Charlie y la fábrica de chocolate, la novela de Roald Dahl publicada en 1964, tuvo dos adaptaciones cinematográficas. La primera llegó en 1971 bajo el título Willy Wonka y la fábrica de chocolate, dirigida por Mel Stuart y con Gene Wilder en el papel del excéntrico chocolatero que sorteaba visitas a su lugar de trabajo. La segunda versión, que recuperó el nombre del libro original, se estrenó en 2005 con la dirección de Tim Burton y la actuación de Johnny Depp.
Al anunciarse la llegada de una precuela titulada simplemente Wonka, quedaba la duda de a cuál de las dos películas se estaría anticipando. Los primeros segundos no dejan lugar a la duda: de fondo se escucha una versión instrumental de “Pure imagination”, uno de los temas característicos de la versión de los años 70.
Este comentario, que servía como buena introducción, tiene un poco de trampa. En los avances de la película dirigida por Paul King (ya volveremos a él) se veía a Hugh Grant como uno de los Oompa-Loompas, esas pequeñas criaturas que asisten a Willy en los quehaceres de la fábrica de chocolate. Y su diseño y paleta de colores eran los de la primera adaptación.
Buena decisión de los estudios Warner la de pegarse a la obra correcta. Una obra que, si bien en su momento pasó con moderada pena y gloria, fue convirtiéndose en film de culto en el mejor de los sentidos. Revisitado, revalorizado y hasta convertido en meme (qué le vamos a hacer), presentaba al Wonka de Wilder como una persona compleja, que manejaba una fina ironía pero terminaba demostrando tener un corazón de oro. El mismo material de los boletos que permitían a un puñado de niños conocer los secretos de sus golosinas favoritas.
Esta historia transcurre muchos años antes. Sí, en un presente cinematográfico plagado de precuelitis y secuelitis (y toda clase de itis que taponee la llegada de ideas originales), se anunció que el empresario de los dulces protagonizaría una aventura en la que conoceríamos su pasado. Eso, sumado al tráiler lanzado a mitad de año y a la racha negativa de Warner Bros. en los últimos tiempos, llevó a que Wonka fuera declarada un fracaso cuatro meses antes de su estreno. Pero así como aprendimos a la fuerza a no apostar contra James Cameron, deberíamos aprender a no prejuzgar una película de Paul King.
El guionista y director de Paddington (2014) y Paddington 2 (2017) sabe muy bien cómo crear aventuras que transcurren en mundos más o menos familiares, combinando la acción con una buena dosis de emoción y optimismo. Y este Willy, que todavía no se ha convertido en ermitaño ni ha desarrollado la ironía que desplegaba alrededor de los niños, le viene como anillo al dedo. Hasta Timothée Chalamet, convertido por el imaginario colectivo en una suerte de galán emo, logra lucirse en este musical.
¿Cómo? ¿No lo sabían? Debe ser porque el marketing del film evitó toda mención, pero Wonka es un musical, con ocho o nueve canciones que, sumadas a la música incidental, forman una banda de sonido digna de volver a escuchar, siempre y cuando dejemos el cinismo en la ropería del cine o del reproductor que esté disponible en nuestro país. King no teme coquetear con la ternura ni le tiene miedo al ridículo, como sabrán quienes hayan visto sus dos películas anteriores. Y si no lo hicieron... no sé qué están esperando.
Todo comienza con el joven Willy como ese inocentón que llega a la gran ciudad con unas monedas en el bolsillo y un sueño. Las monedas le duran menos de una canción, pero el sueño de ofrecer sus chocolates al mundo permanece intacto. Incluso cuando es víctima de las maquinaciones de los dickensianos personajes que interpretan Olivia Colman y Tom Davis, o cuando enfrenta al oligopolio de las golosinas, no pierde las esperanzas. Y gracias a Noodle (Calah Lane) y a un grupo de pobres diablos que incluyen a Jim Carter (el hombre con la mejor voz del mundo) irá superando los obstáculos.
El orden de los acontecimientos no escapará a los clichés dramáticos, pero el guion (coescrito por King y Simon Farnaby) aporta frescura en los lugares correctos y en los momentos precisos. Hay montajes, traiciones y hasta escenas salidas de películas como La gran estafa. En cuanto a la fotografía, los 116 minutos parecen salidos de un libro álbum, esa clase de literatura asociada a un público infantil que tiene poco texto, pero imágenes que llenan las páginas y los ojos logrando mantener nuestra atención.
Prácticamente todo funciona. El único que falla en un elenco que además incluye a Rowan Atkinson, Matt Lucas y Sally Hawkins es Keegan-Michael Key. El comediante estadounidense no cuaja en ningún momento con el tono y el humor de la historia, además de que su personaje es blanco de un par de chistes sobre la gordura que parecen salidos de otra década.
Wonka no llega a la perfección de los dos films de King sobre el osito peruano que viaja a Londres y se convierte en parte de la familia Brown, pero es que pocas películas vuelan tan alto. Sin embargo, como entretenimiento familiar y cargado de buenas canciones, no debería fallar. Salvo que te sobre amargura, algo que (sabemos) solamente le hace bien a los chocolates.
Wonka. 84 minutos. En salas de cine.