Hace cien años, mientras la isla de Irlanda sufría una guerra civil cuyas consecuencias se sentirían durante décadas, en una pequeña isla (ficticia) frente a sus costas comenzaba un enfrentamiento más pequeño, pero que también marcaría unas cuantas existencias. Allí, en Inisherin, un día como cualquier otro, un hombre se levantó y decidió que ya no compartiría más charlas ni beberaje con quien hasta ese momento era su mejor amigo, por considerarlo aburrido.
Los espíritus de la isla (The Banshees of Inisherin), cuarta película de Martin McDonagh (Escondidos en Brujas, Siete psicópatas y un perro, Tres anuncios por un crimen) parte de este hecho muy sencillo para hablar de la amistad, de la demostración de los sentimientos y también de la trascendencia, gracias a un elenco capaz de combinar la comedia y la tragedia, a veces en la misma conversación. A veces en la misma frase.
Colin Farrell es Pádraic, un tipo que no maneja una gran profundidad de discurso, pero que es querido por los pobladores de la isla porque, básicamente, es un tipo bueno. Farrell, acostumbrado a roles protagónicos dominantes, aquí compone a una suerte de macho beta, perfectamente acostumbrado a una vida pasiva y monótona que incluye la ida al bar a las dos de la tarde de cada día a encontrarse con su amigo Colm. Al menos hasta un día como cualquier otro, en el que esto deja de ocurrir.
Brendan Gleeson es Colm, quien tiene una de esas crisis de la edad adulta en las que se dejan de sumar los cumpleaños y se empiezan a restar los años que quedan hasta el descanso final. ¡Se le va la vida, maldita sea! Así que no habrá tiempo para los pequeños momentos cotidianos tan aburridos y repetitivos como charlar con Pádraic. Lo único que guiará las acciones de Colm desde ahora será la búsqueda de la inmortalidad, que solamente podrá lograr si lo dejan componer música y tocar el violín en paz.
Pádraic, en su simpleza, no puede encontrar sentido a esa demanda, lo que queda de manifiesto en sus gestos nerviosos y en la mirada incrédula. Si siguen siendo las mismas personas, es ridículo que no puedan seguir compartiendo una charla y una bebida. Ambos personajes son testarudos, pero mientras que la insistencia de uno es dubitativa y gelatinosa, el otro plantea el asunto con un sencillo pero firme ultimátum: si Pádraic vuelve a insistir con el tema, él se cortará un dedo de la mano. Así de seguro está de la decisión tomada, porque un violinista dispuesto a ese sacrificio va en serio.
Este conflicto amistoso, que no es amigable, comienza a involucrar a otras personas, como ocurre siempre con los conflictos. La primera será Siobhán (Kerry Condon), hermana de Pádraic que vive con él e intentará ser la voz de la razón. Dominic (Barry Keoghan), que es algo así como el tonto del pueblo, aprovechará el vacío dejado por Colm para acercarse al amigo abandonado y así zafar de las garras de su padre, policía del lugar. La estupidez de los dos protagonistas será el catalizador de varios cambios en la isla, algunos positivos y otros fatídicos.
Más allá de la subjetividad que tiene cualquier entrega de premios, que los cuatro intérpretes mencionados hasta ahora estén nominados al Oscar por sus papeles habla de la fortaleza de un elenco que maneja cada diálogo como si fuera su propia guerra civil, o al menos un combate de esgrima. El resto de los personajes (el policía, el dueño del bar, la chusma del almacén, la vieja funesta) están a la altura de las circunstancias y componen un verosímil que se mantiene, con pastillas de humor y de muerte, durante casi dos horas.
Otra consecuencia de los enfrentamientos que no se desactivan es que van escalando. Y así ocurrirá en este caso, siempre a la medida de las posibilidades de estos dos pobres diablos, que harán todo lo que tengan a su alcance para demostrar la tontería del otro y la claridad de la visión propia, que (por lo tanto) es la que debería definir la decisión a adoptarse sin la mínima posibilidad de negociación. Se cumplirán varias promesas violentas, habrá bastante daño colateral y en uno de varios momentos inolvidables de la historia los dos bandos discutirán en público acerca de si es mejor ser Mozart o ser una buena persona.
Todo esto salpicado por paisajes tan hermosos como bien filmados, y una deliciosa música típica interrumpida de a ratos por las explosiones que ocurren del otro lado del mar, donde también se cuecen habas pero en una olla bastante más grande.
Con el humor en el lugar correcto (no solamente como válvula de escape), sentimientos realistas que se salen de control por circunstancias realistas, y la conjunción de grandes destrezas técnicas y humanas, Los espíritus de la isla es una película sumamente recomendable. Los paseará por sentimientos y paisajes y les dejará un amplio espectro de sensaciones. Y si no es así, que alguien se corte un dedo. Yo no me animo.
Los espíritus de la isla (The Banshees of Inisherin). Dirigida por Martin McDonagh. Irlanda-Estados Unidos-Reino Unido, 2022. Con Colin Farrell, Brendan Gleeson, Kerry Condon y Barry Keoghan. En varias salas.