Presentar una obra como La ópera de dos centavos casi 100 años después de su creación podría verse como una forma de reivindicar las críticas marxistas al capitalismo. Otra lectura, sin embargo, apuntaría a que los clásicos están dotados de una naturaleza superior que los distingue y los transforma en tesoros preciados. Las características que les otorgan gran repercusión y los hacen perdurar invitan a versionarlos con desparpajo, imprimiéndoles una mirada contemporánea. “Reconocer en la tradición la semilla del arte nuevo que nos represente en el futuro con orgullosa incomodidad”: así describe Gabriel Calderón los Nuevos Clásicos, la serie de reinterpretaciones que viene impulsando como director de la Comedia Nacional.

En esta oportunidad, la Comedia Nacional invitó al mexicano David Gaitán a adaptar y dirigir la obra del alemán Bertolt Brecht en una coproducción con la Banda Sinfónica de Montevideo, la Federación Uruguaya de Teatros Independientes y el teatro El Galpón.

Bertolt Brecht escribió el libreto basado en La ópera de los mendigos, comedia con canciones del inglés John Gay. El impacto que generó fue tal que desató un éxito rotundo en Alemania hasta la asunción de los nazis al poder. Mientras tanto, fue traducida a más de 18 idiomas e interpretada infinidad de veces en los escenarios europeos. Musicalizada por Kurt Weill, su partitura está influida por el jazz y se puede considerar un temprano ejemplo de la comedia musical.

Conceptualmente La ópera de dos centavos plantea la discusión sobre la burguesía, sus ideas y la forma en que las representa. Fue una obra rupturista para la época, que supo articular humor, música y crítica a una sociedad en decadencia.

Como dispositivo innovador, Brecht incorporó el uso de carteles en la escena, a modo de instrumento estético y político. En esta versión el director extrapola la utilización de esos carteles a una pantalla con luces de neón, donde va pautando el ritmo del espectáculo. De allí brotan mensajes que anuncian y sentencian lo que sucede.

La obra está compuesta por dos actos extensos, con un intervalo de diez minutos. La pausa se impone no sólo por su duración: tal vez el intervalo permite ir digiriendo lo que acontece, que es mucho.

Como en una ópera que se precie de tal, predominan el canto y la música. La Banda Sinfónica toca en vivo pero no invade. Un tul la separa de la escena para no quitarles protagonismo a los actores. Natalia Chiarelli explota todo su potencial al interpretar a la señora Peachum, que junto a Mackie, encarnado por Rodrigo Tomé, va desenvolviendo esta trama tan visceral que invita a cuestionarnos la realidad en la que vivimos.

Notable puesta en escena, con una mirada exhaustiva sobre el capital y sus formas invisibles –o no tanto– de manipulación, esta versión se basa en un texto filoso y agiornado que ostenta un juego tonto en apariencia, invitando al público a interactuar en un tono jocoso. Esta secuencia en principio hilarante cobra sentido al comprender que por medio del humor Gaitán introduce una mímica de la sociedad contemporánea: muestra la obsecuencia del espectador idiotizado por la industria del entretenimiento al satirizar la liviandad de las relaciones humanas corrompidas por el consumo. Toda esa carga intelectual se contrapone con un vestuario payasesco y colorido que disminuye la intensidad y por momentos descoloca al espectador.

La ópera de dos centavos en la sala Campodónico del teatro El Galpón. Sábados a las 21.00 y domingos a las 19.30 hasta el 26 de noviembre. Entradas en Tickantel a $ 500. 2X1 con Comunidad la diaria.