La 20ª edición de Piriápolis de Película transcurrió del viernes 20 al domingo 22 de octubre, como siempre en el ámbito del Argentino Hotel. Pese a sus dimensiones pequeñas, el festival constituye un aporte muy positivo a la vida cinematográfica local, reuniendo cineastas, actores, programadores, periodistas y cinéfilos del Cono Sur en un ámbito que propicia el acercamiento y el intercambio. La programación siempre dio lugar al descubrimiento de títulos y autores relevantes, y la competencia de cortos es una de las más importantes del país.

Además, dado que la mayor parte del público es local –de Piriápolis y de otras localidades de Maldonado–, es una oportunidad para que los fernandinos, prácticamente limitados a la cartelera de los cines comerciales de la ciudad de Maldonado y de Punta del Este, accedan a formas alternativas de cine, al cine latinoamericano en particular.

De unos años a esta parte, se instituyó también la práctica de incluir en cada edición algunos de los más destacados estrenos uruguayos de la respectiva temporada. Por si fuera poco, todo eso transcurre en el espacio tan peculiar de ese hotelazo con pasillos tipo El resplandor, vitrales pintados con motivos esotéricos y escalinatas tipo Titanic, y con una atención cuidadosa, amable y simpática de todo el personal.

Corresponde aplaudir el esfuerzo de las muchas personas involucradas. Por otro lado, es notorio que el festival se viene realizando con un presupuesto cada vez más recortado, y eso se constata en detalles menores (no hubo un foco para iluminar los rostros de las personas que presentaban las películas), pero, sobre todo, en la programación misma. Se resintió especialmente la selección de largometrajes: por primera vez no hubo (al menos no me tocó en suerte entre los seis que pude ver) ninguno que pueda recomendar con entusiasmo, pese a los méritos puntuales de cada uno.

Largometrajes

Más allá de nosotros (de Rogério Rodrigues, Brasil) es una road movie en la que dos gauchos se trasladan desde el extremo sur de Brasil hasta Río de Janeiro. Está filmada de manera exotista (el letrero inicial dice, así en inglés, Pampa biome, South America, y luego hay planos-detalle mostrando cómo se ceba el mate). Los dos protagonistas son galanes de telenovela (cosa que se refleja en su forma de actuar), y la mayoría de los secundarios son medio de piedra. Hay frases que pretenden recargar la cosa con un dejo filosófico, tipo “La vida debe ser un viaje, no un destino”. Sin embargo, la película tiene muchos rasgos simpáticos en sus personajes y en su retrato del Brasil de la actualidad.

Oliva (de Luciano Leyrado, Argentina/Uruguay) es una comedia muy ligerita sobre el propietario de un olivar que, luego de un trauma, empieza a delirar que es un capo mafioso. La película está plagada de citas a El padrino (1972). Bananita González y Gustaf participan haciendo de mafiosos. Se destaca Romina Fernández como excelente actriz cómica.

Fosforito, el último duende es un documental uruguayo sobre el popular artista callejero (1914-1994). Está dirigido por Sergio Rezzano, hijo de Fosforito. Es interesante conocer la riquísima historia de ese personaje. La película se beneficia de un material de archivo excepcional, con videos y fotos magníficos, así como entrevistas a varias personalidades muy relevantes. Lo que no funciona tan bien son las reconstituciones, que ocupan la mayor parte del metraje, con Nacho Cardozo interpretando a Fosforito. Obedecen a una sensibilidad, justamente, carnavalero-circense que desentona con lo que uno espera de un documental en el contexto de un festival de cine: hay toda una cosa sensiblera en la ternura de la mamá que viene a sacar al hijo de la cama para que salga en el frío de la madrugada a laburar de canillita. Hay una escena en que los hijos de Fosforito, los verdaderos, en la actualidad, Rosita y Sergio, se confrontan con el Fosforito ficcionalizado encarnado por Cardozo y le dicen cosas como “Te extraño, papá”.

Lo fantástico

Como siempre, una de las secciones más estimulantes de Piriápolis de Película son los trasnoches de cine fantástico que constituyen el ciclo Fantapiria. La italiana Malleus, dirigida por el argentino Andrés Rafael Zabala, es una combinación curiosa de thriller de asesino serial con historia de fantasmas, adornado con elementos de giallo. Es probablemente la película mejor filmada y montada de todo el festival, tiene un trabajo sonoro espectacular y una música muy buena, aunque queda muy comprometida por el final hiperexplícito, en que la exposición de los motivos del asesino hace pensar en las historias de origen en las películas de superhéroes.

La española La paradoja de Antares, de Luis Tinoco, es de los raros ejemplos de ciencia-ficción que tienen efectivamente cuestiones científicas en el centro de su funcionamiento (y no como mero pretexto para la fantasía). Transcurre prácticamente toda en el interior de una sala de un observatorio, y la protagonista dedica su vida al proyecto SETI (búsqueda de inteligencia extraterrestre). Hace ya décadas que las conjeturas, muy razonables, con respecto a la abundancia de vida inteligente en el universo, se confrontaron con la realidad de que decenios de búsqueda intensiva no pudieron detectar nada conclusivo, y esta película muestra ese clima de descrédito. Alexandra, la protagonista, sin embargo, sostiene, con el mismo tipo de argumentos difundidos hace tiempo por Carl Sagan, que la evidencia de la existencia de otras inteligencias implicaría un shock conceptual tremendamente benéfico para la humanidad.

