Al ciudadano uruguayo Sebastián Marset suele llamárselo, y él no lo contradice, narcotraficante, término que se antepone sistemáticamente a su nombre cual si ejerciera su actividad como un cargo. Se trata, vale decir, de una palabra compuesta por el prefijo narco-, un acortamiento de narcótico, que viene del griego, y traficante, que viene de un barrio de Montevideo. El sustantivo también se acorta y, al final, cuando se lo nombra, es un narco recientemente entrevistado por la periodista Patricia Martín quien, luego de que se difundieran cuestionamientos acerca del encuentro, explicó varios detalles técnicos de cómo se produjo la grabación, lo que sirvió para entender por qué en una toma no se ve el tatuaje del entrevistado cuando está de espaldas, de modo que pudimos escuchar con confianza las declaraciones.

El hombre, de prosodia suave, fue respondiendo a las preguntas que se le realizaron y contando su versión de los hechos y su visión de la vida. Y, cuando se le consultó acerca de un crimen en que se lo involucraba, caso en el que se extravió alguna evidencia, dijo textualmente: “no había pruebas de que yo fui ni participé”. Accidental televidente, me vi compelido a anotar estas palabras, que hicieron ruido en mi analizador gramatical interno. Concretamente, me pregunté por qué no dijo otras estructuras posibles como no hay pruebas de que yo haya sido o participado, no había pruebas de que yo fuera o participara, o haya sido o participado.

No reviste demasiado interés el tiempo del verbo impersonal haber, salvo tal vez por el hecho de que conjugarlo en el pretérito imperfecto lo sitúa más atrás en el tiempo que si dijera hay, en presente. Aunque de pronto no hubiera pruebas en ese momento y las hay ahora, quién sabe. Recién en este momento observo que se trata de una oración impersonal: ese hay no puede tener sujeto, no se identifica tampoco un agente ni un experimentante. Porque lo que de verdad me resultó llamativo fue que conjugó los verbos de la oración subordinada en modo indicativo. En la noche del domingo, se oyó fui y participé.

La sutileza radica en el funcionamiento de los modos verbales en español, a saber: el imperativo, el indicativo y el subjuntivo. El primero, que siempre está en segunda persona, es el que se usa para dar órdenes: siga leyendo. El indicativo, por su parte, es el mayoritario en la lengua, el no marcado, habitualmente presente en las aserciones, sean estas de polaridad positiva o negativa, como, respectivamente, fui o no fui. También se caracteriza, desde el punto de vista semántico, por el nivel de compromiso que el hablante muestra con la verdad de lo que está diciendo, ejemplos de lo cual podrían ser secuencias como aseguro que no participé o confirmo que no lo maté. El subjuntivo, en contraste, se encarga de codificar contenidos hipotéticos, irreales, subjetivos o deseados. Así, algunos verbos (también sustantivos y adjetivos) imponen este modo, como desear, esperar o pedir: deseo/espero/pido que pongan ustedes los verbos que les gusten. Y otros contextos que inducen la presencia del subjuntivo son las negaciones, como la oración subordinada (esas que empiezan con que y están metidas adentro de otras) que emitió la rutilante estrella del crimen cuando negaba la existencia de pruebas.

Es decir, para concretar la idea: lo esperable habría sido que expresara en términos hipotéticos, meramente especulativos y desestimables la idea de ser un asesino o haber participado en el hecho de sangre.

Podrían barajarse dos hipótesis, la primera de las cuales sería que el hombre sí fue partícipe del crimen y que, ya sea en un lapsus o ebrio de impunidad, se compromete con tal verdad mediante el modo verbal. Y la otra alternativa, para ser peor pensados, sería suponer que el modo subjuntivo es muy inestable, como por ejemplo en la declaración de Luis Alberto Suárez –no el Betito sino el goleador–, quien dijo que “Walter Ferreira era un crack, al segundo día de la operación me ordenó que suelte las muletas”, con el verbo soltar en presente del subjuntivo en vez de soltara, en pretérito imperfecto, en un académico acto de concordancia de los tiempos.

Este fenómeno de la pérdida del pretérito es harto frecuente, en Argentina más todavía, y cabe preguntarse si, además de la seguridad ciudadana y la confianza en algunos políticos, no se estará perdiendo también el uso del mismísimo modo subjuntivo para terminar como en inglés: there was no evidence that I was the murderer or that I participated in that crime. Aunque si se lo piensa bien, el género policial está mucho más desarrollado que en nuestra lengua y los angloparlantes siempre atrapan a sus criminales.