Como el disco empezaba a tomar forma y tenía esta canción, me hizo sentido que la tapa hiciera ese homenaje a un objeto utilitario cotidiano, muy ligado a los recuerdos familiares, a una nostalgia de la infancia. Por eso mismo el disco se llama Loza.

¿Cómo se da el vínculo con Uruguay?

Conocimos a parte del colectivo Hormigonera mientras estaban armando una residencia en Santiago. Fabrizio Rossi y Juan Manuel Ruétalo, de Mux, nos contaron de la banda y del sello Feel de Agua y vimos que había mucha afinidad con Uva Robot. Compartimos lógicas de trabajo colaborativo y una visión política sobre la música, el arte y la vida en general, yo creo, así que se dio de manera natural que quisiéramos invitarlos a tocar en el festival Uva Robot de 2018. Resultó una experiencia hermosa, muy enriquecedora. Con esa visita estrechamos lazos de amistad y hemos seguido en contacto. Por mi parte colaboré con voces en el último disco de Mux, y hace rato que Fabri me decía que tenía que venir a tocar.

Me comentaste que viene lento tu nuevo álbum; ya adelantaste tres temas, además. ¿Te interesa el formato disco?

Sí, me encantan los discos. En ese sentido sostengo un romanticismo más propio de mi generación pos 30. Claro que entiendo que en estos momentos la inmediatez muestra los discos como algo innecesario o poco estratégico, y en ese sentido pienso que, si uno tiene un grupo de canciones que tiene sentido presentar como un disco, da lo mismo que te digan “ya nadie escucha discos”. A mí, personalmente, me gusta escuchar discos completos, es mi pasatiempo favorito.

En este tiempo, desde que se suspendió tu venida en 2020 hasta ahora, pasó de todo en Chile. ¿Cómo viviste todo este proceso desde las movilizaciones sociales hasta el cambio de gobierno y la posibilidad de una nueva Constitución?

La movilización con la pandemia se estancó muchísimo, porque no nos podíamos reunir, pero, por otro lado, derivó en todo un proceso político más institucional, de Convención Constituyente para cambiar la Constitución, un proceso que justo ahora está cerrándose: el domingo hay un plebiscito para aprobar el nuevo borrador de la Constitución propuesto por esta Convención que fue elegida democráticamente, que es paritaria, que tiene representantes de pueblos originarios. Es algo que realmente nunca nos ha pasado, nunca hemos tenido como país un proceso tan democrático para pensar en la Constitución que queremos. Tenemos esta oportunidad que se siente como “ahora o nunca”. Hay una tensión real con la gente más de derecha y representante del poder económico que está intentando que esto no se apruebe. Entonces, esto es aprobar o rechazar: si se aprueba se avanza, si se rechaza se vuelve a la Constitución de 1980, que se hizo en dictadura y que realmente no garantiza ningún derecho social. Estamos peleando por una Constitución que garantice derechos básicos que parecen irrisorios en esta época: derecho a la salud, a la vivienda, a la educación, a proteger el agua, a proteger los bienes naturales. Son cosas muy relevantes y muy básicas y que nosotros no tenemos garantizadas en este momento. Es un momento histórico muy importante y se siente en las calles y en las redes sociales. Estamos con una sensación de nervios, pero también de esperanza.

II Ciclo Feel de Agua

Sala Lazaroff. Todos los sábados de setiembre. Hora: 21.00. Entradas: Tickantel o en efectivo en Abitab, Redpagos y boleterías de la sala.

Sábado 3/9 – Niña Tormenta – Portillo
Sábado 10/09 – Deforma – Excelentes Nadadores
Sábado 17/09 – Lucas Meyer – Isla de Flores
Sábado 24/09 – Barro – Mux.

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