Olivia Colman pertenece al selecto grupo de intérpretes cuya presencia suele ser una garantía de calidad. No necesariamente en la historia de la que formen parte, pero al menos en lo referido a su actuación personal. En Imperio de luz (Empire of Light), la más reciente película de Sam Mendes, ella es uno de los elementos más destacables en una historia que por abarcar mucho termina apretando poco.

Su personaje es Hilary Small (culpable de portación de apellido), una mujer apocada que estuvo internada a raíz de su trastorno bipolar, y que entre el litio y las clases de baile trata de encontrar un equilibrio que no solamente es químico. Para peor, lo más parecido a una relación interpersonal es el sexo clandestino y forzado que mantiene con su jefe (Colin Firth).

Parece estar condenada a una existencia aburrida en el Empire, un hermoso cine frente al mar que, como ella, ya vio pasar sus mejores momentos: funcionan dos de las cuatro salas, y el enorme salón superior solamente es aprovechado por las palomas. Claro que en esta clase de narrativas suele haber un factor revulsivo, y en este caso es la llegada del joven Stephen, interpretado por Micheal Ward.

Stephen entró en el Hollywood. O, en este caso, en el Empire, y Hilary se sintió bien, mejor que bien con ese pendejo tan lindo, si se me permite citar una conocida canción. Ella no parece ser competencia para su compañera más joven; sin embargo, crean un vínculo y se terminan besando, aunque no lo hacen en cámara lenta. E inmediatamente después continúan haciendo otras cosas.

El problema es que Imperio de luz no dura cuatro minutos, y ya dijo Orson Wells que un final feliz depende de cuándo se deje de contar la historia. Un primer obstáculo es la diferencia de edad, como en la canción, pero en la Inglaterra de comienzos de los 80 hay que sumarle el racismo de siempre, que se sintió cómodo bajo el gobierno de la primera ministra Margaret Thatcher, tal y como numerosos grupos de odio aprovecharon gobiernos como el de Donald Trump para perder toda vergüenza a la hora de manifestarse. Stephen, un joven negro, por momentos es reducido a víctima, mientras que Hilary es la mujer que un día descubre que hay maldad en el mundo.

Imperio de luz comienza a hacer malabares con muchas pelotitas, un poco como le empieza a ocurrir a la protagonista. Pese a las dificultades, la flamante relación la lleva a cierta euforia: disfruta las clases de baile pero abandona el litio, y Mendes no nos depara ninguna sorpresa en cuanto a las consecuencias de la falta de medicación. La pelotita del amor al cine, con un inspirado Toby Jones como el proyeccionista enamorado de su oficio, no logra elevarse más que en las tomas de polvillo flotando delante de la luz del proyector.

El guion nos prepara para esas idas y vueltas pretendiendo contar dos arcos (el de ella y el de él), aunque el primero es el único que tiene profundidad, además de estar hecho a la medida de las capacidades de Colman. O será que ella está a la altura de cualquier personaje complejo que le arrimen.

El director venía de la exitosa 1917 (2019), en la que debutó como guionista. Su carrera había comenzado de la mejor manera posible, ganando el Oscar a la mejor dirección por Belleza americana (1999). A ese film le siguió la adaptación de la historieta Camino a la perdición (2002), y más adelante dirigió dos entregas de la saga de Daniel Craig como James Bond (007: Operación Skyfall en 2012 y 007: Spectre en 2015).

Además de repetir como guionista, ahora hace equipo por quinta vez con el director de fotografía Roger Deakins, verdadera leyenda de Hollywood que logró que su nombre se hiciera conocido fuera de los círculos más pequeños del cine. Deakins, eterno colaborador de los hermanos Coen, ganó el Oscar a la mejor fotografía por la mencionada 1917 y ya tenía otro por Blade Runner 2049.

Su presencia, así como la de Colman, también da seguridades. En Imperio de luz la fotografía se destaca desde los primeros segundos, en los que el gran protagonista es el cine Empire, y durante el resto de la película se mantiene irreprochable, colaborando con Mendes para que cada escena se luzca de la mejor manera posible y volviéndose invisible cuando el drama lo requiere.

Pero el drama no resulta tan ajustado como uno quisiera, y termina navegando aguas demasiado familiares (en el mejor de los casos) o rozando apenitas la punta del dedo gordo con la superficie del agua (en los otros). Hay una nación con una dolencia tratable, al igual que la de Hilary, pero se hace muy poco con eso más allá de la denuncia. Que, lamentablemente, nunca está de más.

La historia gira en torno al estreno de Carrozas de fuego (1981), película de la que muchos apenas si recuerdan la banda de sonido de Vangelis. Quizás en 40 años solamente recuerden el trabajo de Olivia Colman y de Roger Deakins, cosa que, de todos modos, sería más que lo que ocurre con cientos y cientos de títulos completamente olvidables.

Imperio de luz. Dirigida y escrita por Sam Mendes. Reino Unido-Estados Unidos, 2022. Con Olivia Colman, Micheal Ward y Colin Firth. Life Alfabeta.