“Mi barrio no existe más. Desapareció”, cuenta el cantante y compositor argentino Santiago Moraes, recién llegado a Montevideo luego de un viaje en barco desde Buenos Aires. Sus zapatos no podrían estar mejor lustrados, apenas si tiene un pequeño bolso de equipaje y la ropa que lleva puesta podría ser la indicada para dar un concierto esta misma noche, pero aún resta una semana antes de la presentación oficial de su disco Hogar, y su poco apuro lo lleva hasta la puerta de un taller semiabandonado del dique Mauá. Quiere saber más sobre la historia del lugar y hablar con el señor que deambula entre las piezas de leña y los fierros viejos ahí adentro.
Hijo de uruguayos, nació en el barrio porteño de Palermo y vivió allí desde 1982 hasta el 2000 en una casa en Costa Rica y Humboldt. “Se parecía bastante al Palermo de acá. Ahora ya no hay más almacén como el Doña Isabel o panaderías; se venden muffins o cosas que no sé ni cómo se llaman”, se queja. “Era un barrio de casas viejas lleno de plátanos, en el que jugábamos en la calle. También era un barrio medio peligroso. Toda la zona donde estaban las bodegas de los vinos Giol tenía un muro de varias cuadras por el que no convenía andar de noche. Ahora es un barrio exclusivo para gente de clase media alta”.
De aquellos días Santiago también recuerda una adversidad particular y su primer talento: “Nunca me gustó el fútbol. No me gustaba la competencia, no entraba en ese código y la pasaba como el orto. De hecho, en la primaria le dije al profe que no quería jugar al fútbol y su respuesta fue: ‘O hacés gimnasia, o te vas a jugar al vóley con las chicas’. Y la pasé bomba. No había eso de ‘pasala, boludo’, que me generaba tanto rechazo”, evoca, y vuelve a sentir el alivio posterior a una buena decisión.
Su pasión la encontró en el dibujo y la lectura de cómics. “Primero dibujaba lo que salía en las revistas. Descubrir El Eternauta fue un flash, la empecé a leer cuando tenía 12 años, y compraba un episodio por semana como quien mira una serie. Después seguí con Quino y la revista Fierro; ahí estaban Alberto Breccia, El Tomi y Fontanarrosa. Había otra revista que se llamaba Skorpio, y lo primero de todo creo que fue Asterix”.
Su padre, amante de la música clásica, todavía no sabía que su hijo, años más tarde, iba a desear la misma suerte de Cárcamo (un personaje capaz de leer boca arriba sobre el agua de un río con su libro apoyado en su panza, invención del escritor argentino Mempo Giardinelli para su novela El cielo con las manos) cuando, con los auriculares de un walkman, lo invitaba a sumergirse en la brava aventura de la Cabalgata de la valkirias, de Richard Wagner. Por esa vía experta también llegaron Queen y Pink Floyd, pero Santiago estaba para otra cosa. Primero Roxette y Guns N' Roses, y después Charly García, Fito Páez, Luis Alberto Spinetta y Pescado Rabioso.
“A los 17 mi vieja me compró una guitarra. En esa época lo que más escuchaba y me metía en otro mundo era Lou Reed, Nirvana, Tom Waits y Los Beatles” dice, a propósito de los artistas que iban a definir su identidad artística y su lugar en la música.
Cantautor de canciones despojadas y serenas, bohemio y risueño, supo vivir la experiencia de una banda popular de Argentina como integrante de Los Espíritus, aunque la abandonó; estudió cine y trabajó como coordinador de elencos y asistente de dirección en importantes series y películas.
“Preferiría no hacer nada”, sentencia. Podría dibujar el árbol que le hace sombra mientras hablamos para esta entrevista, pero en vez de eso ahora hace canciones, aunque la razón y la motivación son las mismas: “Nunca estudié música. A mí lo que me interesó desde siempre fue hacer canciones y cantarlas. La guitarra la empecé a tocar como una forma de acompañar eso que quería hacer”.
Con Lou Reed supo que se podía hacer canciones sobre el barrio y los detalles más simples pero imperceptibles de las cosas menos importantes, y con Moris y Manal, que también había canciones así en castellano. Con la llegada de internet y las descargas de archivos mp3 llegó a Jaime Roos y toda la música uruguaya que se puede escuchar reflejada en su repertorio más nuevo.
“Me flasheó mucho cuando escuché a Eduardo Mateo por primera vez”, confiesa. “En ese momento estaba muy metido en la música de Syd Barrett, y enseguida encontré similitudes estéticas con Mateo. Más allá de los personajes, hay puntos en común entre el Mateo de Mateo solo bien se lame y Opel, de Barrett. En los dos discos tenés a un tipo solo con su guitarra acústica haciendo canciones crudas, con muy pocos elementos y con una poesía cotidiana pero también con bastante psicodelia. Me maravillaba que se pudiera hacer poesía en castellano hablando de las veredas de Montevideo, igual que la que encontraba en los discos en inglés y que al principio me parecía tan lejana. Me pasa lo mismo con Jaime Roos y Los Beatles. El tipo usa elementos de la música de Los Beatles y los aplica a una cosa totalmente personal. Creo que es la forma más linda en la que se puede copiar a otro”.
Su camino
“Mi forma de hacer canciones consiste en escribir sobre lo que veo o lo que vivo. No invento nada. No imagino nada, te diría. Describo algo que me contó alguien o la sensación que tuve con una calle o con un paisaje”, explica. Santiago se ve a sí mismo como alguien muy ansioso o, más bien, “impaciente”. “Últimamente, ya no soporto vivir en Buenos Aires con su clima social hostil y de pésimo humor. Entonces me voy a la mierda”, suelta.
Aquí tiene a su madre en El Fortín de Santa Rosa y otra familia en Salinas. En una de sus últimas vueltas por Uruguay, sin mucho dinero, cambió su plan de conseguir horas de trabajo en el rubro audiovisual y se puso a buscar fechas para conciertos de verano. Así, con un grabador Zoom instalado en la barra, o cualquier otro rincón más o menos cercano a su micrófono, registró sus actuaciones en el bar Seoane del balneario La Pedrera y dos fechas en el bar Ducón de Montevideo y las subió a su página de Bandcamp. “Tengo la fantasía de instalarme en algún lugar de la Costa de Oro, en toda la parte que no es turística. Me gusta encontrar lugares en donde bajás a la playa y estás solo. Me gusta tener la posibilidad de elegir si voy a socializar o no”, asegura.
La banda que lo acompañará este viernes está compuesta por los uruguayos Patuco López en batería, Federico Anastiasidas en percusión, Nacho Echeverría en bajo, y las argentinas Sol Bassa en guitarra y Pamela Rudy en teclados. Su canción más nueva la compuso en Córdoba junto con otro músico uruguayo, pero aún no está pronta, así que no da más detalles: “Habla de la distancia que muchas veces se genera sin demasiado sentido entre dos personas y que de golpe, cuando se ponen a conversar de vuelta, de repente, desaparece”, adelanta.
Santiago Moraes presenta su disco Hogar este próximo viernes 14 a las 21.00 en La Trastienda (Daniel Fernández Crespo 1763). Entradas a $780 (platea preferencial y platea de pie) y $580 (mesas) en venta en Abitab.