Hacía tanto tiempo que Shane MacGowan se encontraba hecho pomada, que lucía tan descuajeringado y en pleno desmoronamiento, que la noticia de su fallecimiento el jueves, en el medio de la madrugada dublinesa, pareció al principio una mera cuestión de trámite, conclusión natural para el sellado de la fórmula. Es verdad que siempre hubo una pátina de fragilidad, de esencia enfermiza, en aquel hijo de emigrantes irlandeses establecidos en Londres, que creció con la música tradicional que se tocaba en el condado de Tipperary, la tierra natal de sus progenitores, y que de innúmeras formas inyectó en su propia obra, marca distintiva de los inclasificables The Pogues, la banda que junto a Jem Finer y Spider Stacy fundó en 1982 bajo el nombre inicial de Pogue Mahone (derivación de la expresión “Póg mo thóin”, que en irlandés significa “Bésame el culo”).

Iconoclastas y revulsivos, en permanente lucha con sellos discográficos, representantes, técnicos de sonido y con sus seguidores, muchos de los cuales terminaron con las cabezas rotas a botellazos por las grescas en los conciertos, The Pogues volvieron suya esa agresividad asociada al punk, prontamente convertida en sello de fábrica y eslogan para pegar como etiqueta en una valija, con la veta de música tradicional irlandesa que MacGowan, Finer y Stacy se cansaron de escuchar en viejos discos, durante tardes interminables. Es que muy pronto entendieron que la música popular sólo requiere de la novedad como condimento, que lo verdaderamente profundo viene desde la noche de los tiempos y que le corresponde al artista saber apropiárselo. Cuarenta años después, sigue siendo una rareza escuchar “Transmetropolitan”, la canción que abre Red Roses for Me, el primer disco de la banda, de 1984, donde la explosión de los apacibles acordes iniciales del acordeón enciende la voz de MacGowan cantando aquello de, y perdóneseme la tosca y apresurada traducción, “en los parques rosados de Inglaterra / nos sentaremos y tomaremos una copa / de buen vino y de sidra hasta que apenas podamos pensar. / E iremos hacia donde nos lleven los espíritus, / al cielo o al infierno, / y ejecutaremos un asesinato sangriento en la ciudad que tanto amamos”.

Toda la fuerza de Shane MacGowan como músico, frontman y especialmente como poeta está viva en los discos que la banda editó en la segunda mitad de la década del 80 –Rum, Sodomy, and the Lash (1985), preciosistamente producido por Elvis Costello, If I Should Fall From Grace With God (1988), que incluye la perturbadora balada navideña ‘Fairytale of New York’, grabada junto a Kirsty MacColl y su principal hit, y Peace and Love (1989)– y llega al glorioso Hell's Ditch (1990), el canto de cisne del reciente finado en el grupo, porque luego de la aparición de este álbum, hartos de lidiar con sus trifulcas, salidas de tono y episodios de intoxicación, sus compañeros lo expulsaron.

Nada de lo que vino después –The Pogues sin MacGowan como líder y Joe Strummer como vocalista; The Popes, la banda que MacGowan armó con el guitarrista Paul Mad Dog McGuinness en los 90; el regreso de MacGowan a The Pogues en 2001– tuvo la fuerza creativa ni la mística efervescente de la banda que se llevó todo por delante en la fermental y nunca del todo debidamente apreciada década del 80. El paso del tiempo, además, fue cebándose con el propio cuerpo de Shane MacGowan, volviéndolo esa suerte de caricatura desdentada (el cirujano que logró implantarle todos los dientes de nuevo en 2015 definió a su trabajo como “el Everest de la odontología”) y limitando su movilidad a una silla de ruedas cuando hace diez años se rompió la pelvis.

En la mañana del jueves, el amigo que me avisó de la muerte de Shane MacGowan me envió por Whatsapp uno de esos tantos videos que pululan por Youtube, registrado por el asistente a un concierto con su celular, sujeto a todas las imperfecciones propias del formato y, también por eso, mucho más espontáneo y cercano. Se trata de un momento del concierto con el que, el 15 de enero de 2018, Shane MacGowan celebró sus 60 años en el National Concert Hall de Dublín, rodeado por músicos amigos. En la secuencia aparece Nick Cave, uno de los compinches más notorios del líder de The Pogues, cantando “Summer in Siam”, una de las tantas gemas del Hell's Ditch. De pronto, ante una señal del cantante, Shane MacGowan entra en el escenario sobre la silla de ruedas que empuja su esposa Victoria Clarke. El teatro parece desmoronarse y el celular tiembla en las manos del anónimo documentalista. Shane MacGowan lleva un micrófono en la mano derecha y una copa mediada en la izquierda, susurra algo con Nick Cave y luego canta.