Desde que vivo en Buenos Aires, una de las cosas que más googleé, además de “el clima en Buenos Aires”, fue “memoria, animales, qué recuerdan” o “gatos de qué se acuerdan”. La búsqueda comenzó al poco tiempo de separarme de mi pareja, dejar un departamento donde viví varios años y, entre todas las cuestiones difíciles, despedirme de nuestro gato, que quedó viviendo con mi ex. Porque los gatos no son de las personas (al menos eso pensé en su momento), sino de los lugares, o los lugares son de los gatos. Así que lo mejor para Ismael era quedarse donde había vivido desde que lo fuimos a buscar en febrero de 2014 a una casa en Chacarita que compartía con su madre y hermanitos pelirrojos, unos cachorros un poco terroristas, a diferencia de él, que era manso y por eso lo elegimos.

“Tus hermanos ahora deben estar en la cárcel”, le decía yo los primeros años. Me parecía bien hablarle de su familia de origen. Le hacía el cuento de su adopción, del día que lo fuimos a buscar tan chiquito y él maulló desconsolado todo el viaje en taxi hasta casa. Estaba tan estresado o angustiado o lo que fuera (¿qué emociones tienen los gatos? Googlear) que la primera noche lloró y vomitó. Luego de ese momento traumático todo corrió sobre ruedas y el gato se fue convirtiendo en una criatura hipercomunicativa y sorprendentemente inteligente. Desde que nací he vivido con muchos gatos; los quise a todos con locura, pero debo decir que Ismael es el gato más lúcido que conocí, si es que esa categoría aplica a los animales. Por momentos daba miedo. “Tiene mirada de humano”, me dijo mi madre cuando lo vio por primera vez.

Por todo esto, cuando me mudé, una de mis preocupaciones era que el gato creyera que yo lo había abandonado, o peor, que creyera que yo me había muerto, o peor, que no creyera nada y que directamente me olvidara. Mi ex me contó que las primeras semanas el gato se instalaba en el espacio vacío donde antes estaba mi escritorio (desgarro en mi corazón) y luego dormía en mi lado de la cama (desgarro doble de corazón). Decidí ir a visitarlo cada tanto y me recibía a los maullidos y rascándose en su rascador, pero nunca me quedaba claro si se daba cuenta de que era yo. “Ahora vivo en otra casa pero te sigo queriendo”, le decía. De a poco todos nos fuimos acomodando a nuestras nuevas vidas y el gato dejó de hacer guardia en mis lugares vacíos que, además, se fueron llenando con otras cosas.

Hace poco estuve con él y creo que me reconoció. O quizás olió otros gatos en mí, porque hace un año que vivo con dos gatos quienes, como yo, llegaron con su bagaje vital y emocional. Dos hermanitos (luego me enteré de que no son hermanos) que se llaman Eva y Moshe y vivían en el barrio de Once (por lo que deduje que eran judíos, pero ahora supe que Moshe no se llama así sino Mosh y que nacieron en la Villa 31, así que tampoco son judíos). De seis años, y no cuatro, como pensé al principio. Toda esta información nueva surgió hace poco, cuando me contacté por Instagram con su persona original, quien los rescató cachorros y moribundos, los cuidó y crió hasta que se fue del país. Eva y Moshe quedaron al cuidado de otras chicas. Su humana original me mandó sus fotos de chiquitos, porque los sigue queriendo, como yo sigo queriendo a Ismael. La vida de los humanos y los gatos a veces corre a destiempo.

Con esta nueva información, volví a mis investigaciones en Google sobre gatos, pasado y memoria. ¿Recordarán mis nuevos amigos su pasado movido, sus orígenes villeros? ¿Qué habrán sentido cuando me los traje a casa? Cambiaron de lugar y de humana, por tercera vez. En este año que vivimos juntos han demostrado querer a todas las personas que se les acercan. Son muy bien portados. Es posible que sean los gatos más cariñosos y sobreadaptados que conocí. Son agradecidos. ¿Será por su historia? ¿Pensarán en su vida anterior? ¿Piensan los gatos?

Por culpa de Descartes, a los animales se los consideró durante siglos seres sin mente, entidades vivas casi maquínicas. Desde hace unos años hay consenso científico en que los animales no humanos –desde los mamíferos hasta los pulpos– son sintientes y también conscientes. Definir la conciencia es una tarea inagotable para científicos y filósofos, pero de a poco nos vamos acercando. Y obviamente estos nuevos descubrimientos nos ponen a nosotros, humanos, ante nuevos dilemas morales y éticos (por ejemplo, comernos a seres conscientes y que sufren en las granjas y mataderos). Si los animales tienen conciencia, quiere decir que también podrían tener inconsciente. ¿O la máquina freudiana es sólo aplicable a quienes habitamos el lenguaje? Estoy convencida de que Eva y Moshe sueñan. Cuando duermen muchas veces hacen ruiditos, e incluso Moshe mueve las patas con los ojos cerrados, como si estuviera soñando que corre. ¿Hacia dónde corre Moshe en sus sueños? ¿Recuerdan sus sueños los gatos?

Otra vez: memoria+gatos+recuerdos. Al parecer, los gatos tienen poca memoria a corto plazo (no se acuerdan de lo que hicieron ayer), pero son buenos recordando a personas y lugares de años atrás. Por eso hay animales traumatizados. No sé si Ismael piensa en mí –o sueña conmigo–, pero es posible que me reconozca cuando voy a su casa y por eso deja que lo agarre, cuando suele morder a otras personas. O al menos ese es mi consuelo. Pero si la memoria es ficción, una historia que nos contamos, me pregunto qué historias se estarán contando Eva y Moshe en estos días que me fui de vacaciones y ellos se quedaron al cuidado de una amiga. Está toda mi ropa, está mi olor. Pero, otra vez, yo podría haber muerto.

Cómo explicarles a mis gatos judíos que no morí, que no abandono, que yo ya vuelvo.