Algunas metáforas tienen más poesía que otras. En Belleza americana (1999), Sam Mendes nos hablaba del encanto que podía encontrarse en el lugar menos esperado, y para ello nos mostraba una bolsa de plástico moviéndose con el viento. En Babylon, que se acaba de estrenar en cines, Damien Chazelle comienza su opus acerca de Hollywood mostrándonos a un elefante cagando. Una criatura enorme, que solamente se mueve gracias al esfuerzo de un montón de trabajadores intercambiables, resulta estar llena de mierda. La sutileza quedará para otro momento.
Es un buen comienzo, porque nos prepara para lo que vendrá a continuación, y es que esta no es una película para los débiles. Hollywood no es un lugar para los débiles, y si bajás la guardia te mastica y te escupe. Si Chazelle nos había contado en La La Land (2016), una versión idílica de la búsqueda de un lugar en la Meca del cine, aquí nos cuenta lo que ocurre una vez que llegamos ahí. Y la respuesta no es agradable: hay que negociar constantemente, hacer enormes sacrificios y buscar el placer en donde sea.
Volviendo al elefante, está siendo transportado hacia una fiesta privada de Hollywood en 1926. Una bacanal que hace que las salvajadas de El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013) parezcan el baile de Volver al futuro (Robert Zemeckis, 1985). Comienza con una lluvia dorada y continúa recorriendo todos los rincones de una orgía que incluye música en vivo, toda clase de sustancias y sexo en cada rincón. A nadie le molesta que los estén mirando; llegaron hasta esa esquina del planeta, justamente, para que los miren. Ahora no pueden quejarse. Entre los asistentes (sean estrellas, trabajadores o colados) están los personajes que el guion de Chazelle delineará durante más de tres horas. En Babylon todo es un tour de force, o de farce, aunque el ritmo jamás volverá a ser el de los primeros minutos, por suerte para nuestros corazones.
Pasada esa prueba de admisión, si seguimos en nuestros asientos cuando llega la mañana siguiente, comenzará una narrativa más convencional, aunque no cesarán los excesos de diferentes tipos. Al igual que en La La Land, tendremos algo parecido a una historia de amor, que aquí sería “chico conoce chica en una orgía y se enamora de ella”. Él es Manny (Calva), un fixer, un inmigrante que se encarga de arreglar las cosas, de sacar de apuros a los otros, de asegurarse de que el elefante llegue a tiempo a la fiesta. Ella es Nellie (Margot Robbie), una aspirante a actriz a la que nadie podría arreglar. ¿Ven cómo son el uno para la otra?
A estos dos trabajadores en ascenso se les suman diversos personajes del mundillo cinematográfico: Jack (Brad Pitt), un galán del cine mudo; Elinor (Jean Smart), periodista de espectáculos; Sidney (Jovan Adepo), trompetista extraordinario; Lady Fay Zhu (Li Jun Li), cantante y pintora de intertítulos. Habrá tiempo para muchos más, incluyendo varias caras conocidas, pero este grupo primario será el que merezca tener arcos narrativos. Cada uno de ellos tendrá sus propias negociaciones y sus propios sacrificios para mantenerse (o no) en la industria.
La película nunca olvida que es una comedia. Tiene algunos puntos en común con ¡Salve, César! (2016), de los hermanos Coen, incluyendo la figura del arreglatutti, que era interpretada con mayor aplomo por Josh Brolin. Pero la acción transcurre 25 años antes, en los últimos coletazos del cine mudo, que Chazelle aprovecha en una gran escena de filmaciones simultáneas con centenares de extras y momentos de acción que recuerdan a algunas escenas de golpizas en las historietas de Asterix. Allí Nellie da sus primeros pasos y demuestra tener lo que se necesita para brillar en Hollywood: belleza hegemónica y picardía. En un guiño delicioso, lo primero que hace en la industria es robarle la escena a una actriz interpretada por Samara Weaving, a quien siempre han comparado con Margot Robbie por ser muy parecidas.
El mundo cambia y Hollywood no es la excepción. La llegada del cine sonoro golpea a algunos intérpretes, el racismo provoca una guetización de elencos y contenidos, y la moral se lleva puesto a todo lo que no sea heterosexual. Será la hora de nuevas concesiones, que cada personaje tomará con mayor o menor sufrimiento, dependiendo del caso. Así, entre evoluciones e involuciones, entre premières, peleas con serpientes y calabozos sexuales, la industria irá expulsando o matando a casi todos los involucrados. Sin remordimiento alguno. Y el éxito o la supervivencia no solamente está en saber jugar con esas reglas o retirarse a tiempo, sino en los valores que los protagonistas tenían de antemano.
Babylon no es una película sencilla. Parte aguas, abre grietas, es ambiciosa y arriesgada, algo que siempre es bienvenido. Termina con un montaje de homenaje al cine que podría provocar diabetes espontánea en la audiencia. Pero la historia atrapa y las tres horas no se sienten, siempre y cuando ustedes hayan quedado del mismo lado del agua partida y de la grieta abierta.
Babylon, de Damien Chazelle. Con Diego Calva, Margot Robbie, Brad Pitt y Jean Smart. En cines.