“La banda sabe con qué canción arrancamos y nada más. El orden de las canciones lo defino con el público”, dice, del otro lado del teléfono, desde su estudio de grabación en la ciudad de Rivera, a unos kilómetros de su casa, ubicada en la zona rural del departamento norteño, donde pasa la tarde preparando arreglos de nuevas composiciones.

Lucas Alberto Sugo Rodríguez, nacido en Tacuarembó, es un ariano del 78 que a los dos años marchó a vivir a Rivera y se crió con Lucía, una maestra, a quien siempre presenta como su madre y padre de crianza. Del mismo modo se encarga de aclarar que su padre no lo abandonó, sino que intentó apartarlo de su problema de alcoholismo.

Es uno de los artistas más populares del Uruguay y de su mano, la música tropical hecha en el interior conocida como charanga pasó de pequeños antros perdidos con malas pagas a llenar festivales. Es una cumbia cadenciosa, con tintes folclóricos y ritmos del Brasil como el pagode, que hoy también copó Montevideo. Lucas la volvió más melódica y romántica, y además le aportó composiciones propias, fácilmente bailables y reconocibles para que cualquiera pueda “exteriorizar sentires”. Ese es su mayor cometido. Se pone como ejemplo, manejando, o encerrado en su casa mientras, como tantas veces, escucha a Juan Gabriel, tras un amor fallido y un mar de lágrimas.

Disfruta que sus shows se den de forma “intuitiva” y que sean una fiesta. Con gran amabilidad, charló sobre su vida, su carrera, y el show que dará, en el Estadio Centenario: “Es un sueño y hoy está a la vuelta de la esquina, gracias a Dios”.

Creo que es la primera vez que un artista uruguayo de música tropical convoca para su propia fecha en un Estadio Centenario.

No sé. Tal vez en la época de Chocolate hubo algo. Lo que te puedo asegurar es que para un cristiano y solista del interior es la primera vez en la historia. Hay una carga de responsabilidad importante que llevamos con mucha seriedad y que pesa bastante en lo emocional; por eso hay que trabajar mucho para que salga lo mejor posible.

¿Fue una idea tuya?

Sí, estuvo desde siempre, pero durante todo ese siempre lo vi muy distante. Igual que un jugador que sueña con jugar la Champions League y ganar esa copa. Es un sueño que veía de muy lejos, entre otras cosas, justamente porque notaba que no le pasaba a mis pares. Felizmente la persistencia siempre estuvo en el corazón para alcanzar esta meta.

En diciembre actuaste en el Luna Park de Buenos Aires. Supongo que otro gran momento de tu carrera.

Llegar a Buenos Aires simboliza mucho para un artista. Cuando hice el primer teatro Gran Rex fue una locura. Yo era muy chico cuando llegó la televisión cable a Rivera; prendía la tele, enganchaba algún canal argentino y escuchaba la frase: “¡Llega a la avenida Corrientes fulano de tal!” Y resulta que después de muchos años se nos dio. Cuando hicimos el segundo Gran Rex ya estaba en el deseo la posibilidad de subir ese otro escalón que era llegar a Luna Park. Obvio, siempre con temores. No es sólo a base de deseos y sueños que este camino se nutre, tiene que haber cierta coherencia. Nos lanzamos a esa aventura y la gente acompañó. Fue una noche muy emotiva. Tuve el privilegio de contar con la presencia de Carlos Mata, que es un artista al que admiro muchísimo. Hay una canción, “Déjame intentar”, que la canto desde siempre y quería interpretarla con él, y también se dio.

“Déjame intentar” la cantabas en tu adolescencia, imagino.

Exacto. Cuando empecé a cantar en bailes era un caballito de batalla. Hasta te podías permitir desafinar un poco porque la canción era tan fuerte que a la gente le iba a gustar igual. Desde el vamos, yo siempre me vi como un cantante romántico, y ese es un clásico del género. Por eso además de la música tropical que yo elegí para mi repertorio desde que arranqué, también incluí alguna canción romántica.

¿Cómo eran aquellos bailes en la frontera?

Tenía 14 años cuando empecé a cantar en los bailes que había en los barrios y también en los bailes de campaña; había un ómnibus que salía de la terminal a las 23.00, y en la radio se anuncia todo el recorrido, con las correspondientes paradas por cada pueblo. En ese ómnibus iba la gente de la cantina, los músicos, y también los bailarines. Me acuerdo que yo, bien gurí, quería actuar en el Club Uruguay. Pasaba caminando por ahí y pensaba: “Ojalá se me dé la posibilidad de tocar aquí”. Te estoy hablando de una época en la que la música tropical todavía era muy discriminada. Era casi imposible llegar a un boliche. Creo que yo ya estaba en Sonido Profesional [la primera banda importante que integró, antes de iniciar su carrera solista] cuando se empezó a dar de manera más natural la inclusión de orquestas de charangas en boliches.

