Malia es un balneario de Creta que se convirtió en uno de los principales centros turísticos de Europa basados en la vida nocturna juvenil. Es frecuentado, sobre todo, por británicos. Esta película transcurre ahí, y apenas vemos alguna persona griega (que habla inglés) atendiendo el hotel o algún otro servicio; por lo demás es un micromundo británico implantado en una cálida playa mediterránea. También es un reducto etario: virtualmente no vemos a nadie que tenga más de 30 o menos de 16. Malia, o al menos la porción del pueblo en que los personajes se desenvuelven, parece existir para la fiesta. Durante la noche, salvo que uno se aparte hacia la playa, siempre tenemos la resonancia de los bombos graves de la música dance y el griterío frenético de sus frecuentadores. Es fácil entrever episodios sexuales en las ventanas y balcones de los hoteles. Al amanecer la calle está inmunda por los restos del jolgorio nocturno, llena de cajas de bebida barata, frascos y charcos de vómito.

Taz, Skye y Em, tres amigas adolescentes que aguardan los resultados de los exámenes de cierre del bachillerato, arriban a Malia para sus vacaciones. Tienen la expectativa de divertirse, inducen el clima de desparpajo entre ellas hablando fuerte y gritando y cuando bajan el tono es para hacerse declaraciones sentimentales de amistad eterna. En ese contexto sin supervisión adulta se van a mamar, drogar, bailar, trasnochar e, idealmente, tener sexo. En especial Taz, la protagonista, la única virgen del trío, tiene la fuerte intención de dejar de serlo, con el estímulo y complicidad de las dos amigas.

En los primeros días pasan sobre todo intercambiando entre ellas. Finalmente, se rompe el hielo y se acercan a un grupo que incluye a dos varones: empiezan los jueguitos de quién va a coger con quién.

El estilo de la película tiene mucho del realismo social británico: estricto naturalismo, con personajes “medianos” que comparten sus gustos y visiones de mundo con una multitud de otras personas, que no tienen perspectivas especiales para sus propios futuros. Las imágenes son muy bonitas (la directora Molly Manning Walker trabajó como directora de fotografía antes de dirigir este primer largometraje autoral), pero no están basadas en esa especie de contemplación plástica que llama la atención hacia la cinematografía, sino que se concentra más bien en seguimientos cercanos utilizando una cámara sin trípode y con foco corto, con movimientos algo erráticos. Los planos están montados para dejar una impresión entrecortada, desprolija —elementos que desde hace algunas décadas vienen estando asociados al realismo—.

La diferencia con el realismo de, por ejemplo, Ken Loach (el veterano maestro indiscutido de esa veta) es que el énfasis en las cuestiones de clase está sustituido por problemáticas vinculadas con el género y el crecimiento, con una perspectiva feminista. Si buena parte de la película luce casi como un seguimiento documental de cierto ambiente específico, la historia se va definiendo sin prisa, con elementos de coming of age y “primera vez”. Parece surgir una cierta onda entre Taz y Badger, uno de los muchachos, pero todo tiende a conducirse sin prisa, incluso casi con histeria, antes de una posible concreción sexual. Mientras tanto, en una de muchas noches de reviente, lo que termina pintando es una oportunidad con Paddy, el otro amigo. La experiencia no es buena y por el resto de la temporada Taz va a estar afectada en su emocionalidad.

En muchos sitios críticos se describen los dos momentos sexuales entre Paddy y Taz como violaciones. La riqueza de la película reside en que, justamente, la etiqueta no corresponde, especialmente en el primer caso. Al fin de cuentas, Paddy pregunta dos veces a la muchacha si ella quiere ser penetrada y ella dice que sí. La cuestión es más compleja: quizá simplemente a Taz no le gustó la experiencia. Quizá dijo que sí frente a cierta presión (de grupo y también autoimpuesta) por perder la virginidad. Quizá dijo que sí para complacer a Paddy, por no saber decir que no, o por no decidirse y no querer quedar como una chota. Además, en los momentos posteriores al sexo, Paddy esquiva con ella cualquier actitud de contención, sin atender el estado de suma fragilidad de la muchacha —lo hace quizá para diferenciar el puro sexo de alguna connotación sentimental—. La segunda vuelta, en todo caso, podría llegar a llamarse violación en el sentido ampliado que el feminismo propone, ya que aquí no hay un sí explícito —aunque tampoco hay resistencia— y además Paddy no usa condón. De todos modos, no es ese breve segundo episodio —interrumpido, además— el que llena de angustia a Taz, sino el primero.

Una de las cosas interesantes de ese enfoque es que, en vez de concentrarse en el caso más extremo y violento de una violación inequívoca, lidia con la complejidad enorme de las tensiones, expectativas, casualidades y presiones que cercan las primeras actividades sexuales de una chiquilina. Hay otro apunte angustioso en el ordenamiento cronológico: Taz desaparece en la noche y cuando llega la mañana todavía no volvió. Recién más adelante veremos en un flashback qué le pasó. Mientras tanto, sus amigas oscilan entre el festejo ante la hipótesis optimista de que “finalmente se le dio”, y una cierta preocupación que siempre queda en el aire en esos casos, en que la no aparición de la chica podría ser el primer indicio de un secuestro o femicidio.

La película es contundente con respecto a cuestionar asuntos de género, pero no se limita a ellos. También hay una línea importante y delicada que tiene que ver con el afecto entre Taz y Badger: lo que podría haber sido, la oportunidad perdida, quizá la potencialidad abierta, un elemento querible a recordar más adelante. Y el final en el aeropuerto, que se corresponde con el inicio (el aterrizaje en Heraklion) funciona también como una afirmación de la amistad femenina y de la vitalidad adolescente.

Esta ópera prima de Molly Manning Walker ganó el premio principal de la muestra Un Certain Regard en Cannes, y bien puede ser un empujón importante para su directora y para esa muy buena actriz que es Mia McKenna Bruce.

Cómo tener sexo (How to Have Sex), dirigida por Molly Manning Walker. Con Mia McKenna Bruce, Shaun Thomas, Lara Peake. Reino Unido. Grecia, 2023. En Cinemateca.