La educación pública y sus actores más directos, los docentes, se vuelven foco de atención cuando los ánimos se caldean por los reclamos acompañados de movilizaciones sindicales. Sin embargo, la lucha por mejorar las condiciones para que el acceso a la educación pública sea un derecho al alcance de todos –en especial frente a una inminente reforma educativa que lo amenaza– encuentra a los trabajadores de la educación generalmente solos, sin la participación de la población que sufrirá las consecuencias directas de estos cambios.

En esta oportunidad es el teatro el que instala el tema, y lo hace mediante una situación puntual: la elección de horas. La obra se enfoca en ese proceso, que forma parte de la realidad cotidiana de los docentes y del que depende todo su año laboral, así como que los cursos estén cubiertos en tiempo y forma. La dramaturga Micaela Fraga cuenta esta historia desde la perspectiva interna, ya que ella es profesora de Literatura, egresada del Instituto de Profesores Artigas.

Un grupo de profesores no efectivos llega a una instalación de Secundaria a elegir sus horas y se produce un enfrentamiento entre esos trabajadores, cuya realidad material se define a partir de la consecución de las horas, y las funcionarias encargadas de ofrecerlas. Los procedimientos de llamado y las múltiples exigencias que recaen sobre los docentes aumentan su ansiedad y su angustia, mientras que las mediadoras del sistema asumen su rol como si fueran dueñas de esos destinos laborales y eso habilitara la prepotencia y la manipulación. La tensión va creciendo a tal punto que se vuelve inevitable el conflicto.

La obra denuncia una serie de irregularidades. La manipulación de las horas, la asignación de acuerdo a amiguismos, las condiciones inhumanas en las que se hace la elección, el enfrentamiento interno entre docentes que, desesperados por trabajar, sólo ven las horas como la conquista de sus objetivos, pero no perciben la maquinaria nefasta que los convierte en carne de cañón. Frente a ese conflicto surge la movilización, la necesidad de un sindicato que defienda los intereses de todos. Entonces se produce el choque entre los reclamos y el mecanismo que tiene el trabajador para realizarlos: paro, asamblea, manifestación, etcétera, que son vistos como un inconveniente para la elección y no como un medio para mejorar la forma en que se lleva a cabo.

A través de estas situaciones, que se instalan en un formato de enredo, se recuperan algunas ideas de José Pedro Varela, personaje simbólico que estuvo presente todo el tiempo en una foto hasta que aparece en medio del problema, como un trabajador absurdo que llega para potenciar los enfrentamientos internos.

En la obra se expone cómo el conflicto se desvía cuando se dice que el problema son los sindicatos que, con sus acciones, impiden el acceso al trabajo, y no el sistema, que degrada las condiciones laborales y convence a los trabajadores de que las cosas sólo pueden ser de esa manera, haciendo que se perciba como natural una relación que es de explotación.

El juego escénico parodia el conflicto, poniendo a los personajes como una caricatura de lo que son en realidad. Nos encontramos con una funcionaria corrupta de estilo gasallesco y con un grupo de profesores –todos del área de las humanidades– dibujados como estereotipos. La obra pretende mostrar un pequeño ejemplo de los grandes conflictos educativos, en escala de comedia. La intención de quebrar las tensiones en el humor diluye, en cierta medida, el tema principal. ¿Cuáles son los pequeños actos pedagógicos revolucionarios? ¿La lucha de clases en medio de una elección de horas? Para dar cuenta de lo que el título propone, los profesores tendrían que buscar superar las diferencias personales y encarnar un movimiento sindical que no acepta un sistema abusivo. Sin embargo, se dividen con el fin de organizarse para hacer caer el sistema, pero desde una acción corrupta. No hay salida en esa propuesta. No se salva nadie. Todos han caído en la anomia y la justificación de que es válido hacer lo que sea para conseguir lo que se quiere como individuo, sin dar respuestas a lo que es indispensable para la transformación en términos de lo colectivo. Entonces no se produce ningún acto revolucionario.

Lo que la obra nos muestra es a la especie humana como un grupo desarticulado de personas que sólo se miran a sí mismas y a sus necesidades, despotricando contra todo por lo que les falta, pero desde un lugar subjetivo e individualista. El sistema sigue regodeándose en su capacidad de manipular las contradicciones humanas hasta el punto de volverlas un conflicto interno de las propias organizaciones sindicales, que, finalmente, no pueden derrotarlo porque sigue instalándoles el enemigo adentro.

Pequeños actos pedagógicos revolucionarios para iluminar la conciencia oscurecida del pueblo. De Micaela Fraga, dirigida por Nicolás Tapia. Teatro Stella. Sábados 8, 15 y 22 de abril a las 21.00, domingos a las 19.00, sábado 29 a las 20.00 y 22.00.