Finalizada una exitosa edición 41 del Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay (FCIU), en la plataforma +Cinemateca todavía se puede acceder a los cortos uruguayos que formaron parte del evento. Lo que se ve permite encontrar tendencias y nombres a seguir de realizadores que aún no pegaron el salto al largometraje, pero se sitúan como promesas para el cine nacional.
Se destaca el buen nivel de las realizaciones, tanto en lo técnico como en las ideas detrás de los guiones, lo que se puede deber a las facilidades tecnológicas de hoy, pero también a una mayor consolidación de la enseñanza de cine en el país. Hallamos documentales íntimos, historias de suspenso o de terror, dramas familiares, imágenes crudas y paisajes que deslumbran, visiones del campo y de la ciudad.
El ganador de su categoría en el FCIU fue Guazuvirá, de Nicolás Sequeira y Joaquín Araújo. Es un corto que sorprende por las buenas actuaciones, los encuadres arriesgados y los grandes momentos musicales con temas de 3Pecados. Aquí el juego es importante, hay una perspectiva infantil que divierte y choca con el mundo adulto.
Antes de Madrid, corto de Ilén Juambeltz y Nicolás Botana, recientemente seleccionado en el Festival de Berlín, se destaca por un humor casi naíf y la ternura que generan los protagonistas, dos adolescentes decididos a tener su primera vez. Con una premisa bien pensada, el corto consigue conmover presentando un final sin estridencias.
En Miami, de Félix Pérez, basado en un cuento de Daniel Mella, sobresale una puesta en escena inteligente, que se sirve de la arquitectura. Con un guion apoyado en las tribulaciones del protagonista, resultó acertado contar con un actor de trayectoria como César Troncoso. Funciona también el uso de algunos elementos simbólicos, como la tortuga en la playa. Aquí sobrevuelan la culpa, los dilemas de pareja y lo que se resquebraja con el paso del tiempo, con un cierre ominoso que sorprende por su eficacia incluso a quienes ya conocíamos el cuento.
En Invierno tardío, de Juan Recuero, el uso del silencio en el interior de la casa de la protagonista en contraste con el ruidoso exterior ya da la pauta de un corto en el que cada elemento está al servicio de la historia. Con planos fijos y abiertos, y una puesta en escena sencilla, logra generar expectativa por medio de pequeñas acciones, además de narrar con elementos simples como el tictac de un reloj o un fuego que se consume. Se destaca el guiño cinéfilo del uso del sonido de Umberto D, de Vittorio de Sica, una película en la que también se sienten la soledad y el ocaso.
Maleza, de Andrés Boero, se despega del resto de los cortometrajes por un uso diferente de los recursos. Hay una cámara en mano que acompaña al personaje, el sonido es abrumador, mientras que las luces rojas alumbran al protagonista y generan imágenes bellísimas. Aquí hay urgencia e incomodidad. Una historia bien narrada sobre la madurez.
Situada en el interior, se puede vincular con otro corto que trae un ambiente más campestre, Pedales, de Guillermo Wood, un elogio a las casualidades, la espontaneidad de los niños y una reflexión sobre la creación cinematográfica.
Lo íntimo y lo monstruoso
Como artefacto inclasificable tenemos Recuerdo de un perro que no pudo desfilar, de Federico Borgia, que con elementos casi surrealistas construye un universo ridículo, de planos muy cerrados, edición picada, y donde los humanos son simples extremidades. El cortometraje de la artista visual Teresa Puppo también es difícil de ubicar. Propone un camino que mezcla documental con ficción, en el que apunta al pasado indígena con una narración poética y experimental.
Otro aspecto que aparece en varios cortometrajes es el uso del material autobiográfico. En Nariño y la rambla, Gonzalo Torrens se despega de sus realizaciones anteriores y se zambulle en su propia historia. Con una cámara en mano que les otorga humanidad a unos planos del mar plateado en movimiento, evoca el recuerdo de sus seres queridos con delicadeza.
En La niñx del mar, Nair Gramajo mezcla su vida con la denuncia ambiental mediante el uso de diversos formatos que se alternan con solvencia para construir una memoria y una postura. Lucía Blánquez también filma la intimidad en su corto: los lazos familiares, los golpes de la vida y el desarraigo, con imágenes que cuentan mucho, como unas manos arrugadas que sostienen una fotografía de la juventud.
El cine de género, que cada vez se ve más en el país, tampoco faltó. Hay terror y suspenso en el corto de Lucía Nieto Salazar, El visitante. Allí la iluminación, los espejos y las sombras como recursos narrativos logran generar una atmósfera de extrañamiento que trata un tema difícil de una forma novedosa.
Desconocido, de Nicolás Medina, también consigue aterrorizar con un buen trabajo de sonido y así hablar sobre los monstruos que nos habitan, la familia y la llegada a la adultez.
La posición de la mujer
En El sueño de la actriz, Clara Castagno cuenta la historia de una talentosa mujer que postergó sus sueños por cumplir con ciertos mandatos. Un corto triste, pero también rebosante de vitalidad.
Más en una postura de denuncia se ubica Techo de cristal, de Ximena Carneiro y Mariana Pallas, que parte de entrevistas para contar la desigualdad de género en la industria audiovisual local. Con reflexiones inteligentes y cifras escandalosas, el corto rescata el trabajo que lleva adelante la asociación Mujeres Audiovisuales Uruguay.
Lo físico
Carne, de Facundo S Ferreira, aborda el tema del cuerpo desde un punto de vista casi cronenbergiano. Aquí el dolor físico alivia la ansiedad de la protagonista, y la exigencia se materializa en su profesora de danza, que tiene una enorme cicatriz en la pierna.
Lo corporal vuelve a aparecer en el documental Los nuevos románticos, que sigue al cantante de Hablan por la Espalda en su constante movimiento. Con una narración distinta, que se posa en lo aparentemente trivial, y una iluminación poderosa, el corto de Santiago Banchero medita sobre la creación y los ideales de la juventud.