Habiendo lanzado su temporada el sábado 11, la noche previa a la de la ceremonia del Oscar, el nombre Mientras Tanto Cine nunca fue tan adecuado: cuando la mayoría de las miradas y de la atención de los grandes medios está puesta en el cine más vistoso, más rico y más difundido, premiado por la Academia hollywoodense, hay, mientras tanto, otro cine, totalmente distinto, más artesanal, más experimental, libre de compromisos comerciales como para usar la creatividad en una diversidad de campos formales, técnicos y temáticos, y realizado por gente accesible, no enajenada de la existencia común por el estrellato internacional.

Mientras Tanto es todo un complejo de actividades. La programación global para este año no fue difundida todavía. La convocatoria lanzada a fines del año pasado, con la curaduría de Sofía Lena Monardo (Argentina), Tetsuya Maruyama (Japón) y Daniel Yafalián (Uruguay), resultó en la selección de 43 cortos de más de veinte países de América, Europa y Asia. Ya se está haciendo un taller de realización en Super 8, y en abril habrá otro de Desarrollo y Acompañamiento de Proyectos (de cine experimental o de instalaciones audiovisuales). Hay funciones previstas en Montevideo, Minas, San José, Canelones y Maldonado. En esta última ciudad, al igual que el año pasado, habrá una charla con estudiantes de la Licenciatura en Lenguajes y Medios Audiovisuales, de la Udelar. Mientras Tanto también suele tener intercambios con otros festivales de cine experimental, que exhiben algunos títulos de la convocatoria de la muestra uruguaya y proporcionan títulos propios. Este año los intercambios previstos son con Pan-Cinema, de Curitiba, Brasil, y Écran Mobile, de Ginebra, Suiza. Como tantas actividades de arte experimental, Mientras Tanto Cine funciona esencialmente a entusiasmo y militancia, y el único apoyo económico sistemático que percibe proviene del programa Montevideo Audiovisual, de la Intendencia de Montevideo.

Ducon es un espacio chico, ubicado en un sótano, pero la función inaugural del sábado estaba tupida de gente con una disposición súper receptiva, aun si el calor excesivo no establecía la mejor de las condiciones. La función empezó con una curiosidad, recuperada por el Laboratorio de Preservación Audiovisual de la Udelar: Buena inversión es un corto de casi cinco minutos realizado en 1957 por Mario Handler y Alfredo Castro Navarro para el Banco Hipotecario, originalmente en 16 mm. Consiste esencialmente en imágenes de ruinas de edificios y sitios en construcción, y evoluciona paulatinamente a obras más avanzadas y, finalmente, edificios y detalles arquitectónicos ya terminados y modernos, bajo una banda musical tanguera. Unos carteles van poniendo escuetamente datos que convencen de que depositar plata en el Hipotecario es seguro y tiene muy buen rendimiento. Conociendo el tenor crítico del cine que haría Handler en su madurez, al principio se puede sospechar una ironía, máxime si se tiene en cuenta la situación desgraciada de tantos viejos deudores actuales del Banco Hipotecario. Pero la situación de 1957 al parecer era distinta, y esta es una realización publicitaria en serio. La tendencia a hacer el corto atendiendo a aspectos arquitectónicos y con movimientos de cámara ceremoniosos en distintas direcciones que dan vida a las imágenes puede hacer pensar en los documentales de Alain Resnais, que eran, sin embargo, muy recientes (Noche y niebla, de 1955, y Toda la memoria del mundo, 1956). Es decir, o Handler y Castro estaban muy al día o, aún más sorprendente, estaban en sintonía con la punta de lanza del documental mundial de su tiempo.

Las dos películas más extensas fueron Acordate dame un beso al despertar, de Estefanía Clotti (Argentina) y Bocetos: Sobre la guerra y la paz, de Iñaki Oñate (Ecuador). Ambos integran una tendencia del cine experimental que emergió a fines del siglo XX, en que las películas funcionan como vehículo para angustias existenciales, vinculadas a recuerdos familiares y al crecimiento (en la argentina) y al envejecimiento y la soledad (en la ecuatoriana). En la película de Estefanía Clotti escuchamos la lectura de cartas personales por una voz femenina, vemos lo que parecen ser filmaciones domésticas intervenidas de distintas maneras, con unas preciosas texturas visuales. La apariencia termina siendo más la de una película de animación. La película ecuatoriana muestra un personaje veterano, aislado –la fecha de fines de 2020 de una carta que vemos en pantalla sugiere la pandemia de covid–, alternado con algunos dibujos animados desesperados (rostros que se vuelven monstruosos, cuerpos que se agarran la cabeza, insinuaciones de anonimato y movimiento desprovisto de motivación personal, aparte de algunas referencias a suicidio). Hay en esta película quizá un empeño afectado de compartir con los espectadores el estado depresivo que parece haberle dado origen.