De pronto, una señal oriunda de la estrella Antares, a 550 años-luz de la Tierra, parece constituir tal evidencia, pero viene justo en el momento en que el padre de Alexandra está falleciendo en un hospital. Ella se ve en la disyuntiva entre llevar adelante su deber/pasión de científica o atender su deuda filial. Un buen científico sabe que conceptos tales como la humanidad no por abstractos son menos reales que los hechos palpables que experimentamos de manera más inmediata referidos a las personas queridas, pero la tendencia de Alexandra a privilegiar su misión por sobre lo personal-sentimental se pone aún más difícil frente al hecho de que la mayoría de las personas tiende a priorizar lo concreto sobre lo abstracto. Es un dilema muy interesante, y la película tiene varios momentos de suspenso.

Cortometrajes

Lo más estimulante fueron las funciones de cortos. Los diez años del Polo Educativo Tecnológico Arrayanes fueron el pretexto para una muestra retrospectiva de la producción de ese decenio de cortometrajes estudiantiles. Hace años que acompaño con interés la producción de ese núcleo, dirigido por la valiente y emprendedora Pepi Goncalvez, en funciones que tienen lugar tanto en Piriápolis de Película como en el Festival de Punta del Este.

Varios de esos cortos lidian con cuestiones locales, como el documental El placer (2013), sobre la inminencia del desalojo de un asentamiento ubicado en un punto paradisíaco cercano a La Barra, donde residía la propia directora del corto, Tamara Pintos. Antu (2017, de Joaquina Ferreira) es sencillamente un retrato de un compañero de estudios informáticos, y su personalidad peculiar, realizada con lúdicas intervenciones autorreflexivas que comentan aspectos de lo que dice el entrevistado. Aqua Element (2018, de Fabio Silva), documenta una de las olimpíadas de robótica en el LATU, y de esa manera funciona como un humilde antecedente del largometraje Soñar robots (2021, de Pablo Casacuberta).

De la misma manera, Antonio el bichero (2018, de Agustín Villarreal), retrato de Antonio Ripoll y su afición por observar y registrar en fotos y videos bichos esquivos de la fauna local, fue el antecedente de la serie de National Geographic llamada Bichero, centrada en el mismo personaje, y que se anunció como “primer contenido inclusivo de audiencias con trastorno del espectro autista”. El título de Sun City (2019, de Alex Flores) refiere a Heliópolis, nombre místico de Piriápolis, y ese documental aborda algunos de los aspectos esotéricos que impregnan la ciudad concebida por Francisco Piria.

Ojo de gato negro (2020, de Francisco Ziziunas) es una simpática y divertida ficción sobre una maldición de baja intensidad, mientras que Seis y cuarto (2022, de Johann Rafael) adapta al contexto local y playero una de las escenas de La cantante calva (1950), de Eugène Ionesco, obra maestra del teatro absurdo. Frente a los logros y la evidencia contundente de los méritos de ese proyecto, resultó deprimente constatar que quedó fuertemente perjudicado por la destructiva reforma educativa perpetrada recientemente, que achicó en forma drástica la carga horaria dedicada a la práctica cinematográfica de los estudiantes de Arrayanes. ¡Qué falta de luces!

En la competencia oficial de cortos fueron galardonadas dos películas uruguayas, ambas dirigidas por mujeres. El Mejor corto uruguayo fue La promesa, de Teresita Marzano Luisi. Es una película ricamente ambigua, sobre el juramento a la bandera en una escuelita rural. Es ambigua porque, por un lado, la película satiriza toda la solemnidad impuesta a esa ceremonia: la propia directora del coro infantil canta en forma totalmente desafinada, hay un gaucho mamado que baila con la melodía del himno nacional, se impone a niños y a los padres/espectadores una actitud de reverencia que no entienden del todo, y todo parece presuponer una especie de pompa imaginaria que no condice con la realidad concreta de la ceremonia. La retórica gauchesco-patriótica de fondo choca con la manera en que se reprime el uso de boinas por los niños, así como la presencia de caballos en la escena. Al mismo tiempo, la película da muestras de la dedicación inmensa de las maestras rurales y no excluye cierto respeto por la función identitaria de esa ceremonia.

El Mejor corto iberoamericano fue una coproducción argentino-uruguaya dirigida por la joven uruguaya Carmela Sandberg, un talento que vale acompañar con atención. Fue votada tanto por el jurado de críticos profesionales (integrado por los uruguayos Pablo Delucis y Fernando Palumbo, y por la argentina Diana Rodríguez) como por el jurado estudiantil.

La visita es simultáneamente sutil y contundente en su exposición de una situación de potencial violencia sexual. La situación es la de una corredora inmobiliaria que recibe a un visitante para observar una oficina vacía. Los diálogos y las actuaciones están buenísimas, y es increíble la manera en que va creciendo la tensión, la manera en que la mujer va aguantando los comentarios cargosos del tipo frente al empeño en portarse bien para lograr el acuerdo de venta, y luego, quizá, por miedo. Está todo ese motivo de las palomas en las ventanas y balcones, una especie de añadido poético que no se racionaliza fácilmente, pero que agrega un toque más de incomodidad (sobre todo en el detalle de los pichones muertos). Las actuaciones son buenísimas, con Luciano Suardi haciendo de porteño arrogante y potencialmente predador, y sobre todo Eliana Murgia expresando de todo en un rostro que parece cuidarse de expresar cualquier cosa. El plano final es excepcional, lleno de contenido sonoro fuera de campo, y un corte que deja mucha cosa en el aire y que resulta más contundente que lo que hubiera sido cualquier alternativa más explícita o definida.