Pasaron algunos años para llegar a cantar en los clubes de la calle principal. Salir de los bailes de los barrios y de campaña, que tanto quiero hasta el día de hoy porque me dieron una carpeta muy grande, fue una quijotada. Después, ¿cuál puede ser el otro desafío que puede tener un cristiano del interior? ¡Llegar al teatro municipal! Demoramos pero llegamos. Y celebro eso. Porque todo se fue dando con ganas. Le metía voluntad, transpiración, y también mucho estudio. Cuando las cosas te cuestan, después viene el disfrute, pero también la valoración de eso que conseguiste y que tenés que cuidar.

Siempre hablás de tu madre como alguien fundamental para tu carrera.

Fue muy importante, en esos empujones emocionales, en su contención. Ella me acompañaba a cada concurso de canto y recitado; yo tenía 8 o 9 años, empezaba a experimentar los primeros nervios arriba del escenario. Te enfrentás al público y te das cuenta de que ahí hay algo que te apasiona, a pesar del susto; querés volver a subirte a un escenario, hasta que de repente sos un artista, aunque todavía no tengas formación. Ella siempre vio que era muy fuerte el sueño que tenía en mi corazón, y depositó mucha fe en que yo no me iba a perder en la noche, que te ofrece muchas opciones. Por eso trato de dignificar a mi madre cada vez que me subo a un escenario, también teniendo en cuenta a otras personas que me han ayudado en el camino y al público.

Foto del artículo 'Lucas Sugo, que festeja 30 años de carrera en el Centenario: “Uno hace arte para conectarse”'

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Estudiaste canto, guitarra y piano, pero además desarrollaste un particular talento para arengar a tu público. ¿Eso cómo se dio?

Te cuento, esa búsqueda de conexión con el público nació como una necesidad. Cuando comencé a cantar no me comunicaba con el público. En mi camino siempre estuvo presente la idea de: “¿Qué más puedo hacer para que la gente se enganche y para que la próxima vez venga más gente a verme?”. Pero en el inicio era un asunto del trillo de laburo. Tenía que hacer las cosas bien para poder seguir cantando en las orquestas y llevar el sustento a la familia.

Al principio me daba mucho miedo. Era un flaquito, pura cabeza y oreja, terminaba de cantar y me ponía detrás de una batería, no hablaba nada. Con 15, 16 años, cuando actuaba, mi sensación era: “Acá no está pasando nada. ¿Qué tengo que hacer?”. Yo no lograba decir ni buenas noches, me trancaba, me daba un susto bárbaro, pero tenía esa necesidad y me daba aliento: “Dale, animate”. Cuando logré avanzar y decir alguna palabra, enseguida empezaron a pasar cosas. Y me di cuenta que ahí estaba el real sentido de este oficio: uno hace arte para conectarse. De lo contrario, cada uno se quedaría en su propio cuarto haciendo lo suyo. El cometido fundamental del arte es crear conexiones y la verdad es que con el tiempo empecé a disfrutar de esa comunión con el público y a esmerarme en la arenga.

¿Cuál es el mejor público del Uruguay?

En todos los lugares pasan cosas. En cada rincón a los que he llegado, veo que hay cariño y la gente me tiene aprecio. Claro que lo del Centenario es fantástico, igual que las giras por Buenos Aires, pero debo confesarte que las pilas emocionales de este gurí soñador se cargan muchísimo cada vez que recorro el interior del país de punta a punta. Y no solamente hablo de los festivales, también de los bailes y de una infinidad de clubes.

Seguís eligiendo vivir en Rivera, cuando tal vez para tu trabajo sería más sencillo instalarte en la capital.

Sí, sería mucho más fácil estar en Montevideo. Pero hay un sentimiento muy fuerte de arraigo a esta tierra que me permite ser feliz estando aquí. Yo todos los días elijo Rivera. Llegamos a hacer viajes de 20 horas solamente para poder llegar hasta acá. Y cuando querés ver, ya tenés que arrancar de vuelta para otro lado, pero nada se compara con el sentimiento de volver a casa. No importa el desgaste, el cansancio, siempre voy a vivir acá.

Hace unos cuanto años, en una entrevista decías que estabas pasando por un buen momento y que no te podías permitir “aflojar”. ¿Llegó ese momento?

En la carrera no, en los tiempos sí. Traté de revalorar muchas cosas durante la pandemia, donde pude pasar más tiempo con los míos. Fueron momentos muy bravos, perdimos gente querida, pero también quedaron algunas enseñanzas. En mi caso pude darme cuenta de la importancia de los asados con los amigos, el fútbol, las visitas a la casa de mi vieja, darle un abrazo a la patrona, comer una naranja al sol, andar a caballo; todas cosas chicas para el mundo pero grandes para mí, como decía el poeta [Elías Regules]. El año pasado, sacando la pandemia, fue la primera vez en mi vida, desde que empecé a cantar, que no toqué el 24 y el 31 de diciembre, que son zafra para nosotros, los músicos. Le dije con tiempo a Diego Sorondo [mánager]: “Esos días los voy a pasar con mi gente. Me quiero tomar una cervecita, tranquilo, y quiero ir al bailongo con la patrona”. Y fuimos a ver a Miriam Britos acá en Rivera, disfrutamos y me dije: “Che, ¿por qué no hice esto antes?”.

