Javier Milei está en un galpón oscuro rodeado de sus seguidores y un humo apocalíptico. Viste un traje que le queda grande y un saco de cuero hasta la rodilla. Da un discurso encendido para la masa (unas 20 personas) moviendo las manos como Perón. Empieza: “Recuerden que somos superiores en el plano moral”. Y finaliza: “Y como si todo esto fuera poco, somos superiores estéticamente. Recuerden la Unión Soviética. Viva la libertad, carajo”. Se hace un silencio y se escucha un grito que dice “Javier”. Él reconoce a la persona y grita “Lilia”. Entra a escena Lilia Lemoine –cosplayer profesional, directora de arte de esta película, actual diputada electa–, enfundada en un traje de superheroína con brazaletes dorados. Sus pasos retumban mientras camina y le dice: “El Banco Central está haciendo de las suyas otra vez”.

Lilia le entrega un maletín a Milei. Él lo abre y allí descansa un traje de superhéroe. Mira a cámara y reproduce la sonrisa perversa del Joker o de Alex DeLarge de La naranja mecánica; ambas referencias sirven. Luego aparece disfrazado de General Anarcocapitalista (AnCap), su personaje álter ego, y destroza con su cetro una maqueta del Banco Central entre el clamor de sus seguidores. Fin, créditos, y un tema roquerito que dice: “Tenemos un gran líder/ que al Estado siempre logra incomodar/ Javier Milei/ futuro presidente/ el último punk”.

Así termina Pandemonics, un mediometraje que Milei presentó en sus redes en diciembre de 2020, durante la herida pandémica. Con la ayuda de un par de influencers de derecha –que hoy ya no lo acompañan– se volvió viral en pleno caldo de cultivo, y en estos últimos días volvió al ruedo con esta última escena. “Díganme que esto lo hicieron con inteligencia artificial”, pedían algunos en las redes. “Por favor, que esto no sea real”, decían otros.

Realidad, ficción, IA, verdad, mentiras, noticias falsas son palabras y expresiones que se repitieron mucho estos últimos meses de campaña en Argentina. Porque en las elecciones internas en agosto un partido sin estructura que basó toda su construcción política en los insultos de un líder desquiciado, propuestas inverosímiles y estéticas entre el animé y los superhéroes se volvió una posibilidad real.

Hace tiempo que las caricaturas y los memes van perdiendo su razón de ser. Cuando la realidad es grotesca no hay espacio para la parodia. Ya no distinguimos bien si una frase fue dicha o es un chiste, si una imagen representa algo que sucedió en el plano material o es un invento digital. Incluso hay cuentas y medios que difunden información falsa y se presentan como medios que combaten las fake news. Porque sólo hay que desmentir al bando contrario y adjudicarse la verdad. Sólo hay que apropiarse de las palabras y darlas vuelta.

Pero ya no se trata sólo de campañas de desinformación lanzadas por las derechas como vimos en Estados Unidos, España o Brasil. Lo que estamos viviendo en Argentina va un paso más allá: hay un partido que se construyó, y se enuncia, desde una estética y recursos narrativos otrora exclusivos del universo de la ficción, a veces adolescente, a veces infantil.

Cuando Patricia Bullrich decidió unirse a las fuerzas de Milei, La Libertad Avanza lo anunció con un dibujo hecho con inteligencia artificial de un león (Milei) abrazando a un pato (Bullrich) con una bufanda de la bandera de Argentina. La imagen es tierna por lo deshumanizada. No son los políticos que se defenestraban hasta hacía unas horas, son animalitos que se abrazan y que podrían ilustrar perfectamente la invitación a un cumpleañito, o derivar en una escena de hentai.

Ejemplos como este se multiplicaron en las últimas semanas, donde todo y nada es real. Quiero decir, donde lo que parece irreal en realidad existe, aunque no haya certeza de si sucedió o no. Esto suena a locura y es tentador hablar de locura para referirse a Milei, “el loco”, y gran parte de su equipo, pero voy a dejar esa palabra en suspenso. Prefiero pensarlo en términos de ficción.

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En la política siempre hay un nivel de escenificación, de performance, de teatralidad. Hemos aprendido a convivir con esos gestos armados. Pero seguíamos operando, incluso a nivel simbólico, en el plano de eso que llamamos “real” en oposición a eso que llamamos “ficción”. Por muchos motivos, hoy esas categorías están desdibujadas, y el mundo Milei decidió aprovecharlo.

Algunos autores coinciden en que la ficción nace a partir de la conciencia de finitud del ser humano y prospera en tiempos de caos y de crisis, y es cierto que estos últimos años tuvieron mucho de todo eso. ¿Pero basta para explicar el pasaje acelerado, violento y literal de un universo a otro? No tengo idea.

Tampoco sé qué pasará en estas elecciones tan peleadas. Si gana Milei... hasta ahí llega mi imaginación. No puedo concebir esa ficción de mercados de órganos, militares genocidas liberados, vóuchers para estudiar e ir al médico, un Ministerio de Capital Humano, personas de la diversidad comparadas con piojos o elefantes, mujeres obligadas a parir otra vez o a abortar en la clandestinidad.

Y si pierde Milei, igual un gran porcentaje de la población argentina lo habrá votado –por desesperación, por rabia, por desidia– y una minoría intensa –sus militantes– seguirá esparciendo un ideario fascista de fantasías animadas. Ojalá en el futuro podamos pensar estos meses como el recuerdo de una película mala. Pero llevará mucho tiempo reconstruir los sentidos comunes que esta campaña se llevó puestos. Quizás de eso se trataba.