Estrenar una película es un riesgo. Por supuesto que un riesgo económico, pero también creativo. Porque indefectiblemente habrá un momento en el que choquen las expectativas del público y las intenciones de los creadores. Mientras que en muchos casos se agradece la innovación y la sorpresa, hay algunos públicos que le temen al cambio más que a la muerte. Y si no, entren a Twitter y busquen Star Wars: los últimos Jedi (solamente si tienen mucho tiempo libre y poca acidez estomacal).

A esto debemos sumarle que hay géneros con fórmulas probadas y comprobadas, y un caudal de historias tan grande que pareciera que hay poco espacio para salirse de la norma. Como cuando un asesino serial anda suelto y un grupito de personas, que suele incluir una veterana y una novata, debe superar las diferencias y unir sus diversos conocimientos para dar con esa pista que les permita terminar con el peligro de una vez por todas.

Por esos corredores angostos se mueve la recién estrenada Misántropo (en inglés, To Catch a Killer), película que marca el debut en el mercado estadounidense del argentino Damián Szifrón, creador de la serie Los simuladores y guionista y director de Relatos salvajes. Un asesino serial siembra el pánico y un investigador del FBI recluta a una policía conflictuada para que lo ayude a dar con él.

El comienzo no podría ser mejor. Bueno, excepto para las víctimas. Durante la celebración del Año Nuevo en Baltimore, un francotirador que parece demasiado bueno para ser cierto se carga a decenas de personas aprovechando los fuegos artificiales y los festejos en balcones y terrazas. Mientras los políticos estudian las consecuencias económicas de establecer medidas que retrotraen a la pandemia, el detective Geoffrey Lanmark (Ben Mendelsohn) y la oficial Eleanor Falco (Shailene Woodley) luchan contra la prolijidad del villano y las presiones de los tomadores de decisiones, con el único objetivo de detener las muertes.

Szifrón, que coescribió el guion junto a Jonathan Wakeham, logra contagiarnos de ansiedad mientras los cuerpos se desploman dentro de los apartamentos de altísimos edificios, los sobrevivientes reaccionan, la Policía da con el sitio desde donde se realizaron los disparos y Falco va contra su instinto de supervivencia (¿lo tendrá?) y llega hasta la escena del crimen. Allí conocerá a Lanmark y comenzará a formarse la relación sobre la que se apoya la trama.

A partir del momento en el que se forma la mentada pareja despareja, la película tiene dificultades para salir de la medianía. El guion no logra convencernos de la necesidad de que ese hombre metódico se una a esa joven rota, y todo resulta demasiado conveniente, pese a haber elegido a dos buenos actores (soy bastante fan de Mendelsohn en casi todo lo que hace). Los intercambios entre los protagonistas suelen estar cargados de máximas que recuerdan al estilo de los diálogos de Aaron Sorkin, pero forzados. O, dependiendo de la opinión que tengan de Sorkin, aún más forzados.

La atención no se pierde porque Szifrón sabe en qué momento volver a colocar frente a la pantalla al misterioso y casi imparable tirador. La escena del centro comercial, o la de la farmacia, llegan justo a tiempo (en materia dramática) para mantenernos involucrados, y el extenso final incluye algunos momentos de tensión buscada, aunque uno llegue hasta ahí con el verosímil medio golpeado.

En el camino van quedando ideas interesantes que no tienen tiempo de desarrollarse. Por un lado está el mencionado forcejeo político, con medidas más o menos antipáticas que se evalúan a partir de sus consecuencias económicas. También se critica el manejo mediático del asunto, incluyendo la aparición de copycats (imitadores) o hasta posibles acólitos del villano. Y por último están los demonios internos de la protagonista, que se sugieren como parte importante de sus herramientas de análisis. Pero no logran ser más que fogonazos dentro de la balacera.

El pedigrí de Misántropo termina jugándole en contra. La presencia de Szifrón elevaba las expectativas, pero lo más rescatable termina siendo lo menos arriesgado, como la forma en que pone la cámara para mostrarnos escenas de acción que ya vimos, pero contadas en forma diferente. En cambio, cuando se dedica a “la historia” no logra despegar. Sus diálogos, más literarios que cinematográficos, parecen sacados de una novela de aeropuerto que nos entretiene durante un viaje largo. Y donde las subtramas tienen más espacio para desarrollarse.

Misántropo. 119 minutos. En cines.