Paula Grinszpan y Lucía Maciel se ponen el traje de monarcas en Las reinas, la obra que escribieron, actúan y (con la mirada externa de Lucía Panno) dirigen. Las actrices argentinas desembarcarán el sábado en la sala Camacuá con un universo delirante y absurdo en el que dos mellizas que heredaron el trono del territorio deben decidir cómo gobernarlo y hacia qué destino guiar a ese pueblo. Las monarcas, como todo gobierno que se precie de tal, deberán afrontar el problema central de estos tiempos: cómo interpretar lo que quiere su gente, cómo lograr que alcance para todos cuando algunos alcanzan más que otros. Y cómo hacer para no ser expulsadas del poder a patadas.

Grinszpan y Maciel provienen –junto a artistas como Malena Pichot, Julián Lucero, Julián Doregger, Esteban Menis, Julián Kartún, Iair Said– de circuito que incluye productoras audiovisuales, universidades públicas bonaerenses, teatros del off porteño y, de vez en tanto, estudios de televisión y plataformas de streaming. A Maciel se la pudo ver hace muchos años como notera en Cámara en mano, por Telefé, y también participando en la película de Adrián Suar Un novio para mi mujer y luego en la celebrada obra Paraguay. Esta última fue la primera en coautoría con Grinszpan, a quien, sólo últimamente, se la pudo ver en Finde –película de y con Malena Pichot y Leo Sbaraglia– y en la aclamada serie de Santiago Korovsky División Palermo. Además, en 2015 ambas habían compartido escenario en el elenco original de La Pilarcita, la premiada obra del off porteño escrita y dirigida por María Marull.

Producidas por el proyecto Orsai, las salidas de Las reinas –primero a la temporada estival en Mar del Plata, luego a ciudades del interior argentino y ahora a Uruguay– suponen una novedad. “Nos daba mucha intriga lo que iba a suceder y nos sorprende para bien. Jodemos con que al final era una obra re popular, porque le termina gustando a un público mucho más amplio del que esperábamos”, señala Grinszpan en diálogo con la diaria.

¿Por qué creen que se torna popular y atrae a cualquier público?

Lucía Maciel: Quizás tiene que ver con que el proceso fue muy intuitivo y nunca estuvo la preocupación puesta en a quién iba a hacer reír esto. Y nos permitimos cosas más personales que pueden ser de un nicho; y otras más, entre comillas, populares o de chistes más obvios. Tiene que ver con un proceso desprejuiciado. Hay un humor que tiene que ver con lo que va apareciendo y cada persona agarra algo diferente de eso.

¿Cómo decidieron habitar este universo tan absurdo y, a la vez, político?

Paula Grinzspan: No es que nos planteamos denunciar al capitalismo ni una intención política. No nos hacemos las que hablamos de cosas sin darnos cuenta; igual, efectivamente, son temas que emergen y tenemos que hacernos cargo, pero no emergen desde lo intelectual, sino de desnaturalizar cosas, y eso pone en jaque cosas de la realidad. Aparece al pensar cosas absurdas de lo cotidiano, como una obviedad: que una persona gane muchísimo dinero y otra no. Obviamente hay una ideología que permite eso, pero es algo que hace el humor, romper cosas que se ven como naturales, ver el revés de la trama y entender que algo es absurdo.

LM: No es que fue una búsqueda...

Está claro, no es un panfleto, pero ¿de dónde aparece ese absurdo tan presente en sus trabajos?

PG: Siento que a las dos nos pasa que nos causa gracia el mismo humor, que tiene que ver con eso de lo absurdo y dramático de lo cotidiano: como si fuese el drama lo que nos trae la comedia. Mi vida está muy atravesada por el humor desde chiquita. Es fundamental para vivir. Esa mirada medio de subsistencia, una herramienta que nos ayuda en todos los aspectos: hijos, parejas, amistad, todo.

LM: Hay algo medio universal del humor para sobrevivir. Voy a un lugar re común, pero el chiste en el velorio, ¿no? Ocurre porque es una herramienta que está ahí para drenar cosas insoportables. O que son un bodrio. Entonces está todo el tiempo.