Otra: mis dos hijos de mi matrimonio anterior viven en Paysandú. Florencia y Lucas Agustín. Un día del año pasado los llamé y les dije: “Miren que el fin de semana voy por allá,”, y me decían: “Bárbaro, pá, ¿venís a tocar por acá?”. Les respondí: “No, esos días son para nosotros”. Y fue de las cosas más lindas que me pasaron. Estoy buscando un equilibrio, sabiendo que hay una prioridades que es la familia.

Usas una guitarra electroacústica que te acompaña siempre. ¿Es parte de la identidad de tu sonido?

Sí, en la charanga, en la música tropical del interior, traté de buscar un impronta personal que es lo que todos buscamos; teniendo como referentes a Chacho Ramos, Mogambo, Sonido Profesional, Sonido Caracol, Cotopaxi, Los Graduados, y tantos más que nutren este camino musical. Cuando arranqué como solista, a los pocos meses me dije: “Voy a usar una guitarra electroacústica”. Compré una eléctrica pero que tiene el sonido de una acústica porque lleva cuerdas de nylon, que son las del folclore, las de la guitarra clásica, buscando ese sonido que me pudiera identificar. Después, con el tiempo, convoqué a un amigo mío, el músico Nario Recoba, e incorporamos un bandoneón al género, cuando lo que se acostumbraba era el acordeón. Siempre estamos en la búsqueda de esa impronta, con algunos colores abrasilerados, captando corrientes varias, cosas argentinas también, para dar con una sonoridad propia.

Te gusta el sonido más limpio que sobrecargado, ¿no?

Sí. A través de esa herramienta que es el sonido buscamos la cercanía con el público. Yo estoy seguro de que si el sonido es más nítido la gente lo va a entender más rápido, y ahí estamos más cerca de la aceptación. Tratamos de que los arreglos sean concisos, las estructuras armónicas que utilizamos nos son tan rebuscadas; cuando escribo canciones estoy a años luz de un poeta pero trato de ser palpable y claro en lo que escribo, porque esas cosas me acercan al oído y al corazón de la gente. Además utilizo muchísimo la goma. El menos siempre es más, y ese menos hay que cargarlo de calidad. Cuando los músicos empezamos a hacer arreglos a veces empezamos a volar.

En ese sentido, ¿cómo te resultó la labor para el concierto con la Orquesta Filarmónica de Montevideo?

Eso es un trabajo fantástico del arreglador Franco Polimeni. La idea que le propuse fue la de generar una mixtura entre la paleta de colores de la charanga y la paleta de la filarmónica. Cuando escuché los primeros arreglos de Franco me quería morir de la emoción. Porque la verdad es que siempre está la pregunta: “¿Será que se puede llevar a cabo esa fusión?”. Además de lo técnico, se nota mucho corazón en su trabajo, y contamos con el respaldo de la dirección de Martín García. Hay un trabajo de mucha elaboración. La idea es generar una sensación armoniosa en el público, y estoy convencido de que así va a ser.

¿Cómo te preparás para esta actuación tan importante? ¿Qué se siente?

Ya hace una semana que intensifiqué el diálogo conmigo y el diálogo con el de arriba; yo soy creyente. En estos tiempos de emociones recontra fuertes, me doy cuenta de que en soledad esto no se puede sostener. Siempre le digo a la gente: “Abrácense a algo”; no hablo solamente de fe religiosa, sino fe en una manera de encarar, o lo que sea; porque podés tropezar y darte un gran porrazo. La verdad es que estoy muy nervioso, muy ansioso, hasta vulnerable; hay momentos donde tenemos charlas largas y tendidas con el de arriba, que es mi GPS y me permite ubicarme y decir: “Pará, es una fecha importante, pero no es ni el principio ni el final de nada”. Esta actuación en el Centenario es el desafío más grande de toda mi carrera hasta el día de hoy, pero sé que me va a traer experiencia y una vivencia muy especial que tengo que poder disfrutar. Y te confieso que también tengo conversaciones conmigo frente al espejo. Muy seguido el Lucas Sugo, el artista, tiene que abrazar seguido al Lucas Alberto, porque de repente viene la emoción y uno se va hasta las lágrimas. Son demasiada cantidad de cosas y de agua que pasó bajo el puente.

En el Estadio voy a estar cumpliendo 30 años de carrera, con los primeros 15 de muchas dificultades y los primeros diez años de recontra dificultades, sinsabores y puertas cerradas. El gurí que capaz que hoy celebra lo del Estadio Centenario, se iba a los bailes de campaña, tapado de cartón en las cajas de los camiones pasando frío. Por eso el Lucas Sugo le dice al Lucas Alberto: “Bien, costó, pero llegaste”.

Lucas Sugo se presenta este sábado 11 a las 21.00 en el Estadio Centenario, junto a la Orquesta Filarmónica de Montevideo. Entradas desde $900 a $3.600 en venta en accesoya.uy.