No hay tiempo aquí, de Agustín Telo (Argentina), trabaja sobre imágenes filmadas, procesadas con una estructura burbujeada blanco y negro y que nos permite apenas discernir las figuras humanas como siluetas tras esa niebla visual. Todo transcurre sobre una música electrónica textural, basada en una secuencia de acordes estereotipadamente melancólica. Para alguien de mi generación, que vivió, en la década del 70, los restos de la explosión de cine experimental de los años 50 y 60, con su peculiar agenda estética antirromántica, se hace un poco meloso ese enfoque de cine experimental sentimental de estas tres películas. Recibo con mayor comodidad el enfoque, también confesional y personal pero más irreverente y juguetón, de Máquina de proyectar memorias nº 1, de Arthur Frazão y Mili Bursztyn (Brasil). Es un montaje bien veloz de fragmentos de textos e imágenes fijas, todas vinculadas con el legado del artista Luiz Rosemberg Filho (1943-2019), al parecer abuelo de uno de los realizadores. Los textos contienen alusiones a algunos nombres pertinentes para alguien de la generación de Rosemberg (Godard, Welles, Benjamin).

Presente, de Moly Bravo (Ecuador) es metacinematográfica. Vemos casi todo el tiempo fragmentos de una cinta de fílmico de 35 mm, con sus agujeros y su pista de sonido, bailoteando en la pantalla y superpuestos a manchas y otras intervenciones. Las imágenes son de una película enigmática, que me pareció de cine de acción del sureste asiático, pero andá a saber. Es una experiencia divertida e intrigante.

Nuova generazione, de Abril Aguerre Espel, Natalia Candia, Bruno Fernández y Victoria Pérez (Uruguay), retoma una de las funciones arquetípicas del cine experimental, que es la expansión de la capacidad de ver y el extrañamiento de lo cotidiano cuando es estetizado de manera no convencional. Imágenes de jueguitos del Parque Rodó aparecen superpuestas con distintas cualidades visuales (blanco y negro y color, con distintos ángulos, digital y fílmico, en movimiento o quieto, tembloroso o firme), con una sonorización que, en forma expresamente confusa y a veces juguetona, pone, por ejemplo, relinchos de caballos reales para los caballos estilizados de la calecita.

Hubo dos películas de tendencia directamente política. La chilena El atardecer, de Martín Emiliano Díaz, parte del hecho, recordado en un letrero, de que durante el Estallido Social (2019-2020) los carabineros reprimieron a los manifestantes con disparos de balas de goma dirigidos a los ojos. Cientos de personas quedaron ciegas o con la visión seriamente comprometida. Esta información tiñe el resto de la película, en que imágenes muy borrosas de las manifestaciones y de la represión pueden evocar las últimas cosas vistas por esas personas, y traer a colación también nuestra posibilidad de ver, además de presentizar ese momento efervescente en la política sudamericana. El precioso tratamiento sonoro va evolucionando de un murmullo indiscernible a la ambientación más naturalista de los momentos retratados, con sus consignas, espacios amplios, explosiones.

La brasileña Cenizas digitales, de Bruno Christofoletti, elabora imágenes de los diversos incendios que aquejaron en distintas décadas a la Cinemateca Brasileira, recordando la cantidad de material insustituible que se perdió y el descuido sistemático de las autoridades de distintas épocas. Esas imágenes, especialmente dolorosas para cinéfilos como nosotros, repercuten con el recuerdo vivo del último incendio, en 2021, previsible y evitable, que fue consecuencia directa del recorte total de presupuesto para la Cinemateca establecido por el gobierno de Bolsonaro.

La segunda parte, más breve, de la función del sábado, fue dedicada a dos obras uruguayas para múltiples proyectores. La brevísima Bok!, de Agustina Arrillaga Vodanovich, elabora el viaje en que la abuela yugoslava de la cineasta migró a Uruguay en 1920.

La otra fue Vaca para armar, de Daniel Yafalián y Silvana Camors (respectivamente uno de los curadores de la muestra de este año y la coordinadora general de Mientras Tanto Cine). En mi apreciación, fue la experiencia más gratificante de la exhibición. Imágenes oriundas de un 16 mm, un Super 8 y un proyector digital confluyeron en pantalla en distintas configuraciones. Sobre una imagen general y básica de un campo con vacas y el sonido de sus mugidos, una voz en over enumeraba las distintas familias poderosas detentoras de extensas propiedades rurales desde el siglo XIX, cuyos apellidos reconocemos en los nombres de tantos personajes históricos y en el nomenclátor de las calles. Un elemento de extrañeza adicional es que la voz es de ChatGPT, es decir, es la voz cibernética de una inteligencia artificial respondiendo a una pregunta. Muy buena experiencia visual y sonora, divertido ejercicio de ironía, seria reflexión sobre algunos aspectos del país.

Fue un privilegio para todos compartir ese evento tan interesante y fuera de lo común. La próxima función, con seis otros títulos, está prevista para el contexto del EXIT Festival Internacional de Artes Experimentales, para el miércoles 22 en el Espacio de Arte Contemporáneo.