Entre la música, la docencia y la política

La experiencia de ver Las reinas es hilarante y, por momentos, descoloca por la multiplicidad de lenguajes. Se superponen capas de humor, música, poesía, lecturas políticas, guiños populares –hasta un relato futbolístico–, todo en pos de una historia que se cuenta así, en distintos tonos y formatos. Ambas, Paula y Lucía, se formaron –entre otros sitios– en las clases de Mora Moseinco y luego dieron clases allí, donde lo musical es parte del proceso formativo de los artistas. Desde entonces siempre ha sido parte de sus trabajos conjuntos y un lenguaje que fluye entre ellas. En los ensayos –dicen– improvisaban sobre los pocos acordes que saben tocar en la guitarra. Luego sí, la pareja de Grinszpan, Leandro Aspis, y otro viejo conocido de la banda Julio y Agosto –Miguel Canevari– ayudaron con la música que este último interpreta en escena.

“Ese lenguaje del método y de las clases es algo muy de la música y a la vez nos convoca personalmente. Trae universos de una manera más orgánica que un texto. Para mí la palabra y los textos y el teatro son ritmo y música. Ya lo es. Más o menos evidente, pero el humor es música”, señala Maciel.

Ambas, como casi todos los artistas argentinos, entre sus 20 y sus 30 comenzaron a dar clases. En Argentina es así: levantás una piedra y hay un taller de música, de canciones, de teatro, de expresión corporal, de literatura, de crónica. Será por la avidez del público porteño, híper estimulado y cultural, al que se añade el híper estresado en busca de una salida para canalizar emociones y catarsis, pero también por una necesidad. La docencia es hija de la vocación, pero es sobre todo madre de la necesidad: los artistas y las artistas porteños necesitan subsistir. Y se empieza dando clase. Pero no todos encuentran allí un universo que los retenga o convoque en forma permanente y acuciante.

“Se me fue revelando que la docencia es parte de un lugar donde estar. Es un espacio de tranquilidad. Cada vez me abre más posibilidades. Creo que no les pasa a todos, hay actores que empiezan y luego dejan por algún motivo. A mí cada vez se me vuelve más orgánico”, explica Maciel. “El espacio de las clases me fue resultando cada vez más feliz. Y eso no me pasa tanto cuando actúo, aun cuando me encanta hacerlo. Las clases me gratifican, me traen mucho más de lo que doy. Cuando actúo me da más miedo, me pongo nerviosa: las clases me dan tranquilidad y me dan más libertad”.

¿Hoy pueden hacer lo que quieren, o siguen trabajando en función de lo que necesitan?

PG: Por suerte somos bastante autogestivas y por eso hacemos lo que nos gusta. Nos movemos muy desde el disfrute. Y como nos está yendo bien, por suerte podemos hacerlo. Si tuviéramos que esperar a que nos llame alguien, siento que nos volveríamos locas, que no podríamos. Y a veces agarramos trabajos que quizás a priori no nos copan tanto, pero que después al hacerlo la pasás bárbaro y termina siendo un proyecto re copado.

¿Hay algo que no harían?

LM: Creo que no. Trabajé de notera mucho tiempo en la tele y, desde el prejuicio, digo que yo no haría eso, pero lo hice. Me peleaba mucho con eso, y mirá qué loco: acepté por necesidad y terminé encontrando en todos los casos zonas de traer la nota desde la actuación.

En la obra emerge algo muy político, pero hay algo que no hacen: no le ponen nombre a la criatura. No localizan la crítica en un país o un gobierno, y queda sin distinción. ¿Fue pensado?

PG: Lo hablamos, se nombró. En un momento apareció el término “monetariado”, en obvia referencia al capitalismo, pero dijimos no, no, está bien, no lo dejemos. Hay algo más perdido y ambiguo que poner ese nombre.

LM: Le dimos mil vueltas, pero los procesos históricos no son “bueno, listo, arrancó”, y nos divertía pensar que era un protocapitalismo, algo previo capaz.

También le atribuyen derechos sociales al capitalismo al inicio y no fue muy así. Bueno, ahora a veces tampoco…

LG: Si lo pensás, los derechos sociales también son funcionales al sistema. Todos van apareciendo para que esto siga funcionando.

Y en la obra aparece como concesión de estas reinas, no como exigencia del pueblo…

LM: Es imposible salirse de esa matriz. Si uno piensa, todo es funcional a todo. No quiero poner ejemplos para no dejar pegado a nadie, pero en alguna medida toda conquista es funcional a algo que tiene que seguir su curso.

Ojalá que en algún momento no…

Ambas: No tenemos tanta esperanza.

Las reinas, de Lucía Maciel y Paula Grinszpan, este sábado 3 a las 20.30 en la sala Camacuá (Camacuá 575). Entradas: $ 1.200 por RedTickets.